

Yo observaba. Seguramente le pregunté algo sobre Miguel Hernández o Antonio Machado, Jorge Guillén o Gerardo Diego, pero no recuerdo nada. Tal vez la sensación de que no quería soltar prenda sobre el pasado ni mantener una conversación sobre literatura. Venía de vuelta de todo. Recuerdo vívidamente que más bien lo miraba asombrado de que estuviera tan recio y despierto, habiendo vivido y fumado tanto. En ese momento tendría cerca de ochenta años y, en efecto, al poco murió de un enfisema pulmonar en una clínica madrileña con esa edad exacta. Una vez leí un prólogo a un libro recopilatorio suyo para la editorial Cátedra escrito por él mismo.
Estaba compuesto en un estilo tan condensado y sintético como solamente lo había visto en otro prefacio de Emilio Alarcos Llorach a su célebre Gramática o en la inmejorable escritura del autor latino Tácito.

Seguí mirándolo. Eso es lo que recuerdo. Las venas de sus sienes. La testa calva y rasurada de un patricio de las letras. La mirada curtida por la experiencia, el sufrimiento y las estrecheces en sus ojos. La voz renqueante del que tiene autoridad o ha disfrutado muchas juergas interminables. La voz del náufrago de un mundo que desapareció y se sabe solo. Yo lo sigo viendo allí, en aquel café con barra y butacas de madera en una calle transversal a Triana, tal vez la dedicada a Domingo J. Navarro o la de Perdomo. Lo volví a ver después en los periódicos, cuando estaba entubado a una botella de oxígeno, asifixiándose y muriendo. Pero no, aquél no podía ser él, como tampoco el abuelo tierno al que abrazaban nietas e hijos en otras fotos retrospectivas. El poeta que yo conocí está firme, duro, hermético y de pie bebiendo un Rioja con la mirada ausente e introvertida en sus recuerdos. Y siempre seguirá allí. Cualquier día volveré a pasarme por aquel bar para tomarnos otra copa.


VIDA
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo
supe que todo no era más que nada.
Grito "¡Todo!", y el eco dice "¡Nada!".
Grito "¡Nada!", y el eco dice "¡Todo!".
Ahora sé que la nada lo era todo,
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía todo
y que, en definitiva, era la nada).
Qué más da que la nada fuera nada
si más nada será, después de todo,
después de tanto, todo para nada.
(Último poema de José Hierro extraído de su libro
Cuaderno de Nueva York,
Madrid, Hiperión, 1ª edición, 1998)



(Madrid, 1922 - 2002)
Buenas noches Andres, termino de leer la preocupante noticia de que Mario Benedetti esta ingresado en Uruguay y se esperan noticias no muy buenas.
ResponderEliminarPues justo hoy entro en su "lugar mágico" y me encuentro con su post sobre Jose Hierro con ese poema final que lo resume "todo" en la ·nada".
¡Dios mio gracias por permitirme conocer tanta belleza!
Dulces sueños.
Una mujer
No merezco tanta amabilidad. Así y todo, reconozco que usted me recompensa con sus palabras por lo que hago y eso me estimula para seguir adelante. Gracias.
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