sábado, 6 de julio de 2019

Aquel poeta devorador de periódicos y libros

  

Nicanor Parra
(San Fabián de Alico, 1914 - La Reina, 2018)
Un poeta que logró vivir 103 años
  
FRASES

No nos echemos tierra a los ojos.
El automóvil es una silla de ruedas.
El león está hecho de corderos.
Los poetas no tienen biografía.
La muerte es un hábito colectivo.
Los niños nacen para ser felices.
La realidad tiende a desaparecer.
Fornicar es un acto diabólico.
Dios es un buen amigo de los pobres.

REGLA DE TRES

Independientemente
de los veinte millones de desaparecidos,
¿cuánto creen ustedes que costó
la campaña de endiosamiento de Stalin
en dinero contante y sonante?
Porque los monumentos cuestan plata.
¿Cuánto creen ustedes que costó
 demoler esas masas en concreto?
Sólo la remoción de la momia
 del mausoleo a la fosa común
 ha debido costar una fortuna.
¿Y cuánto creen ustedes que gastaremos
 en reponer esas estatuas sagradas?

MOSCAS EN LA MIERDA

Al señor —al turista— al revolucionario,
me gustaría hacerles una sola pregunta:
¿alguna vez vieron una nube de moscas
revolotear en torno a una plasta de mierda
aterrizar y trabajar en la mierda?
¿Han visto moscas alguna vez en la mierda?
porque yo nací y me crie con las moscas
en una casa rodeada de mierda.


Aunque no obtuvo el Nobel, Harold Bloom lo incluyó en su canon

PADRE NUESTRO

Padre nuestro que estás en el cielo
lleno de toda clase de problemas
con el ceño fruncido
como si fueras un hombre vulgar y corriente,
no pienses más en nosotros.
Comprendemos que sufres
porque no puedes arreglar las cosas.

Sabemos que el demonio no te ha dejado tranquilo
 deconstruyendo lo que tú construyes.
Él se ríe de ti
pero nosotros lloramos contigo:
no te preocupes de sus risas diabólicas.
Padre nuestro que estás donde estás,
rodeado de ángeles desleales,
sinceramente: no sufras más por nosotros,
tienes que darte cuenta
de que los dioses no son infalibles
 y que nosotros perdonamos todo.

ADVERTENCIA AL LECTOR

El autor no responde de las molestias
que puedan ocasionar sus escritos:
aunque le pese,
el lector tendrá que darse
siempre por satisfecho.
 Sabelius, que además de teólogo
fue un humorista consumado,
 después de haber reducido a polvo
el dogma de la Santísima Trinidad
 ¿respondió acaso de su herejía?
 Y si llegó a responder, ¡cómo lo hizo!
 ¡En qué forma descabellada!
 ¡Basándose en qué cúmulo de contradicciones!

Según los doctores de la ley
este libro no debiera publicarse:
 la palabra "arcoiris" no aparece
en él en ninguna parte,
 menos aún la palabra "dolor"
 o la palabra "torcuato".
 Sillas y mesas sí que figuran a granel,
 ¡ataúdes! ¡útiles de escritorio!
 Lo que me llena de orgullo
 porque, a mi modo de ver,
el cielo se está cayendo a pedazos.
Los mortales que hayan leído
el Tractatus de Wittgenstein
 pueden darse con una piedra en el pecho,
 porque es una obra difícil de conseguir:
 pero el Círculo de Viena se disolvió hace años,
 sus miembros se dispersaron sin dejar huella
 y yo he decidido declarar la guerra
a los cavalieri della luna.

Mi poesía puede perfectamente
no conducir a ninguna parte:
«¡Las risas de este libro son falsas!»,
argumentarán mis detractores,
«sus lágrimas, ¡artificiales!»
 «En vez de suspirar,
en estas páginas se bosteza»
 «Se patalea como un niño de pecho»
 «El autor se da a entender a estornudos».
Conforme: os invito a quemar vuestras naves,
 como los fenicios
pretendo formarme mi propio alfabeto.
«¿A qué molestar al público entonces?»,
se preguntarán los amigos lectores:
«Si el propio autor empieza
por desprestigiar sus escritos,
 ¡qué podrá esperarse de ellos!».
Cuidado, yo no desprestigio nada
 o, mejor dicho, yo exalto mi punto de vista,
 me vanaglorio de mis limitaciones
 pongo por las nubes mis creaciones.

