lunes, 4 de septiembre de 2017

Entes repulsivos viven en el espacio esperándonos

 
Son dos horas de acción en algún lugar remoto del universo
 
ALIEN: COVENANT
(2017)

Ésta es sólo una de las precuelas previstas para “Alien: el octavo pasajero” (1979) que trata de explicar el origen del monstruo protagonista en un planeta lejano y cómo se infiltró en la nave “Covenant”. Treinta y ocho años después de la película que está dando origen a toda una saga, Ridley Scott escarba en la génesis de la maléfica criatura con la ayuda de los guionistas Dante Harper y John Logan. La superproducción tuvo un coste de 97 millones de dólares que afortunadamente se ha saldado con más de 233 millones de recaudación. Gracias a este éxito cabe esperar más apuestas de terror y ciencia ficción en manos de este director.
 
 
Hans Ruedi Giger
(Coira, Suiza, 1940 - Zúrich, 2014)
Un genio del que afortunadamente se conserva parte de su obra en un museo personal dedicado a sus creaciones en el pueblo suizo de Gruyères
 
La escenificación resulta gótica y sombría en gran parte del metraje. Un inicio de carácter filosófico, cuestionándose el origen de la vida racional, abre paso a la espectacularidad de una gigantesca nave, la "Covenant", de la que surgirá un módulo de aterrizaje para explorar de dónde vienen unas señales de radiación que parecen humanas. Su destino en principio era el planeta “Origae-6”, pero cambiarán el rumbo para investigar la procedencia de los ruidos por si se tratara de algún humano pidiendo socorro. Es de lamentar la ligereza con la que aquí el personaje Tennessee, interpretado por Danny McBride, lleva puesto un sombrero de cowboy que resta credibilidad a la historia. Las fanfarronadas con las que la tripulación afronta las situaciones de riesgo excesivo tampoco son adecuadas ni muy verosímiles y parecen más una concesión a esa clase de público que busca diversión grosera antes que seriedad en los planteamientos.
 
 
Hans Ruedi Giger seguramente tuvo un vasto campo de inspiración en el implacable mundo de los insectos para concebir los endriagos que diseñó
 
Salvando estos dos matices negativos y anecdóticos, la cinta se digiere bien y colma las expectativas de los adictos al género del terror alienígena y viscoso. No hay compasión por las víctimas que van muriendo infectadas o debido a los ataques de los depredadores neomorfos. La maldad del ser humano se proyectará incluso más allá de sus propias limitaciones físicas con la creación de un androide artificial llamado Walter que será la prolongación de su propio espíritu perverso y destructivo. Otro androide idéntico, David, expondrá la mejor cara de las virtudes humanas, pero morirá a manos de su mellizo biónico maligno precisamente en el ejercicio de la responsabilidad moral con la que fue creado.
 
 
Michael Fassbender
(Heidelberg, Alemania, 1977)
Frente a frente con la mala bestia que quiere aniquilarnos
 
Michael Fassbender interpreta a estos dos robots y lo hace de una forma tan increíble que se convierte en el impacto más perdurable del largometraje. Su dramatización excede lo que cabría esperar de un actor. Alcanza una perfección inimaginable. Sus movimientos, la dureza de su expresión facial o la manera de hablar consiguen que no sea necesario revestirlo de apósitos metálicos para que parezca un humanoide. Para colmo, se desdobla haciendo de Walter y de David, parangonando el mito bíblico de Caín y Abel. Solamente por ver su trabajo estaría justificado disfrutar de este largometraje, que no todo van a ser efectos especiales en la viña del espectador.
 
(Reseña escrita por Andrés González Déniz)
 
 
Katherine Waterstone
(Londres, Inglaterra, 1980)
Al igual que la enchufada Sigourney Weaver no era la actriz más apropiada en su momento por sus insulsas dotes interpretativas, esta mujer con su carita de niña inocente que nunca ha roto un plato no da la imagen de militar duro necesaria para el papel que realiza

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