No se puede seguir creciendo indefinidamente. El capitalismo por su naturaleza tiene los pies de barro. Se comporta como cuando éramos niños. Entonces, acumulando conocimientos, aprobábamos exámenes para ascender de grado. Llega un momento en el que no hay curso al que subir, e incluso notamos que nuestra memoria falla, y hay que estarse reciclando en una lucha sempiterna contra la pérdida de palabras. Procuramos, en esa batalla, que al menos todo se quede en un empate. Lo mismo ocurre en el campo deportivo. No se puede mejorar imparablemente sin retrocesos ni estancamientos. Todo lo que sube tiene que caer. Y en otra caída estamos. En el año 1980 una canción nos avisó de lo que iba a pasar por cómo lo estábamos pasando entonces. Concebida en el estilo musical del rap que empezaba a darse a conocer, algunos hicieron caso de la advertencia, mientras que otros se rieron y la olvidaron.
Friedrich Engels (1820-1895) y Karl Marx (1818-1883)
Cantaba este tema un cómico venezolano llamado Perucho Conde. Queriendo, o casi sin querer, logró retratar las penurias, incertidumbres y precariedades que padecen las clases populares en todos los rincones del mundo desarrollado. Esta canción simboliza una denuncia de carácter popular y desenfadado, no un alzamiento armado que siempre termina derramando sangre, como le pasó a la Revolución Francesa que acabó en el terror de la guillotina y luego en la tiranía napoleónica. También podría suponer un estado de ánimo ideal para entender el Manifiesto Comunista que escribieron Marx y Engels, o que Marx escribió y Engels retocó y financió, para ser más apropiados. En cualquier caso, era una señal para que nos mantuviéramos alerta, amén de un espejo en el que tantas veces nos hemos mirado.
LA COTORRA CRIOLLA
(Que fú, que fú, que yo no sea "monsieur").
Me gusta la cotorra, y aquí estoy pues,
con mi cotorra criolla que no habla inglés.
Vivo en Caricuao, trabajo en El Marqués,
y llevo leña en esta vida al derecho y al revés.
Le debo al italiano, al portugués,
al turco, al zapatero y a doña Inés.
Y del apartamento en la UB-3
me botan pa' la calle si no pago en este mes.
¿Cómo la ves? ¿Cómo la ves?
Tengo que levantarme de madrugada
y meterme en esa cola requetecondenada.
Veo a toda la gente enfurruñada
con sueño todavía y mal desayunada.
Como mi jefe no come nada
si le llego tarde me descuenta una tajada.
Maldito viejo, cara arrugada,
con ojos de cangrejo y la panza hinchada.
¡Y eso no es nada! ¡Y eso no es nada!
Los cuatro reales que uno se gana,
me los pagan hoy y no llegan a mañana.
Me provoca tirarme por la ventana
cuando veo que todo sube como le da la gana.
Mi mujercita, tanto que se afana,
pa' montar la olla o la palangana,
saltando en los mercados, igualito que una rana,
buscando un kilo de carne, aunque sea de iguana.
¡Te lo juro, pana! ¡Te lo juro, pana!
Dígame el precio a que está el café,
la leche, las galletas y el papel "toilette",
tomate y papa y queso barato se ve
solamente en las cuñas de la TV.
Si son las frutas, dígame usted,
el arroz pa' los ricos y familias de caché.
Esta gente qué quiere, yo no lo sé,
será que nos acostumbremos por ahora a no comer.
Si como nié, si como nié.
Subieron las arepas, subieron los cigarros,
subieron los pasajes de autobuses y de carros.
¿El cinturón? Yo me lo amarro
y no he caído, porque me agarro.
Ya casi no me baño, porque el agua es puro barro.
Subí de peso con tanto sarro.
No puedo ni afeitarme, no hay agua en el tarro,
y mi hijo no sabe ni dónde queda el barrio.
¡Pásame un jarro! ¡Pásame un jarro!
Aumentan los salarios, pero sube la comida.
Subieron la tarifa en la barbería.
Y si la ropa mando pa' la tintorería,
me quedo sin almuerzo por lo menos siete días.
Tampoco pido nada en la pulpería,
porque el muermo del pulpero ya no me fía.
No puedo con los precios de la zapatería
y las fulanas alpargatas son más caras todavía.
¡Qué agua tan fría! ¡Qué agua tan fría!
En cuanto a casa y apartamentos
quisiera consolarme con uno de mis cuentos.
Pero, qué va, no puedo, mucho lo siento,
porque todos han subido hasta el firmamento.
Lo mismo si es comprado o en arrendamiento
lo que por ellos piden quita el aliento,
cuando hasta un rancho que se lo lleva el viento
cuesta un ojo de la cara más el diez por ciento
¡Por el momento! ¡Por el momento!
Si acaso me enfermo, destino fatal,
o la clínica me arruina o me mata el hospital.
Cucharadas y pastillas cuestan tanto real
que hay más plata en la farmacia que en el Banco Nacional.
Si por desgracia los doctores no pueden con mi mal
tengo que sacar más plata para el funeral
porque la agencia más humilde, urna sin cristal,
por llevarme al cementerio me quita un dineral.
¡Y me muero igual! ¡Y me muero igual!
"¿Cuánto cuesta un muchacho?" Me han preguntado.
"¿De familia larga o planificado?"
Pa' tenerlo bien comido, vestido y educado,
hay padres que hasta el alma la han empeñado.
Desde el primer tetero que el chiquito se ha tragado,
hasta verlo salir de cualquier cosa graduado,
son montones de billetes que en eso se ha gastado
y el que no ha tenido plata pa' burro se ha quedado.
¡Chamo tarado! ¡Chamo tarado!
¿A dónde llegará, Señor, esta cuestión
que me atormenta sin exageración?
Yo le prendería una vela a San Espiridión,
pero las velas han subido como un avión.
Yo quiero que se arregle mi mala situación,
pero el que arregla esto creo que está de vacación
o se le está olvidando todo el montón
de castillos y promesas de antes de la votación.
¡Qué vacilón! ¡Qué vacilón!
(No es tan serio).
Pedro Alberto Martínez Conde, (Caracas, 1934)