CITA
Bien sea en la orilla del río
que baja de la cordillera
golpeando sus aguas
contra troncos y metales dormidos,
en el primer puente
que lo cruza
y que atraviesa el tren en un estruendo
que
se confunde con el de las aguas;
allí, bajo la plancha
de cemento,
con sus telarañas y
sus grietas
donde moran grandes
insectos
y duermen los murciélagos;
allí, junto a la
fresca espuma
que salta contra las piedras;
allí bien pudiera
ser.
O tal vez en un
cuarto de hotel,
en una ciudad a donde
acuden
los tratantes de ganado,
los comerciantes en
mieles,
los tostadores de café.
"Negociadores de reses"
(2003)
Domingo Díaz Mera
(Grandas de Salime, Asturias, 1956)
A la hora de mayor
bullicio en las calles,
cuando se encienden
las primeras luces
y se abren los
burdeles y de las cantinas
sube la algarabía de los tocadiscos,
el chocar de los
vasos
y el golpe de las bolas de billar;
a esa hora convendría
la cita
y tampoco habría esta
vez
incómodos testigos,
ni gentes de nuestro
trato,
ni nada distinto de
lo que antes te dije:
una pieza de hotel,
con su aroma a jabón barato
y su cama manchada por la cópula urbana
de los ahítos
hacendados.
O quizá en el hangar
abandonado en la selva,
a donde arrimaban los
hidroaviones
para dejar el correo.
Calle Real de Bogotá, hoy Carrera Séptima, en 1949
Hay allí un cierto
sosiego,
un gótico recogimiento
bajo la estructura de
vigas metálicas
invadidas por el
óxido
y teñidas por un
polen color naranja.
Afuera, el lento
desorden de la selva,
su espeso aliento
recorrido
de pronto por la
gritería de los monos
y las bandadas de
aves grasientas y rijosas.
Adentro, un aire
suave poblado de líquenes
listado por el tañido
de las láminas.
También allí la
soledad necesaria,
el indispensable desamparo,
el acre albedrío.
Otros lugares habría
y muy diversas circunstancias;
pero al cabo es en
nosotros
donde sucede el
encuentro
y de nada sirve
prepararlo ni esperarlo.
La muerte bienvenida
nos exime de toda vana sorpresa.
El río Serpiente que nace en el Parque Nacional de Yellowstone
UN BEL MORIR
De pie en una barca detenida
en medio del río
cuyas aguas pasan en
lento remolino
de lodos y raíces,
el misionero bendice
la familia del cacique.
Los frutos, las joyas
de cristal,
los animales, la selva, reciben
los breves
signos de la bienaventuranza.
Cuando descienda la
mano
habré muerto en mi
alcoba
cuyas ventanas vibran
al paso del tranvía
y el lechero acudirá
en vano
por sus botellas vacías.
Para entonces quedará
bien poco de nuestra historia,
algunos retratos en
desorden,
unas cartas guardadas
no sé dónde,
lo dicho aquel día al
desnudarte en el campo.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
Todo irá desvaneciéndose en el olvido
y el grito de un mono,
el manar blancuzco de la savia
por la herida corteza
del caucho,
el chapoteo de las
aguas
contra la quilla en viaje,
serán asunto más
memorable
que nuestros largos abrazos.
(Poemas escritos por Álvaro Mutis)
Álvaro Mutis
(Bogotá, 1923 - Ciudad de México, 2013)
El monarca de la poesía ha abdicado de seguir escribiendo
la crónica regia sobre las aventuras de Maqroll el Gaviero
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