Francis Bacon (Dublín, 1909 - Madrid, 1992)
"Estudio según el retrato del Papa Inocencio X realizado por Velázquez"
Francis Bacon en la década de los 50
Francis Bacon a finales de los años ochenta
"Mírate toda tu vida en un espejo y verás a la Muerte
Francis Bacon no sabía dibujar, pero no importa. Confeccionaba sus cuadros pintando a brocha directamente sobre el reverso de los lienzos. A Francis Bacon nadie le enseñó a pintar, ni estudió en academia alguna, lo que demuestra que quien quiere aprender lo puede hacer por sí mismo, sin necesidad de maestros, y mucho menos de aquellos engolados que se piensan imprescindibles. Se convirtió en el mejor pintor británico del siglo XX. Bueno, para entendernos, quizá sea preferible decir en el más valorado. Sólo un cuadro de Jackson Pollock llegó a superar la cotización de una obra suya, pero se trataba de un artista muerto, y además norteamericano. De todos modos, no estoy confundiendo valor y precio, puesto que el "action painting" de Pollock lo considero un pringue fruto del azar y el propio Bacon lo juzgaba una labor de encaje, como si del trabajo de una costurera se tratase. Para Bacon y para mí, el trabajo de Pollock es un fraude y sus cuadros son como billetes con un valor nominal que se les adjudica aleatoriamente, porque en sí mismos no valen nada.
Bacon fue un hombre obsesionado por la pulsión sexual, la violencia, el dolor, la angustia, la podredumbre y la muerte. No creyó en nada, salvo en la búsqueda incesante de hombres jóvenes que le satisficieran su apetito insaciable de lujuria. No adoró a ningún Dios, excepto el becerro de oro que halló en la suerte incontrolable del juego de la ruleta en los casinos donde se gastó fortunas. Y lo más importante, no se dejó influenciar por la opinión de ningún crítico en sus reiterados intentos por plasmar en sus cuadros lo que quería, casi siempre sin creer conseguirlo, por lo que destruyó muchas de sus pinturas. De niño mantuvo relaciones sexuales con los brutos mozos de cuadra que limpiaban los establos donde su padre criaba caballos para las carreras. Esa temprana experiencia le marcó para el resto de la vida en su afición por el peligro, los lugares sórdidos de las zonas portuarias, los clubes nocturnos, las calles de mala nota y los tugurios desvencijados. Conoció y vivió en el Berlín libidinoso y obsceno de los años 30, antes del ascenso del nazismo. Bebió hasta la última gota de la copa del París de los locos años veinte plagado de ambigüedades travestidas y decrépitas prostitutas. Se enfangó hasta las heces en el Londres perdulario de los años 40 y 50 en busca de fornidos marineros. Trabó amistad con la flor y nata de los intelectuales gays, desde William Burroughs hasta Paul Bowles, pasando por Gregory Corso y Allen Ginsberg. Disfrutó del Tánger más furtivo en una época donde la circulación de drogas y el tráfico de carne adolescente lo convirtieron en un paraíso para liberados, pervertidos y delincuentes de todo tipo, como llegó a observar el mismísimo Truman Capote, a quien trató allí.
Lo más importante de este artista único no fue sólo la libertad e independencia con la que logró llevar su vida, gracias al mecenazgo de los marchantes convertidos en amantes que le introdujeron en el circuito de las subastas y compraventa de pinturas, convirtiéndolo en un artista bohemio sin problemas económicos. Bacon siempre fue generoso con sus amigos, no era un tacaño, aunque sí un huraño egomaníaco. Lo más importante es que actuó como quiso dentro de lo que pudo, lo que en su vida personal se tradujo en que sólo tuvo como límite la muerte de sus novios y, en el plano artístico, las limitaciones propias de trabajar con superficies lisas en las que buscaba aprisionar el instante de un movimiento o capturar varios aspectos, a la misma vez, con una sola pincelada. Hiciera lo que hiciere con su vida, da igual, fue un genio absoluto. Todo lo que vio le influenció, especialmente las fotografías de los periódicos. Y como pasa con los genios, dejó una cohorte de imitadores y una faramalla de falsificaciones. Qué grande fuiste, Francis Bacon.
El Papa Inocencio X
pintado por Diego Rodríguez de Silva y Velázquez
(Sevilla, 1599 - Madrid, 1660)
"Estudio según el retrato del Papa Inocencio X realizado por Velázquez"
Francis Bacon (1953)
Francis Bacon en la década de los 50
Francis Bacon a finales de los años ochenta
"Mírate toda tu vida en un espejo y verás a la Muerte
afanándose como las abejas en una colmena transparente."
Jean Cocteau, amigo de Bacon
Jean Maurice Eugène Clément Cocteau
(París, 1889 - Fontainebleau, 1963)
Un relato buenísimo. Una síntesis no sólo de la vida y personalidad de Francis Bacon, sino una pormenorizada visión de lo más brutal del sexo y la degeneración del hombre.
ResponderEliminar