Lola Montes
(1847)
(Elizabeth
Rosanna Gilbert)
(Grange, Irlanda,
1821 - Nueva York, Estados Unidos, 1861)
Bailarina y
cortesana
Pintura al óleo realizada por
Joseph Karl Stieler
(Mainz, 1781 – Munich, 1858)
(Palacio de
Nymphenburg en Múnich)
CONFESIONES DE LOLA MONTES
Mi infancia es ahora
el lejano recuerdo de un castillo en Irlanda
y la feroz exuberancia en torno a Calcuta.
Fui creciendo en Limerick,
estrechándome los brazos del abuelo,
y aún veo a mi padre muriendo
en un catre de la India.
Esquivé el cólera y la fiebre amarilla
para escapar en barco a Europa
con Thomas James, el amante de mi madre.
Soñé con palacios de mármol jaspe y rosa
en los que lucir mis trajes de seda con brillantes.
Aprendí a olvidarlo todo y mirar
siempre hacia delante para ser feliz en el presente.
Los hombres sólo me interesaron
si podían abrirme puertas.
Utilicé sangre de buey para aclarar
si cabe más el rostro y polvo de raíz de iris
para conferir brillo a mis dientes.
Siempre quise vencer.
Sólo yo tenía que ser la más elegante,
la mejor educada, la más hermosa.
Con un sencillo vestido de tusor
verde jaspeado de blanco, manteleta y capota
forrada de muselina y adornada con plumas,
me bastaba para ser la más deslumbrante.
Pronto mi aventura de amor en concubinato
se agotó por el desgaste de la costumbre.
Comprendí que nuestra libertad
se parece mucho a que la gente te abandone.
En las fiestas a que acudí, todas las miradas
me preferían a la anfitriona. Saqué partido de mi cuerpo
con el baile. El número de la tarántula lo recordarán
en todas partes. Con atrevida sensualidad me iba sacando
unas arañas de tela ocultas bajo el pelo y la falda.
Conquisté muchos galanes
por el deslumbramiento y la sorpresa.
También supe cómo divertirlos
y desprecié a los pretendientes
que no tenían un céntimo.
Pronto odié a mi madre Margaret
por imponerme matrimonio
con un anciano siendo una niña.
Vivir con ella era sentirme prisionera.
Nunca me aceptó y jamás nos reconciliamos.
Charles Lennox, hijo de un banquero rico,
vino a salvarme de las garras de Thomas James.
Traté de ser actriz, pero carecía de talento.
Me cambié el nombre,
fingí ser española y dedicarme al flamenco.
Señores influyentes y periodistas
tramaban acogidas y contratos.
Sorbí de la crátera del éxito flores, dinero y halagos.
De bailar en Londres y París,
decaí hasta tener que hacerlo
en tugurios denigrantes para borrachos
buscadores de oro en California.
Utilicé las castañuelas para el realce
de mis encantos, como hacían las egipcias
en sus sacrificios a los dioses.
Enamoré a un músico sensible como Franz Liszt,
con quien mantuve un romance
hasta que los celos lo empacharon de mí.
San Francisco, Bruselas y Varsovia
también fueron testigos de mi arte.
Paskiévich, el tiranuelo gobernador de Polonia,
intentó violarme, pero fui más fuerte
que sus adiposas garras y logré zafarme.
Paseé Berlín y seduje a Luis de Baviera.
Un infeliz amante, Léon Dujarrier,
se batió en duelo por mí y cayó muerto a manos
de Jean-Baptiste Rosemond de Beauvallon.
Luis I me enviaba todos los días
unos sobres con versos y perlas.
La aristocracia muniquesa nos apartó al fin
con manifestaciones y algaradas,
enfrente de su palacio,
gritando que yo era una puta,
la Mesalina del monarca,
pidiendo libertad para el reino
y acusándome de bruja.
Decían que era una pelandusca
mandando como princesa.
Viajé a Italia
y en Suiza encontré un retiro pasajero.
Tuve que poner los pies en Inglaterra
y labrarme un camino en América,
la tierra de las oportunidades y los sueños.
Respondí a la ruindad
de la soez muchedumbre con el desprecio.
Hoy me encuentro sola,
toso esputos de sangre
y me alivio bebiendo láudano.
Evoco un fugaz reencuentro con el rey
bávaro y cómo nos sorprendimos
y fingimos no querer darnos
cuenta de cómo el paso del tiempo
nos había desfigurado.
Rumorean que padezco sífilis
y dos síncopes han dejado
un rictus con los labios retorcidos en mi cara.
Ya no poseo nada: joyas, enseres, regalos y trajes
tuve que empeñarlos.
Me alimento con algunos mendrugos
de pan mojados en leche.
Vivo en un cuarto de alquiler en Brooklyn,
es el mes de enero y hace frío.
Siento mareos como si fuera a desmayarme.
(Poema escrito
por Andrés González Déniz)
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