

Yo vi un Ulises de lacia cabellera flameante
galopando por esos campos de batalla de los hombres
y sorteando sobre la hierba las enemigas lanzas.
Saltar sobre los vencidos, engañarlos, y luego huir
a un panteón de postes de madera blanca y mallas.
Creo que quise reconocer en él al mercúrico centauro
mitad ecuestre y mitad humano, cuando observé el rápido
venablo mortal que zigzagueaba en los dones a su paso.
Observé la faz limpia y joven, el orgullo y astucia fácil
de los semidioses en jactancia. Elaboraba insolente
pases extraordinarios y cambiaba de ritmo, trepidante.
¡Parecía tan frágil cuando volaba a rematar por alto!
Yo vi oponerse un entrechocar de dioses en el marcaje
Miré por primera vez los devaneos y divagaciones
de dos estrellas que se neutralizaban. Un encuentro extraño,
fatigoso, con dos titanes debatiéndose hasta la sangre.
De aquello no me queda sino un rumor imperceptible.
Multitudes que no lo contemplaron y de él nada saben.
Un paciente enfermo del corazón que sufrió un desmayo.
Pero él dio a las masas los ritos de las celebraciones,
electroshocks atronadores, incursiones como relámpagos.
Él convirtió en desierto terrenos enmarañados, inventó desde sí
goles inverosímiles, sartas insólitas de jugadas inesperables,



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