El prestigio de Claudio Magris se sustenta en un gran libro, El Danubio, un recorrido geográfico e histórico por el transcurso del río más importante de Europa. Al igual que muchas veces nos preguntamos por lo que dirían las piedras si hablaran, el escritor italiano le dio voz al agua que fluye por su cauce hacia el Mar Negro. En este otro trabajo suyo se recopilan varias colaboraciones periodísticas que aparecieron principalmente en el rotativo milanés "Corriere della Sera" durante el último año del siglo XX y los primeros del XXI. Básicamente nuestro autor constata que vivimos en la época que Dostoievski vaticinó como aquélla insufrible en la que "todo está permitido". Y es que Magris no cree en la equivalencia de las posturas políticas, morales o ideológicas, pues entre ellas existe no sólo una jerarquía, sino que unas son abominables (por ejemplo, el nazismo que produjo los campos de exterminio) y otras elogiables (como la democracia, pese a sus imperfecciones, contra las que hay que luchar con espíritu tolerante y diálogo, pero también con capacidad de sacrificio).
El río Danubio bajo el puente de las cadenas en Budapest
"Muchos de los que se ríen de la religión creen con simplonería en las supersticiones más irracionales". "En esta sociedad la tolerancia se distorsiona hasta dar en algo que se le parece mucho pero que en realidad es su contrario: la indiferencia". "No hay que confundir el respeto al delincuente con una vaga disposición a respetar su delito". Lamentablemente, Magris observa que "en el diálogo se convence sólo a quien ya está convencido" por lo que "la razón (...), como decían los ilustrados, es una tenue luz en la noche". "La cultura o pseudocultura radicaloide y secularizada dominante, en la medida en que está caracterizada por un narcisismo petulante, (vive) ansiosa por revestirse de una aureola ideológica y por declamar nobles batallas". El caso es que para nuestro pensador hemos vivido (y yo creo que aún seguimos viviendo) en un "clima a menudo cazurro y bobalicón". Basta con someterse al torpedeo de los medios informativos para captarlo, especialmente cuando en los programas deportivos se engrandece a nivel de hazaña heroica lo que no es más que un mero resultado transitorio.
Castillo de Schoenbuehel sobre el Danubio a su paso por Wachau en AustriaMagris opina que hemos pasado de la intolerancia clerical de pasados siglos a "la intolerancia y el engreimineto laicista" de ahora. Encima, advierte el peligro que conlleva el "revisionismo histórico instrumentalizado" como en España, digo yo, practican los socialistas sobre la Guerra Civil una y otra vez y siempre arrimando el ascua a su sardina. Denuncia que "quien no tolera junto a él la presencia de un ser humano de otra religión, o que no profesa ninguna, es un racista intolerante". De vez en cuando borda su discurso con diagnósticos tan acertados como irreverentes: "(...) En los años setenta una pseudocultura (...) exaltaba las incorrecciones gramaticales y las visceralidades, creyéndose de izquierdas y preparando en realidad el camino a la actual brutalidad anarcoliberalista que ensalza la desigualdad; no es casualidad que muchos ex-descuartizadores de libros ("fetiches de la cultura burguesa", se decía entonces) sean hoy unos auténticos giliyuppies".


Encantador rincón de la costa triestina
Magris sentencia de un modo grave: "Vivimos en una época admirable bajo muchos puntos de vista, pero de enorme e incontrastada mentira, de irresistible alteración y cancelación de la verdad", parapetándose tras una cita de Nietzsche: "Los hechos no existen, sólo sus interpretaciones", con la cual alude a la manipulación constante de las noticias en los medios de comunicación. "Tanto la religión como la ciencia sufren ahora la agresión de la indecente y ramplona orgía irracionalista, con toda su morralla de horóscopos, parapsicología, astrología, ocultismo, espiritismo y demás majaderías". En efecto, cada día vemos en el televisor o en la misma calle ejemplos de esta degradación cultural, de este retroceso a la barbarie que suponen las patrañas de las supercherías. A este respecto se incluye en el libro una magnífica anécdota. Cuentan que el papa Sixto V (1521-1590) acudió a una iglesia donde la gente decía que el crucifijo sudaba sangre. Tomó la imagen profanada por la idolatría y la levantó diciendo: "Como Cristo te adoro", para acto seguido estrellarla contra el suelo gritando: "Y como madera te rompo", viéndose entonces que dentro ocultaba una esponja empapada en sangre.


Claudio Magris (Trieste, Italia, 10 de abril de 1939)
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