A mí se me hace imposible que Borges haya dejado de existir. Para mí era tan eterno como el agua y el aire, es decir, tal y como para él lo fue la ciudad de Buenos Aires. Fui a Valldemossa, en Mallorca, el año 2006 para ver la casa donde se alojó como huésped gracias a la hospitalidad del pintor y poeta Jacobo Sureda (1901-1935). La puerta de hierro aún estaba allí. También la vereda de barro y piedras, así como el jardín inextricable debido a la incuria de las imprevisibles hierbas. La marchita imagen del abandono. Unos letreros de metacrilato transparente decían que iban a dedicarle una especie de museo a la estancia que pasó en aquella mansión junto a su hermana Norah y sus padres. Me gustaría viajar a Suiza para rendirle homenaje en el lugar donde está su lápida llevándole flores, pero nunca he conseguido partir hacia Ginebra. No quisiera morirme sin estar lo más cerca posible de él. Es el mejor y el más grande. El más auténtico. El premio Nobel más merecido por encima de quienes sí lo obtuvieron. Abomino de un panorama literario tan mezquino como para no otorgárselo. Borges es toda la LITERATURA con mayúsculas, él solo, porque antes que escritor fue un lector insaciable.
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