martes, 6 de octubre de 2015

El hombre que siempre se sobrepuso a las derrotas


 
Yasser Arafat
(Mohammed Yasir Abdel Rahman Abdel
Raouf Arafat al-Qudwa al-Husseini)
(El Cairo, Egipto, 1929 - Clamart, Francia, 2004)
Líder nacionalista palestino y premio Nobel de la Paz en 1994
 
ARAFAT NOS HABLA
 
Vivíamos bajo el protectorado de los británicos
y en lugar de concedérsenos la independencia
fuimos convertidos en apátridas y refugiados.
 
Me crié en Jerusalén, la ciudad sagrada y vieja,
pero nací en Sakakini, un barrio de El Cairo
donde convivía la gente libanesa, armenia,
judía, palestina y griega. Cuando tenía cuatro
años de edad murió mi pobre madre Zahwa. Fui
un muchacho hiperactivo y con dotes de mando.
 
 
Arafat en su juventud durante los años 40
 
Estudié ingeniería, dejándola en la época
de los movimientos estudiantiles cuando el “Sábado
Negro” dejó un reguero de asesinatos en la
ciudad cairota. En mil novecientos cincuenta y seis
viajé a Praga para celebrar mi primer congreso.
Allí estrené la kefia blanca en forma de daga que
sería mi imagen de marca ante todo el mundo.
Quienes me conocieron saben que mis planes entonces
eran arrojar a los judíos al Mediterráneo.
 
Al regresar tomé rumbo al pequeño Kuwait porque
allí podría hallar dinero, libertad y contactos.
Comencé a publicar en ciclostil una revista,
“Filastinuna”, que luego trasladé hasta Beirut,
donde fundé con Abu Yihad y Adel Abdelkarim
el grupo armado de “La conquista” o “Al Fatah”
que, a la inversa, significa muerte: “Hataf”. Eso
es lo que coseché durante mi vida desde Múnich
hasta los atentados suicidas en Hebrón y Haifa.
 
 
En sus comienzos como activista político partidario de la lucha armada
 
Confundí los deseos con la realidad. Mentí
sobre mis recursos militares para atraer
nuevos reclutas a una causa que consideré justa.
Libia, Irak y Arabia Saudí, con sus donaciones,
convirtieron mi organización, la OLP,
en el grupo terrorista más rico de la Historia.
 
El fatuo Hussein de Jordania me disputó el puesto
de padre de la patria, lo mismo que hizo el sirio
Hafez al-Asad, pero ambos murieron sin lograrlo.
Argelia y Túnez me cobijaron cuando salí
derrotado del Líbano. Hasta Cartago llegó
el brazo de la venganza israelí asesinando
a mi amigo Kalil al Wazir, alias Abu Yihad,
el guerrero incansable que planeó el ataque
suicida de un comando a la central nuclear
de Dimona. Escogí el membrete de “Al-Asifa”
o “La Tormenta” para distraer la atención pública
sobre mi partido y hacer creer que otro grupo
de asesinos operaba. Además, si fracasaban
sus objetivos, mi nombre quedaría impoluto.
 
 
Con el inescrupuloso Muamar el Gadafi en Trípoli
 
 Pasé la vida viajando. Sobreviví a un desastre
aéreo en el desierto libio con el que pude
aumentar el mito de mi invulnerabilidad.
Ariel Sharon trató de aniquilarme en Beirut
y Túnez, consiguiendo en ambos casos fracasar.
 
 
Mural con Yasser Arafat en la ciudad cisjordana de Ramala
 
Muchos enemigos fabulan que si salvé la piel
era por estar en tratos secretos con el Mossad,
cuando la verdad es que nunca ha existido nada
que me desviara del propósito de dar una patria
a mi pueblo. La Guerra de los Seis Días desnudó
la jactancia de mi antecesor oficial, Shukairy,
cuando dijo que el panarabismo exterminaría
a Israel del todo. La primera ministra judía,
Golda Meir, en respuesta afirmó que los palestinos
no existían. En Karameh conseguí una victoria
gracias al sacrificio de diecisiete fedayines
y al apoyo jordano. Empecé a ser conocido
como Abu Ammar, “padre” o “elegido”. El ansia
de notoriedad insufló a mi ego la voluntad
para ir de un lado a otro alojándome en suites
de lujo, dar publicidad a la causa palestina
y pedir dólares. En una academia de Nanking
adiestré a los oficiales de mi ejército, dos mil
hombres bien pertrechados con kalashnikovs y granadas.
Permití que incluso niños de ocho años formaran
la sección “Ashbal” (“cachorros”) en los grupos terroristas.
 
 
Junto a Bill Clinton en la fracasada segunda cumbre de Camp David
 
Dicen que en la guerra todo vale, y que el fin
justifica los medios. Rusos y chinos me veían
como un camarada antiimperialista. El rey
Faisal de Arabia, como un devoto que intentaba
recuperar los Santos Lugares de Jerusalén.
De todos ellos obtuve recepciones y apoyo.
Afirmé trasladar la democracia a Palestina
pero, sin embargo, dirigí con mano de autócrata
la cúpula corrupta de mi organización, desviando
fondos y llamando “perros” e “hijos de perra” a quienes
me lo criticaron. Estuve en procesos de paz
que se malograron por la reticencia de los míos
al reconocimiento del derecho a la existencia
de Israel. Débil y exhausto, resistí en Ramala
los continuados bombardeos que tal vez merecí
por abrazarme a Sadam Hussein cuando esperaba
que el baasista iraquí se hiciera con el petróleo
de Kuwait y atacara con misiles a la nación
israelí. Él fue quien ordenó matar a mi mano
derecha, Salah Kalaf, en casa de Abdul Hamid.
 
Permanecerá por siempre en el misterio si el día
de mi muerte, tras estar en coma, me envenenaron.
 
(Poema escrito por Andrés González Déniz)
  
 
 Arafat cuando lo trasladaron a París por su precario estado de salud

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