Los pájaros de Aristófanes
 enterraban en sus propias cabezas
 los cadáveres de sus padres.
 (Cada pájaro era un verdadero
cementerio volante).
A mi modo de ver
 ha llegado la hora
de modernizar esta ceremonia
 ¡y yo entierro mis plumas
en la cabeza de los señores lectores!



Era hermano de la inolvidable Violeta Parra (Chile, 1917 - 1967)

 SOLILOQUIO DEL INDIVIDUO

Yo soy el Individuo.
Primero viví en una roca
(allí grabé algunas figuras).
Luego busqué un lugar más apropiado.
Yo soy el Individuo.
Primero tuve que procurarme alimentos,
Buscar peces, pájaros, buscar leña,
(ya me preocuparía de los demás asuntos).
Hacer una fogata,
leña, leña, dónde encontrar un poco de leña,
algo de leña para hacer una fogata,
Yo soy el Individuo.

 
Al mismo tiempo me pregunté,
fui a un abismo lleno de aire;
me respondió una voz:
Yo soy el Individuo.
Después traté de cambiarme a otra roca,
allí también grabé figuras,
grabé un río, búfalos,
grabé una serpiente.
Yo soy el Individuo.

Pero no. Me aburrí de las cosas que hacía,
El fuego me molestaba,
quería ver más.
Yo soy el Individuo.
Bajé a un valle regado por un río,
allí encontré lo que necesitaba,
encontré un pueblo salvaje,
una tribu.
Yo soy el Individuo.


Vi que allí se hacían algunas cosas,
figuras grababan en las rocas,
hacían fuego, ¡también hacían fuego!
Yo soy el Individuo.


Me preguntaron que de dónde venía.
Contesté que sí,
que no tenía planes determinados,
contesté que no, que de allí en adelante.
Bien.
Tomé entonces un trozo de piedra
que encontré en un río
y empecé a trabajar con ella,
empecé a pulirla.
De ella hice una parte de mi propia vida.
Pero esto es demasiado largo.
Corté unos árboles para navegar,
buscaba peces,
buscaba diferentes cosas.
(Yo soy el Individuo).

Hasta que me empecé a aburrir nuevamente.
Las tempestades aburren,
los truenos, los relámpagos.
Yo soy el Individuo.

Bien. Me puse a pensar un poco,
preguntas estúpidas se me venían a la cabeza.
Falsos problemas.
Entonces empecé a vagar por unos bosques.
Llegué a un árbol y a otro árbol.
llegué a una fuente,
a una fosa en que se veían algunas ratas:
aquí vengo yo, dije entonces,
¿Habéis visto por aquí una tribu,
un pueblo salvaje que hace fuego?
De este modo me desplacé hacia el oeste
acompañado por otros seres,
o más bien solo.
Para ver hay que creer, me decían.
Yo soy el Individuo.

Formas veía en la obscuridad,
nubes tal vez,
tal vez veía nubes, veía relámpagos.
A todo esto habían pasado ya varios días,
Yo me sentía morir.
Inventé unas máquinas,
construí relojes,
armas, vehículos.
Yo soy el Individuo.

Apenas tenía tiempo
para enterrar a mis muertos,
apenas tenía tiempo para sembrar.
Yo soy el Individuo.

Años más tarde concebí unas cosas,
unas formas,
crucé las fronteras
y permanecí fijo en una especie de nicho,
en una barca que navegó cuarenta días,
cuarenta noches.
Yo soy el Individuo.

Luego vinieron unas sequías,
vinieron unas guerras,
tipos de color entraron al valle,
pero yo debía seguir adelante,
debía producir.
Produje ciencia, verdades inmutables,
produje tanagras,
di a luz libros de miles de páginas,
se me hinchó la cara,
construí un fonógrafo,
la máquina de coser,
empezaron a aparecer
los primeros automóviles.
Yo soy el Individuo.

Alguien segregaba planetas,
¡árboles segregaba!
Pero yo segregaba herramientas,
muebles, útiles de escritorio.
Yo soy el Individuo.

Se construyeron también ciudades,
rutas,
instituciones religiosas pasaron de moda.
Buscaban dicha, buscaban felicidad.
Yo soy el Individuo.
Después me dediqué mejor a viajar,
a practicar, a practicar idiomas,
idiomas.
Yo soy el Individuo.

Miré por una cerradura,
Sí, miré, qué digo, miré,
para salir de la duda miré,
detrás de unas cortinas.
Yo soy el Individuo.

Bien.
Mejor es tal vez que vuelva a ese valle,
a esa roca que me sirvió de hogar,
y empiece a grabar de nuevo,
de atrás para adelante, grabar
el mundo al revés.
Pero no: la vida no tiene sentido.
 

