(1937)
Pablo Ruiz Picasso
(Málaga, 1881 - Mougins, 1973)
Este mural fue el resultado de un encargo del gobierno de la República española (a través de Josep Renau, Luis Lacasa, Juan Larrea, Max Aub y José Bergamín), que pagó a Picasso unos 200.000 francos de la época por hacerlo, nueve veces más de lo que hasta entonces había cobrado por una de sus obras de arte más cotizadas el pintor comunista
Este mural fue el resultado de un encargo del gobierno de la República española (a través de Josep Renau, Luis Lacasa, Juan Larrea, Max Aub y José Bergamín), que pagó a Picasso unos 200.000 francos de la época por hacerlo, nueve veces más de lo que hasta entonces había cobrado por una de sus obras de arte más cotizadas el pintor comunista
TIERRA QUEMADA
En las evaluaciones sobre estos
últimos años nadie parece caer en la cuenta de la devastación que ha sufrido
nuestro país en todo lo relacionado con la educación, la cultura y el
conocimiento. En los programas electorales que van adelantándose en los simulacros
de debates políticos de la televisión tampoco parece que haya sitio para
reflexionar sobre esos problemas, y ni siquiera para mencionarlos. La política
consiste sobre todo en hablar a gritos de política. El declive de la enseñanza
pública ya no es ni siquiera noticia, a no ser que un profesor resulte
gravemente agredido por un papá o una mamá que no hacen nada por educar a su
hijo, pero no toleran que la criatura se lleve el más tenue sinsabor en el
aula. Un ministro de Educación frívolo y chulesco se fue a París con un cargo
opulento dejando a otros la tarea de poner en marcha la nueva ley inútil,
confusa y no debatida ni pactada con nadie. Que la ley borrara la Filosofía de
la enseñanza no quiere decir que fuera favorable al conocimiento científico. El
analfabetismo unánime sigue siendo la gran ambición de la clase dirigente y de
la clase política en España.
José Ignacio Wert
(Madrid, 1950)
Una de las lumbreras salidas del colegio Santa María del Pilar de Madrid que no tuvo arrestos para disminuir el IVA ni para corregir los modelos sociales de la telebasura que se erigen como ejemplos a seguir en España
Un profesor universitario de
letras que acaba de jubilarse por abatimiento me cuenta que se cansó de
corregir las faltas de ortografía de muchos estudiantes con la misma dedicación
que si diera clases en Primaria; profesores de ciencias me dicen que hay cada
vez menos alumnos en las carreras de Física o Química. En cualquier capital
extranjera donde he estado en el último año me encuentro con los mejores entre
los que sí han aprendido: descubren la sorpresa de trabajar en atmósferas
favorables a la investigación y al estudio, sin el castigo agotador de ir
contracorriente; en la mayor parte de los casos aceptan con melancolía la
evidencia de que si quieren progresar en lo que hacen, el precio será no poder
regresar. Grave es que los nativos tengan vedado el regreso, pero igual de
grave es que no haya posibilidad de atraer al talento forastero. Nada es más
fácil que un gran matemático de Nueva Delhi encuentre un puesto en una
universidad de California, pero es muy probable que ni al más brillante
profesor de la Universidad de Jaén se le abra nunca la posibilidad de conseguir
una plaza en la de Murcia.
Alfredo Pérez Rubalcaba
(Solares, Cantabria, 1951)
Cuando fue ministro de Educación comenzó la deriva de la enseñanza en España que habían programado deteriorar sus antecesores Javier Solana Madariaga y José María Maravall, todos al son de la flauta que soplaba el catedrático de Psicología Evolutiva Álvaro Marchesi
Del presidente del Gobierno se
sabe que es lector del diario “Marca” y de La
catedral del mar de Ildefonso Falcones. El ministro de Justicia declara que
la tortura pública del toro de Tordesillas es una noble tradición cultural. Las
únicas tradiciones culturales que se preservan son las que contienen residuos
de barbarie o de oscurantismo religioso. El ministro de Economía y el ministro
de Hacienda se aseguran de arruinar el teatro con un IVA del 21%. Las televisiones
públicas dedican sus mejores horarios al fútbol, a los chismes del corazón y al
adoctrinamiento identitario. Se dan ayudas públicas a los bancos y a los
fabricantes de coches, pero no a la industria del libro ni a las librerías. Lo
que han hecho por los libros estos Gobiernos recientes es cancelar las compras
para las bibliotecas. En las de los Institutos Cervantes no hay novedades de
los últimos años, y hace tiempo que se cancelaron las suscripciones a las
revistas culturales. El desguace de la capacidad de acción cultural de los
Cervantes y su sometimiento cada vez mayor a presiones de políticos y
diplomáticos es uno de tantos desastres ocultos de estos últimos años.
