Estatua de Cristóbal Colón erigida en 1888 al inicio de las Ramblas
LA PAJA Y LA BUTIFARRA
Si finalmente bajan a Colón de su
fálica columna en Barcelona, habría que convencer a la CUP para que Hugh Hefner
ocupase su lugar. Ambos pioneros abrieron nuevos mundos al contribuyente,
aunque uno se especializó en la geografía exterior y otro en la íntima. El
fundador de la revista “Playboy” democratizó la masturbación, y el “Proceso” no
es otra cosa que la gran eyaculación del onanismo catalán, una mancha daliniana
que se extiende bombeada por el impúdico frenesí de unos narcisos enamorados de
su diferencia, sin reparar en que aquí a cada cual le cuelga la suya propia y
la usa cuando puede y la Constitución se lo permite.
Hugh Marston Hefner
(Chicago, Illinois, 1926 - Los Ángeles, California, 2017)
Editor, redactor, bon vivant y empresario creador del imperio "Playboy"
Pero será difícil convencer a la CUP. No se puede decir que Hugh Hefner fuera un partidario estricto de la paridad, pues en algunas de sus fiestas se contabilizó a cien mujeres por cada diez hombres. Tampoco la lujosa y lujuriosa mansión de “Playboy” resiste la inscripción en el catastro de sedes antisistema, aunque cuando abrió sus puertas en la puritana América de 1959 levantó bastante más escándalo que la propuesta cupera del regreso a Altamira, con sus esponjas vaginales y sus crías compartidas por la tribu. Qué digo escándalo: el uso propagandístico de crías humanas de encaste netamente catalán es el último hito en la normalización social del despotismo.
Este es el pretendido acto fundacional del nuevo estado catalán:
una carnavalada de jóvenes con lavado de cerebro soberanista
El siguiente paso demandará la aplicación de cribas espartanas a los bebés que balbuceen sospechosos fonemas mesetarios, todo ello documentado por la tele autóctona y expuesto en reportajes de sonrosada factura. Hay demasiada gente que exige sanciones ejemplares para Juan y Medio por tijerearle la falda a su compañera y cómplice, pero luego ruega comprensión para una banda de supremacistas que exhiben su madrugador apostolado del odio camuflado de sonrisa. Crearemos súbditos, escolti, pero no sexistas. Esperemos que esos pobres niños, cumpliendo una sana ley histórica, se venguen un día de sus padres.
Los "analfabestias" al poder con los brazos estirados al estilo nazi
Eso hizo Hefner. Educado en el rigor prohibitivo de una familia metodista, el joven Hugh un día cogió la puerta y optó por experimentar la libertad, una ideología que siempre nos parece muy superior a cualquier otra a condición de que la hayamos probado alguna vez. Se hizo periodista. Y después se hizo editor erótico, con los resultados conocidos. Su publicación revolvió cuerpos diabólicos con mentes gloriosas, de Monroe a Margaret Atwood, de Madonna a Truman Capote. Su decadencia se hizo inevitable, no tanto por la gratuidad del porno ubicuo en la era digital —y digital en el más amplio sentido— como por el creciente triunfo del puritanismo intelectual, ése que mientras predica el amor libre encadena el pensamiento salvaje, reacio a la estabulación en las cuadras de lo correcto.
La manipulación ideológica de los niños y su utilización al sacarlos a la calle para cantar himnos y colocar pegatinas recuerda las prácticas de regímenes siniestros como el de Corea del Norte. Ahora barajan usarlos como escudos humanos frente a la policía el 1 de octubre
Aunque el tributo escultórico que brindamos a la consideración de Ada Colau no prospere, ya nadie le arrebatará a Hefner el calor de vivir y morir rodeado de sus seres queridos. Que también fueran queridos por otros es lo de menos. A diferencia de la pulsión nacionalista, que se caracteriza por la restricción de lo ajeno, la pulsión erótica se define por la afirmación del otro, del distinto, y no acepta el sometimiento a criterios territoriales o lingüísticos, más allá de que la lengua pueda jugar un papel interesante en el proceso, menos mayúsculo pero más entretenido que el “Proceso”. Han despedido a Hefner como icono del exceso. Ojalá el lunes empecemos a despedir el 'prusés' como vicio excesivo que mantuvo esclavizados a los pajilleros de la identidad. Todo el santo día pelando la butifarra.
(Artículo de opinión escrito por Jorge Bustos y publicado
por
el periódico “El Mundo” el viernes 29 de septiembre de 2017)
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