sábado, 4 de julio de 2009

La voz de las lágrimas (su vida no fue de rosas)



LA GARGANTA DEL GORRIÓN DE FRANCIA

Cuando la vida era un parque de diversiones en Coney Island,
Edith Piaf aún no sabía lo que le esperaba. Marcel Cerdan
iba a morir en las Azores. Un trágico accidente aéreo
se lo llevaría mientras ella le esperaba en Nueva York.



Una noche regresaron a la niñez en el tren de los fantasmas,
un día hubo en que fueron felices sobre caballos de plástico,
girando vueltas sobre ellos mismos, como la vida y la muerte
lo hacen de principio a fin. Cerdan procedía de Casablanca,
donde tenía esposa e hijos que no impidieron la aventura
de compartir un amor intenso con la mujer de la voz de pájaro.



El veintiocho de octubre de mil novecientos cuarenta y nueve
se estrelló el avión en que volaba sobre la isla de San Miguel.
Una historia quedaba truncada y el dolor grabado a flor de piel.
Marlene Dietrich le comunicó la desgracia antes de que cantara
en el café-cabaret Versailles. Cuentan que Edith cantó drogada
y que lo hizo mejor que nunca, como si hubiera suplantado
a Gardel. A partir de ahí se sucedieron los romances, pero
ninguno sustituyó a Marcel. Superó dos graves accidentes
de coche, aupó a cantantes jóvenes al estrellato, juntándose
a ellos como amante. Solía rezar en la iglesia del Sacré Coeur
e inyectarse morfina para neutralizar el espanto. Sufrió
visiones al desintoxicarse para luego volver a caer.



Creció en un lupanar rodeada del cariño de suripantas
y el lujo de las meretrices que la mimaban con sus regalos.
Se inundó de alcohol, albergó entre sus alas a Moustaki, Montand
y Aznavour. Conoció la pobreza, derrochó con las manos llenas,
pero siempre se recuperó otra vez. Sus restos descansan frágiles
en el cementerio de Père Lachaise, muy próximo a Ménilmontant,
el barrio obrero donde nació en el año mil novecientos quince.



Siendo niña estuvo a punto de quedar ciega y se curó gracias
a la virgen de Lisieux. Su padre quería hacer de ella una acróbata
como él lo era en alcobas fuera del hogar. A los diecisiete años
no volvió a verlo más. Empezó cantando en la calle por limosna.
Camille Ribon fue su primer manager. Consiguió trabajo en un club
de la calle Pigalle para cantar, barrer y fregar los platos. Nada
que ver con los candidatos a intérpretes de ahora. Amaba
los trajes militares. Su primer novio legionario cayó muerto
en el norte de África. Otro amante, Louis Dupont, la preñó
de una preciosa niña a la que llamaron Cécelle. Él la raptó
hasta reaparecer e informarle de que estaba enferma. Murió
de meningitis en el hospital Tenon junto a su madre. Un golpe
duro para quien había hecho de la libertad su way of life.


Se emparejó con un proxeneta que pretendía explotarla.
Seducía a viejas para robarles. Prostituía a jóvenes.
Cuando quiso dejarlo estuvo a punto de matarla. La salvó
llamarle cobarde mientras él la encañonaba con su pistola.
Formó triángulo amoroso con un marinero, un militar
y un obrero de minas subterráneas. Éste juró vengarse
cuando lo descubrió y la amenazó de muerte durante años.




Nunca fue una vampiresa. Era de baja estatura y poco agraciada.
Llegó a sentirse fea y despreciable. Quizá por eso se volcó en tener
amantes jóvenes. La acusaron de haber asesinado a su promotor
homosexual Louis Leplée. La interrogaron, pero nunca consiguieron demostrarlo.
En la ciudad de Brest organizaba orgías con marineros en la habitación
de su hotel de campaña, encerrándolos para que no huyeran mientras actuaba.




Ingería cantidades enormes de coñac, vino y champagne hasta el delirio.
Así ocurría que cantaba la vida tal como es y no como desearía
que fuera. Se emparejó con un dandy pedante, Paul Merisse, y no lo soportó
por sus remilgados modales de señorito. En cambio, le encantó el salvajismo
frenético de Jean Cocteau. Pasado un tiempo se enamoró de Henri Contet,
un ingeniero que siempre buscó pretextos para no tener que compartir su casa.
La Piaf, desengañada, cantó en conclusión que si el amor es de verdad hermoso
no durará mucho. Su apartamento se convirtió en una casa de placer
donde gente fugitiva de los nazis planeaba la huida. Ella protegía
y amaba, su avidez libidinosa sólo era comparable al trinar
de sus cuerdas vocales. Trabajó en un prostíbulo de lujo para oficiales
alemanes de la Wehrmacht hasta justo un año antes de hacer el desembarco
en Normandía los aliados. Volvió a intentarlo con el crooner Eddie Constantine,
un barítono de ópera frustrado que había acompañado a Sinatra
y al "jazzista" Louis Armstrong, alguien que terminó dejándola por su propia familia
previamente fundada. Luego vino el ciclista André Pousse, quien no soportó
la sospecha de adulterio que en Edith fue siempre un grave vicio insaciable.




Triunfó en el estrado del Olympia de París cuando ya era casi un cadáver
medio amnésico, alcoholizado y morfinómano. Embelesó a otro
jovenzuelo que respondía por Félix Martin. Tras nuevas trifulcas, como solía
tener antes, se separaron. Entonces vino el inesperado desastre físico:
Edith Piaf quedó atrapada dentro de la chatarra de un Citroën que volcó
por tratar de eludir un camión que se cruzó delante. Se desgarró el labio
superior y se le rompieron dos tendones de su mano derecha. Aún sangraba
cuando la llevaron en volandas hasta el hospital de Rambouillet. Dejó de comer
para alimentarse de la bebida. En el hotel Waldorf-Astoria se desplomó
vomitando sangre viscosa, pues para ella dormir era como perder el tiempo.



Regresó enseguida a buscar el enamoramiento, esta vez en un pintor,
Douglas Davies. Con él sufrió un segundo accidente de tráfico que la dejó
con varias costillas fracturadas. Encima, comenzó a abusar de la cortisona
para amortiguar los padecimientos del reúma. Gracias a la droga morfina
continuaba aguantando giras para poder pagar los hoteles y hospitales.




En el frío Estocolmo, mientras actuaba en la sala Bernsbee, huyó despavorida
del escenario. Decía ver monstruos que le carcomían las vísceras genitales.
La operaron de pancreatitis, y al abrirla, los cirujanos descubrieron
que se hallaba corrompida por un cáncer. En su última actuación parisina
logró cantar que no se arrepentía de nada de lo que hizo en el pasado.
Su amor final fue otro cantor arribista, un griego apellidado Sarapo,
quien heredó de ella deudas en lugar de alhajas. Murió en Grasse, en la Provenza,
esa costa azul francesa donde se retiran los ricos, artistas y gánsteres.

(De mi libro Breviario de fervores y rechazos, Madrid, Edición personal, 2006, 163 págs.)

Tumba de Édith Giovanna Gassion
"Edith Piaf"
(París, 1915 - Plascassier, 1963)
en el cementerio de Père Lachaise

1 comentario:

  1. Para mi, Andrés, mejor "Non, je ne regrette rien" que "La vie en rose". Cuestión de gustos. ¿Todos los grandes han de tener una vida tormentosa y llena de vicio? La de Charlie Parker tampoco tiene desperdicio. Gracias por la visita y saludos lelos!!!

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