martes, 21 de septiembre de 2010

La tragedia de no poder instalarnos en la felicidad


Matar para vivir es el destino de los carnívoros


Jack (George Clooney) es un asesino a sueldo, pertenece a una restringida clase de sicarios especializados en liquidar espías. Una misión que le encomendaron en Dalarna (ciudad sueca en el centro de la península escandinava) ha salido mal porque le han localizado y tratan de eliminarlo. En la operación se ve obligado a matar a su propia pareja para no dejar rastro de ningún tipo. Tras escapar disparando a todo enemigo que se encuentra, huye a Roma y desde allí a la región de los Abruzos, concretamente a Castelvecchio y Sulmona. Su jefe (Bruce Altman) es quien le proporciona coche, cobijo y un último encargo: confeccionar un fusil de precisión milimétrica.



Jack quiere abandonar el peligroso estilo de vida con el que se siente constantemente amenazado. Esta actitud despierta en el espectador todos los resortes primitivos del ser humano desde que habitó en las cavernas del Paleolítico. El peligro es constante y cualquier rostro puede ser el de un matón que viene a liquidarte. Excelente la tensión del momento en que Jack desconfía de la prostituta (Violante Placido) de la que se ha enamorado y con la que acude a un picnic junto al río Gizio. Sabe que ella guarda una pistola en su bolso y cree que va a sacarla para matarle. En realidad, lo que extraerá será una crema bronceadora, para alivio del protagonista y de los espectadores.



Jack no debe entrar en contacto con nadie del pueblo medieval ubicado en el centro de Italia. Sin embargo, el sacerdote del lugar, el padre Benedetto (Paolo Bonacelli), hurga con sus preguntas y adivina que late un hombre torturado dentro del misterioso visitante, tal como le ocurre a él mismo por haber tenido un hijo bastardo. Jack se considera indigno del interés de Dios por salvarle, puesto que entiende imperdonable su larga lista de asesinatos. Será el amor que siente hacia Clara, una prostituta de buen corazón, la que le haga concebir la esperanza de una nueva vida cuando cobre una opulenta suma de dinero por el arma automática que está perfeccionando en un taller mecánico.



El paisaje urbano de la película está presentado sin adornos, desgastado y viejo, tal como es en la realidad tras haber sobrevivido a la erosión de siglos y cientos de generaciones. Los espacios rurales aparecen desérticos, como si se quisiera rendir un homenaje a las películas del lejano oeste americano. Hay un momento de clímax en que una toma aérea muestra una panorámica que evoca al suelo lunar más que al terráqueo. Es la belleza adusta del corazón italiano. Es el campo de batalla en el que Sila inició la derrota de Mario durante la guerra civil del año 88 a. C. Son los áridos páramos por los que las tropas de Aníbal devastaron a las legiones romanas durante la segunda guerra púnica acaecida en el 211 a. C. Cuando miraba la pantalla del cine me parecía ver a los legionarios cargando con sus 45 kilos de impedimenta para acudir a una guerra en la que perecerían aniquilados por el ejército de Cartago.



El final es lo mejor de esta película dirigida por Anton Corbijn (Strijen, Holanda, 1955) con criterios europeos y no hollywoodienses. Poco antes de acabar el metraje, George Clooney realiza un papel muy difícil al tener que interpretar a un hombre que se está muriendo desangrado mientras conduce. Va en busca de la mujer que ama, a quien le ha dado un fajo de billetes con el que podrían emprender el sueño de una futura vida juntos. Se aproxima con la mano ensangrentada presionando la luneta delantera del coche. Parece que va a conseguirlo, que podrá recuperarse si encuentra pronto un médico. Ella sentirá el ruido del motor y se dará la vuelta, feliz al verle de nuevo. Jack tratará de sonreír mientras va poniéndose languideciente y pálido.



El rictus de la muerte se irá apoderando de su rostro hasta hacerle caer rendido sobre el claxon del volante, que no parará de sonar a partir de entonces. Ella correrá desesperada en su busca, cuando ya es demasiado tarde para todo. No hay nada que hacer. Los sueños siempre son imposibles. Para ellos no habrá nunca oportunidad de amarse y fundar una familia o vivir la plenitud del amor juntos. Me sentí identificado con este desenlace, pues creo que salvó la lentitud y tenue argumentación del resto del filme. Los hombres no pueden aspirar a ser como los dioses. La felicidad sólo está reservada para los que mueren y ascienden al paraíso. Nuestro reino no es de este mundo.

Al protagonista ni siquiera el amor de una mujer podrá salvarle

1 comentario:

  1. A mi me pareció un final tristísimo, estar tan cerca de la felicidad y no poder tocarla con las manos.

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