NAPOLEÓN
(2023)
Una joya por el simple hecho de contar con escenas pictóricas tan perfectas como la coronación del corso como emperador. Pudo haber hecho más Ridley Scott porque su película pasara a ser un clásico perenne, pero debe estar cansado a sus 85 años de edad. Permite cometer errores como que Napoleón aparezca con el mismo rostro desde el principio del filme hasta el final. Para corregirlo, solamente hubiera tenido que dar órdenes a los maquilladores. Utiliza trucos cinematográficos como que Napoleón regresa de Egipto por una infidelidad de Josefina, tratando de insuflar pasión romántica a la película, una concesión al público que en realidad es falsa. En cambio, pudo haberse lucido narrando los peligros que atravesó el general en su viaje de regreso a Francia tratando de escapar de los ingleses que buscaban asesinarlo.
No, tampoco Napoleón usó los cañones para bombardear las pirámides. Y su ejército padeció una epidemia de peste en Egipto, algo que el guion de la película se salta. También me parece una concesión a la galería el ver a Napoleón luchando en el frente como un soldado más. No, él era un estratega, y encima, antes y durante la batalla de Waterloo sufría graves problemas gástricos y fuertes dolores causados por las hemorroides, detalles que la película ni siquiera insinúa. Se hace eco de la falsa leyenda del hijo de Josefina que quiere recuperar el sable de su padre para documentar el primer encuentro entre los futuros esposos. En verdad, ambos se conocieron en la casa de madame Tallien, de quien Josefina se había hacho amiga durante una estancia compartida en la cárcel.
No se trata de que una obra de ficción haya de ser fiel a la historia, pero sí se debe tener en cuenta la pedagogía que implica para millones de personas iletradas que jamás se acercarán a una biografía de Napoleón (la de Emil Ludwig es antológica), pero sí consumirán vídeos a toda máquina. De resto, lo que engrandece a este portento del séptimo arte es la interpretación de Joaquin Phoenix y Vanessa Kirby. El primero está astutamente grandioso, y la segunda, maquiavélicamente hermosa. Los dos han bordado un papel en el que resucitan a sus personajes de un modo increíble. Ahí radica la magia del cine. Es una venganza contra el tiempo que se lo lleva todo. Es una pena que no se focalizara más la atención en la reina María Luisa, quien sí dio un hijo a Napoleón y decidió acompañarlo en su exilio contra los dictados e intereses de su propia familia austriaca. La actriz Anna Mawn hace una corta aparición, pero aún así está magnífica y totalmente verosímil. Catherine Walker en el papel de María Antonieta se muestra angustiada y perfecta.
Las relaciones sexuales entre Napoleón y Josefina se nos muestran de una forma ridículamente grosera. Creo que desmerecen la grandeza del drama. No eran necesarias y desentonan. No se trata de puritanismo, sino de respeto a las figuras históricas. El actor que actúa como Robespierre parece el mismísimo Maximilien revivido. ¡Qué gran reparto! Hasta el zar Alejandro de Rusia encuentra una lucida representación en el actor Edouard Philipponnat. Los diálogos son buenos, y aunque no se resalta la inteligencia de Talleyrand o la sagacidad de Fouché, estos dos políticos realizan una fugaz aparición que les era debida por su peso en la historia. Y no, Napoleón no contempló la decapitación en la guillotina de María Antonieta, porque él estaba en Toulon en ese preciso instante luchando contra los ingleses, aunque hay que reconocer que impacta pensar que podía haberse hallado entre la muchedumbre ansiosa de sangre en la plaza de la Concorde.
(1805 - 1809)
Jacques-Louis David
(París, 1748 - Bruselas, 1825)
(Museo del Louvre)
(Museo del Louvre)
La crítica en general reprocha la escasez de vestuario en el caso del emperador, y la grisura de la fotografía. Ensalza, por contra, las escenas de batallas, en una de las cuales, la de Borodino, Ridley Scott magnifica la violencia del frente con un lago helado donde se hunden los soldados y los obuses. Una opción que no es del todo verídica, pero que sí es aceptable por su espectacularidad fantástica. Pudo recurrir a frases inteligentes de Napoleón, y sólo utilizó prácticamente una, cuando afirmó que los rusos luchaban por dinero y los ingleses por honor, justo aquello de lo que carecían los dos. En definitiva, creo que debe agradecerse el hecho de que alguien se atreva a abordar la figura controvertida de un hombre que defendió la Revolución para convertirse él mismo en todo lo contrario, un táctico militar al que derrotaron en Waterloo porque no contaba con que el duque de Wellington recibiera los refuerzos prusianos del comandante Blücher. Un ¡hurra! por Ridley Scott. Ahora lo que hace falta es que alguien en la industria del cine haga lo propio con Julio César.
(Reseña escrita por Andrés González Déniz)
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