ASESINATO DESPOSESIVO
¿No lo recuerdas? Cuando le hablabas de lo elegante
que estaba esa noche, de lo guapa que parecía
y lo bien que íbais a pasarlo juntos. De ese viaje
que realizásteis recién casados sin suponer nunca,
como le ha ocurrido, que tres puñaladas penetran
la carne fláccida de una mujer triste y madura.
¿No lo recuerdas? Cuando le hablabas de lo elegante
que estaba esa noche, de lo guapa que parecía
y lo bien que íbais a pasarlo juntos. De ese viaje
que realizásteis recién casados sin suponer nunca,
como le ha ocurrido, que tres puñaladas penetran
la carne fláccida de una mujer triste y madura.
Aquellas vacaciones dulces paseando por la playa
con el arrullo de las olas y el murmurar del agua,
se paralelizan posteriormente con las discusiones
y aquella salida de tono, aquel justo reproche
que provocó la irrupción luctuosa de la sangre
cuando él blandió un cuchillo sin más argumentos
que oponerle, sin más caricias en la recámara,
sin más deseos de poseerla, sin más pasiones
que la fiebre de la ceguera violenta del odio.
con el arrullo de las olas y el murmurar del agua,
se paralelizan posteriormente con las discusiones
y aquella salida de tono, aquel justo reproche
que provocó la irrupción luctuosa de la sangre
cuando él blandió un cuchillo sin más argumentos
que oponerle, sin más caricias en la recámara,
sin más deseos de poseerla, sin más pasiones
que la fiebre de la ceguera violenta del odio.
Y hubo una vez, claro que sí, aunque hoy borrosa
por la tragedia, en que celebraron la ceremonia
del altar, el intercambio de alianzas y las nupcias
matrimoniales durante una semana de luna
de miel. Posaron para las fotos, cruzaron miradas
de entrañable ternura, jubilosos abrazáronse,
dejando en portarretratos y álbum testimonios
de la lujuria sana, germen de familias futuras.
por la tragedia, en que celebraron la ceremonia
del altar, el intercambio de alianzas y las nupcias
matrimoniales durante una semana de luna
de miel. Posaron para las fotos, cruzaron miradas
de entrañable ternura, jubilosos abrazáronse,
dejando en portarretratos y álbum testimonios
de la lujuria sana, germen de familias futuras.
Ahora los niños lo saben, aunque no aceptan creerlo.
Lo han visto en los periódicos, lo dieron los noticiarios
de las televisiones, las cámaras captaron el reguero
de sangre roja coagulándose por la calle abajo.
“Mamá está muerta. Papá la ha asesinado”.
No hay ningún pensamiento libre de la angustia
Lo han visto en los periódicos, lo dieron los noticiarios
de las televisiones, las cámaras captaron el reguero
de sangre roja coagulándose por la calle abajo.
“Mamá está muerta. Papá la ha asesinado”.
No hay ningún pensamiento libre de la angustia
en el cerebro de estos niños.
“Mamá ha muerto.Papá la acuchilló”.
Repiten como martillo
con el asombro de sus ojos aterrorizados.
“Mamá ha muerto.Papá la acuchilló”.
Repiten como martillo
con el asombro de sus ojos aterrorizados.
Se conocieron siendo muy jóvenes,
reían por cualquier detalle.
Las cosas eran pasajeras,
Las cosas eran pasajeras,
ellos parecían interminables
en su ansiedad mutua, fervorosa,
de atracción irresistible.
Los jardines y calles de su ciudad
Los jardines y calles de su ciudad
les vieron pasearse,
bancos y césped de los parques
asistieron a sus abrazos,
la gente de la vecindad decía de ellos
asistieron a sus abrazos,
la gente de la vecindad decía de ellos
que formaban una pareja armoniosa.
A ella le siguen brillando los labios
con carmín resplandeciente en esa instantánea
de recién casados con una fuente luminosa al fondo.
Él la está mirando con amor masculino y sonríe.
de recién casados con una fuente luminosa al fondo.
Él la está mirando con amor masculino y sonríe.
No hubo, por el contrario,
quien pudiera captar el trance del crimen.
Quedarán los buenos momentos
Quedarán los buenos momentos
inmortalizados en papel agfa
mientras se desvanecen los horrores
mientras se desvanecen los horrores
cuando la memoria olvide
desapareciendo testigos directos
desapareciendo testigos directos
y herederos del trauma.
(Poema tomado del libro de González Déniz, Andrés:
Cartapacio de zozobra, Madrid, Edición personal, 2003, pp. 298)
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