
Cuando las dificultades para recuperar los créditos comenzaron, las entidades crediticias se dedicaron a embargar y vender de nuevo, obstaculizando o denegando créditos a quienes pretendían comprar a las tradicionales agencias inmobiliarias o emprender negocios por su cuenta. Encima, estas entidades crediticias obtuvieron inyecciones de dinero de los gobiernos, por lo que el negocio les salió redondo. Por contra, los originales beneficiarios estadounidenses tuvieron su momento de gloria y un amargo despertar del sueño americano. Tuvieron que declararse insolventes y ver cómo perdían la casa y lo que ya habían pagado por ella.
Abadía no se recata al considerar que en la raíz de toda esta crisis hay una falta de decencia absoluta. En efecto, se asumieron riesgos muy por encima de lo justificable. Lo malo es que todos aquellos ahorradores de todas partes del planeta que habían invertido en sus bancos más próximos desconocían que su dinero estuviese siendo utilizado de esa forma, esto es, reinvertido a su vez en productos que prometían alta rentabilidad a corto plazo.

El autor nos revela su catolicismo y da la impresión de ser un hombre a carta cabal. Propone el optimismo informado, la calma y el esfuerzo ilusionante para salir de esta situación. Su visión es coherente con la de la jerarquía vaticana: estamos recogiendo los frutos de una crisis de valores, algo en lo que estoy completamente de acuerdo. Esta crisis no sólo es otra cíclica más del mercado, es también la de un cambio de paradigma productivo fruto de la era informática y la de mucha gente que pretende vivir subsidiada sin dar un palo al agua. Claro que éstos datos serían sólo factores agravantes. El desencadenante lo constituye el afán de rendimiento económico desmesurado, a cualquier precio y de cualquier forma.


Leopoldo Abadía
(Zaragoza, 1933)
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