
Volviendo al libro en sí, diré que se trata de un volumen variopinto en donde predominan las reflexiones políticas. Como supuse que su contenido resultaba incómodo de publicar, la elección del título me pareció justificada. En cierta manera era una pequeña vendetta, un resarcimiento para aquellos artículos que escribí y que a mi juicio debieron publicarse en un sistema que tanto presume de libertad de expresión, aunque ya se ve que de boca para afuera. Aquí, en España, los dueños de los medios, las instituciones y las potentes empresas que pagan los anuncios son las que mandan y deciden qué se ha de publicar y qué no. Unas presionan amenazando con retirar su publicidad, otras con no insertarla, y los propietarios de los medios, que están para ganar dinero en esto como lo estarían produciendo salchichas de Frankfurt, andan siempre con el radar puesto para detectar, alimentar y adular a las fuentes de su negocio. En cuanto al margen de libertad restante que tienen, lo utilizan para publicar lo que les sale de los cajones. A mí también me salió de un cajón publicar este libro de mi bolsillo, así que tengamos la fiesta en paz. La diferencia es que no se puede luchar desde un centenar de ejemplares contra los miles de la prensa diaria. Claro que esos centenares durarán más que el único día en que un periódico vive. Algo es algo.

Franz Schubert interpretando para la condesa Esterhazy
De todos los artículos reproduciré uno al que le tengo especial cariño por tratar de un músico al que venero. Sin más preámbulos, aquí está lo que escribí sobre el inmortal compositor del "Ave, María" que se canta en todas las iglesias y en casi todas las ocasiones:
SCHUBERTIANA
Un carruaje se desliza por las feraces tierras de Lichtenthal llevando dentro un hombre. Por su cabeza pasan las notas de la única sinfonía que no pudo acabar.
Ve por última vez los paisajes de una infancia remota e irrecuperable. Al imperio austrohúngaro le quedan menos de cien años para derrumbarse. A su vida, acosada por la sífilis y las fiebres tifoideas, sólo le faltan algunos días postrado en una cama para decir el último adiós entre fraes delirantes de devoción por Ludwig van Beethoven.

Franz Schubert agoniza y llora. Las lágrimas le saben al agua de los lagos de su patria. Quiso ser grande y obtener triunfos en Viena, pero sólo alcanzó un pequeño reconocimiento meses antes de que todo acabase. Los bosques, las montañas nevadas, los castillos, las agujas de los tejados de las catedrales, siguen dando fe de una grandeza en la que no le cupo ser integrado. Echa de menos a su madre y a la única novia que tuvo y le abandonó por un aprendiz de carnicero. Teresa Grob se llamaba. Sabe que todo está resuelto, que no volverá a pisar las calles de la capital del imperio, que las máscaras de carnaval y los nobles enfundados en vestidos de gala bailarán valses en su ausencia sin que apenas alguien le vaya a echar de menos.

Schubert soporta el traqueteo de la carroza cuando atraviesa un sendero pedregoso y con baches. Los dolores que siente son tan intensos que se neutralizan unos con otros. De catorce hermanos que nacieron en su familia, perdió nueve. Fue expulsado del hogar paterno por querer dedicarse exclusivamente a la composición de partituras. Vio el cielo despejado y limpio sobre la cúpula de San Carlos Borromeo. Padeció el aterimiento del duro invierno y la miseria más lúgubre. Habitó en un callejón infecto de los que se construyeron dentro del anillo de la ciudad amurallada para repeler las invasiones turcas. Perdió el cabello por completo al contraer el mal napolitano y se sumió en una depresión profunda. Cuando bebía, le daba por arrinconarse y romper el vaso de vino con el que brindaba a la salud de las quimeras de la fama y la gloria.


El tiempo pasado y la irreprimible amargura de su música sigue intacta. Él escribió una vez que nos pasamos la vida yendo del uno al otro, pero la realidad es que no nos encontramos nunca. También solía preguntar a sus amigos si conocían canciones que no estuvieran llenas de congoja. De pequeña estatura, feo, ventrudo, cuellicorto y miope, tampoco la naturaleza quiso concederle la prestancia física. Su vida fue un cúmulo de fracasos, y aunque compuso misas, lieds, cuartetos, sinfonías, sonatas, una obra inmensa para quien vivió solamente tres décadas, tengo la sensación de que toda su desolación interior se concentró en una obertura en B menor, la que da comienzo a una pieza instrumental tan irrealizada como su propia vida de hombre.
Franz Peter Schubert (Viena, 1727-1898)
andres me siento un privilegiado por poderte leer
ResponderEliminarmuchas gracias por hacer de este blog nuestro blog.