José Luis Martínez Rodríguez
(Valencia, 1959)
RESTOS DE TEMPORADA
El tiempo borrará nuestros versos,
y las personas que vendrán después
grabarán otras cosas encima.
Aun así, conduzcámonos
como si las esperanzas de todos,
absolutamente todas las esperanzas,
estuviesen puestas sobre nosotros,
aunque así pesen.
Y velemos
por que nunca nos ahogue
la sensación de hablar un arte viejo
con vocación escasa para el triunfo.
Que el brillo de nuestros versos
no provenga
del diente de oro de ningún cadáver.
Que poeta no acabe siendo
una realidad de leyenda
(unicornio, sirena...),
un signo sin extensión.
CENTRO COMERCIAL
Sí, vivir es, también,
perder aquí las tardes, intentar proveerse
de infinidad de artículos,
deslizarse por una cinta que nunca se calienta
pero que esconde un fuego del infierno.
Sí, vivir es, también,
creer que esta escalera
subirá plantas, plantas y más plantas,
hasta que demos con lo que buscamos.
Una existencia cómoda,
un más allá de nuestro triste acá,
la oferta-estrella: el séptimo cielo.
NOCHE DE SÁBADO
De espaldas a la luz de esta terraza,
de espaldas a mi coche, que ya duerme,
esos coches se internan en lo oscuro
cargados de muchachos que deben de pensar
que vivir es quemarle al día
sus veinticuatro noches,
que ser jóvenes es tener de todo
a espuertas, desplazarse
a la velocidad de la luz del deseo.
Debajo del capó, un motor iracundo.
Detrás, iluminada, la matrícula
con el número de la suerte.
Dinero en el bolsillo.
En el alma, la caja blanca
de la felicidad.
Y entre las piernas
los principios de la termodinámica,
la caja de Pandora, la caja de los truenos.
Que la noche les sea favorable
y que el alcohol les siente bien.
Que la vida supere a la ficción
y rían y forniquen como sátiros
en esta noche tan hermosa.
Ojalá les conceda cuanto pidan.
Ojalá que mañana vuelvan.
[Poemas extraídos de Martínez Rodríguez, José Luis: Camino de ningún final (Antología poética), Sevilla, Renacimiento, 2013, (prólogo de Vicente Gallego Barredo), pp. 183]
Portada del libro cuya cubierta es fruto
del diseño de Marie-Christine del Castillo
El emotivo prólogo de Vicente Gallego es la mejor entrada para asomarse al trayecto de José Luis Martínez, unas pocas estaciones que conforman ese CAMINO DE NINGÚN FINAL, una senda desde la ironía hasta la reflexión sobre el paso del tiempo. Un buen libro, con excelente edición de Renacimiento. Abrazos
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