sábado, 16 de abril de 2011

Un buen poema walcottiano en dos variantes


Derek Alton Walcott
(Castries, Santa Lucía, 1930)

1

The chessmen are as rigid on their chessboard
as those life-sized terra-cotta warriors whose vows
to their emperor with bridle, shield and sword
were sworn by a chorus that has lost its voice;
no echo in that astonishing excavation.
Each soldier gave an oath, each gave his word
to die for his emperor, his clan, his nation,
to become a chess piece, breathlessly erect
in shade or crossing sunlight, without hours,
from clay to clay and odourlessly strict.
If vows were visible they might see ours
as changeless chessmen in the changing light
on the lawn outside where bannered breakers toss
and the palms gust with music that is time's
above the chessmen's silence. Motion brings loss.
A sable blackbird twitters in the limes.


Soldados del mausoleo del emperador Qin Shi Huang cerca de la ciudad de Xi'an

1A

Rígidas las piezas de ajedrez sobre el tablero
como esos guerreros de terracota a tamaño
natural cuyos votos, con escudos, espadas
y bridas, juró al emperador un coro afónico;
no hay ecos en aquella asombrosa excavación.
Cada soldado hizo una promesa, su palabra
dio de morir por su emperador, clan y nación,
para hacerse figura de ajedrez, sin aliento
ni horario, erecta a la sombra o bajo un sol al sesgo:
del barro al barro, e inodoramente leal.
Si las promesas se vieran, acaso las nuestras
serían piezas fijas bajo una luz mudable
en la hierba, donde olas prodigiosas estallan
y la música del tiempo rachea las palmas
sobre las mudas figuras. Pierde quien se mueva.
Un tordo azabache entre los limeros gorjea.

(Traducción de Luis Ingelmo)



1B

Las piezas de ajedrez yacen tan rígidas en el tablero
como esos soldados de terracota a escala real
cuyos votos al emperador con bridas, escudos y espadas
hubieran sido ritualizados por un coro que perdió la voz.
No hay eco en esta asombrosa excavación arqueológica.
Cada guerrero hizo un juramento, cada uno dio su palabra
de morir por el emperador, la tribu y la nación,
hasta convertirse en trebejos sin respiración y erectos,
tanto a la sombra como al sol, sin noción del tiempo,
del barro al polvo e inodoramente fieles y estrictos.
Si las promesas fueran visibles, ellos podrían ver
las nuestras como ajedrecistas estáticos
bajo una cambiante luz sobre el campo exterior
donde olas inmensas restallan y los aplausos
agradecen la música que corona afuera
su silencio dentro. El movimiento acarrea pérdidas.
Un mirlo negro canta en la frontera.

(Traducción de Andrés González Déniz)


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