
La lección que extraje del esfuerzo que me costó escribirlo es muy clara: lo que uno vierte sobre el papel da la impresión de ser mucho más y mejor de lo que luego subsiste cuando después de un cierto tiempo uno vuelve a leerlo. Y otra: siendo joven los iba puliendo y guardando con el pensamiento de que eran muy buenos, sobre todo por las influencias que abrazaban: Quevedo, Lope de Vega, Antonio Machado y Miguel Hernández, sobre todo. Pues bien, la mayoría de los poemas escritos ni siquiera merecieron publicarse y los deseché. Tanta bondad literaria resultó ser vana. Y los que finalmente merecieron ver la luz pública tampoco eran para tanto como el jovenzuelo que fui pensaba. Andando los años me parece que éste libro es un inicio como el de muchos escritores que empezaron como poetas: Camilo José Cela, Francisco Umbral y José Saramago, por nombrar a tres entre tantos.

Bueno, aquí abajo se puede ver una muestra de lo que hice. Se encuentra en la página 37. Quizá sea el poema mejor logrado de cuantos aparecen en el susodicho libro. Ahora que se cumple el 200 aniversario del nacimiento de Charles Darwin y que tantos fariseos pretenden desacreditarlo, tal vez parezca confeccionado a propósito. Pero no, lo escribí hace más de veinte años:
El mundo, absurdamente, no es el centro del universo
y el hombre, por desgracia, no es el objeto de la creación.
Alrededor de la Tierra no gira su órbita el sol
ni el homo erectus, qué lástima, tiene alma sino cerebro.
No existe una sola iglesia, como tampoco un solo credo,
según todo pueblo cada uno es elegido por su Dios.
No hay quien se procree a sí mismo, ni tan sólo revelación,
todo es el fruto humano del interés, la ignorancia y el miedo.
Las lenguas no se dividieron en la torre de Babel,
el diluvio universal rehace la leyenda de Gilgamesh
y el poder real de cada Dios equivale al de su grey.
De haber Dios no habría esfuerzo en demostrarlo: se mostraría.
Los rapaces sicarios beatos especulan en nombre de nadie:
el hombre es pasajero y sus civilizaciones efímeras.
(Del libro Atónita Farsalia, Las Palmas de Gran Canaria, Imprenta Pérez Galdós, 1991, 121 págs. )

Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580 - Ciudad Real, 1645)
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