Mariano Rajoy Brey
(Santiago de Compostela, 1955)
El hombre de Estado que no ha sabido detener la rebelión de nobles catalanes que disfrazan sus apetencias de poder con el soberanismo populista; el presidente que prometió bajar los impuestos y los subió; el político que presume de combatir la crisis económica pero de la degradación cultural y moral del pueblo español no habla ni hace nada
Hace unos días, en este mismo
periódico, Diego Fonseca contaba la historia vergonzosa del legado de Santiago
Ramón y Cajal. Treinta mil objetos que atestiguan la vida, los logros
científicos y los intereses variados de uno de los grandes héroes intelectuales
de nuestro país están arrumbados en una sala de reuniones en la sede del
Consejo Superior de Investigaciones Científicas: sus papeles, sus fotografías,
sus diplomas, sus dibujos prodigiosos, sus microscopios, los objetos que
tocaron sus manos y formaron parte de su vida. Entre 1984 y 1997 esos tesoros
habían estado amontonados en un sótano. El deterioro de materiales tan frágiles
como manuscritos y placas fotográficas es irreversible. Quién imagina que
pudiera suceder algo parecido en Francia con el legado de Pasteur o con el de
Darwin en Inglaterra. El año pasado Javier Sampedro informó de la desaparición
escandalosa de la mayor parte de la correspondencia de Cajal: 12.000 cartas que
atestiguarían su vida privada y sus intercambios incesantes con los mejores
neurólogos de la época. El profesor Juan Antonio Fernández Santarén, editor de
esa correspondencia, ha denunciado la cadena de irresponsabilidades, de
negligencia, de pura desvergüenza, que hizo posible tal despojo: alguien robó
en 1976 unas 15.000 cartas depositadas en el CSIC. Unas 3.000 cayeron en manos
de un librero de viejo, que al menos tuvo el gesto de vendérselas a la
Biblioteca Nacional. De las demás no hay ni rastro.
La diarquía española de la telebasura
He estado leyendo estos días los Recuerdos de mi vida de Cajal, en una
excelente edición del profesor Fernández Santarén. En ese libro están algunas
de las mejores páginas memoriales que se han escrito en España. Es el relato de
un largo aprendizaje, heroico en su amplitud y en su dificultad, el de un chico
travieso y rebelde de pueblo, en un país atrasado y deshecho por convulsiones
políticas, que descubre primero su amor por los animales, por la botánica y el
dibujo, y luego su vocación científica, en la que es decisiva su curiosidad
congénita y su talento de artista. Llegado a la investigación justo después de
los hallazgos formidables de Darwin y Pasteur, Cajal estableció algunos de los
cimientos sobre los que todavía se sostienen la biología y la neurociencia. Si
nuestra cultura científica no mereciera más desprecio todavía que la literaria
o la artística, seríamos conscientes de que Cajal es una de las pocas figuras
de verdad universales que ha dado nuestro país: como Cervantes, o García Lorca,
o Picasso, o Manuel de Falla, o Velázquez.
Santiago Ramón y Cajal
(Petilla de Aragón, 1852 - Madrid, 1934)
Premio Nobel de Medicina en 1906
A Cajal su educación como dibujante y su sentido estético le ayudaron a dilucidar la anatomía fantástica de las neuronas. Y su mirada de científico le permitió juzgar con más lucidez que cualquiera de los santones del 98 los motivos del atraso español e imaginar políticas sensatas para empezar a remediarlo. Cajal vivió como oficial médico la primera guerra de Cuba y no olvidó nunca los efectos terribles de la frivolidad política, la incompetencia militar, la corrupción que enriquecía a oficiales e intermediarios con el dinero robado a la alimentación y a la salud de los soldados, que morían de malaria y disentería en hospitales inmundos. En su adolescencia asistió a la hermosa revolución liberal de 1868, tan rápidamente malograda; tuvo una vida tan larga que vio también en su vejez la otra ilusión renovadora de la II República. Hasta sus últimos días vindicó los mismos ideales prácticos que lo habían sostenido en su aprendizaje de científico y de ciudadano: curiosidad, educación, esfuerzo disciplinado, ambición lúcida, patriotismo crítico. Que la mayor parte de sus cartas se haya perdido y que su legado permanezca arrumbado en un almacén es una calamidad y una desgracia, pero también es un síntoma de todo lo bajo que hemos caído, de todo lo más bajo que todavía podemos caer.
(Artículo de opinión escrito por Antonio Muñoz Molina y
publicado
por el periódico “El País” el viernes 23 de octubre de 2015)
Antonio Muñoz Molina
(Úbeda, Jaén, 1956)
Escritor y miembro de la Real Academia Española de la Lengua
Premio "Príncipe Asturias de las Letras" en el año 2013
(Úbeda, Jaén, 1956)
Escritor y miembro de la Real Academia Española de la Lengua
Premio "Príncipe Asturias de las Letras" en el año 2013
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