Los dos hermanos, Violeta y Nicanor, compartiendo una infusión

LO QUE EL DIFUNTO
DIJO DE SÍ MISMO

Aprovecho con gran satisfacción
esta oportunidad maravillosa
que me brinda la ciencia de la muerte
para decir algunas claridades
sobre mis aventuras en la tierra.
Más adelante, cuando tenga tiempo,
hablaré de la vida de ultratumba.

Quiero reírme un poco
como lo hice cuando estaba vivo:
el saber y la risa se confunden.

Cuando nací, mi madre peguntó:
¿qué voy a hacer con este renacuajo?
Me dediqué a llenar sacos de harina,
me dediqué a romper unos cristales,
me escondía detrás de los rosales.

Comencé como suche de oficina,
pero los documentos comerciales
me ponían la carne de gallina.

Mi peor enemigo fue el teléfono.

Tuve dos o tres hijos naturales.

Un tinterillo de los mil demonios
se enfureció conmigo por el “crimen
de abandonar a la primera esposa”.
Me preguntó: “¿por qué la abandonaste?”
Respondí con un golpe en el pupitre:
“Esa mujer se abandonó a sí misma”.

Estuve a punto de volverme loco.

¿Mis relaciones con la religión?
Atravesé la cordillera a pie
disfrazado de fraile capuchino
transformando ratones en palomas.

Ya no recuerdo cómo ni por qué
“abracé la carrera de las letras”.

Intenté deslumbrar a mis lectores
a través del sentido del humor,
pero causé una pésima impresión.

Se me tildó de enfermo de los nervios.
Claro, me condenaron a galeras
por meter la nariz en el abismo.

¡Me defendí como gato de espaldas!

Escribí en araucano y en latín.
Los demás escribían en francés
versos que hacían dar diente con diente.

En esos versos extraordinarios
me burlaba del sol y de la luna,
me burlaba del mar y de las rocas,
pero lo más estúpido de todo
era que me burlaba de la muerte.
¿Puerilidad tal vez? — ¡Falta de tacto!
Pero yo me burlaba de la muerte.

Mi inclinación por las ciencias ocultas
hízome acreedor al sambenito
de charlatán del siglo dieciocho,
pero yo estoy seguro
de que se puede leer el porvenir
en el humo, las nubes o las flores.
Además, profanaba los altares.
Hasta que me pillaron in fraganti.
Moraleja: cuidado con el clero.

Me desplacé por parques y jardines
como una especie de nuevo Quijote,
pero no me batí con los molinos.
¡Nunca me disgusté con las ovejas!

¿Se entenderá lo que quiero decir?

Fui conocido en toda la comarca
por mis extravagancias infantiles,
yo, que era un anciano respetable.

Me detenía a hablar con los mendigos,
pero no por motivos religiosos,
¡sólo por abusar de la paciencia!

Para no molestarme con el público
simulaba tener ideas claras,
me expresaba con gran autoridad,
pero la situación era difícil:
confundía a Platón con Aristóteles.

Desesperado, loco de remate,
ideé la mujer artificial.

Pero no fui payaso de verdad,
porque de pronto me ponía serio.
¡Me sumergía en un abismo oscuro!

Encendía la luz a medianoche
presa de los más negros pensamientos
que parecían órbitas sin ojos.
No me atrevía ni a mover un dedo
por temor a irritar a los espíritus.
Me quedaba mirando la ampolleta.

Se podría filmar una película
sobre mis aventuras en la tierra,
pero yo no me quiero confesar,
sólo quiero decir estas palabras:

Situaciones eróticas absurdas,
repetidos intentos de suicidio,
pero morí de muerte natural.

Los funerales fueron muy bonitos.
El ataúd me pareció perfecto.
Aunque no soy caballo de carrera,
gracias por las coronas tan bonitas.

¡No se rían delante de mi tumba
porque puedo romper el ataúd
y salir disparado por el cielo!

ALGO QUE NO CONVENCE
EN ABSOLUTO

La doctrina del arte por el arte.
La conjetura de Doménico Soto
hijo de un jardinero de Sevilla.
La dictadura del proletariado.
La paradoja hidrostática.
Los funerales de su Santidad
y la colita minúscula del elefante.

[Poemas escritos por Parra, Nicanor: El último apaga la luz, (Obra selecta), Barcelona, Penguin Random House Debolsillo, 2019, (selección y edición de Matías Rivas), pp. 460, pvp: 10'53 euros]


Nicanor Parra supo aprovechar el influjo de Walt Whitman

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