viernes, 28 de agosto de 2009

El hombre al que quemaron por no decir mentiras


MIGUEL SERVET

Para mí los textos sagrados de la Biblia son el dogma fiable
y no las tretas conciliares que sostienen los Papas de Roma,
esos farsantes que gozan lujos y pecados como la gula,
por no citar otros nefandos que emparentan
con su propio sexo.

Llamé a los católicos politeístas
por creer en tres dioses,
aunque nombren sólo uno.
Consideré el conjunto de la Curia
como un amasijo de vicios
y sabandijas candidatas al infierno.
Si el Hijo tiene nacimiento de una madre
no es eterno, puesto que tuvo principio; y si no lo es,
si no ha existido siempre, no puede ser llamado divino.

En los escritos de los apóstoles y profetas no se menciona
la Trinidad ni por asomo. Fue en el Concilio de Nicea,
y yo jamás creeré en estos simoníacos que venden bulas.

Mis probables orígenes judeoconversos
me estigmatizaron en contra.
Escogí la senda del iluminismo,
un recogimiento interiorizado
para que Dios entre, habite y se extienda
dentro de cada una de sus criaturas.

No creo en las naciones, porque todos
debemos ser hermanos del Nazareno.
El papa es un Anticristo desvergonzado
que se erige en demiurgo,
pero es un impostor entronizado
por las presiones de reyes y obispos.

Odio el boato terrenal vaticano
y ensalzo la sencillez evangélica.
Jesús fue pobre desde el pesebre,
al contrario que la basílica de San Pedro.
Arrio fue envenenado para que callase
y a mí me prendieron por mis libros.

Fui panteista porque Dios es Todo,
con lo que me consideraron pestilentísimo
en mis escritos. Me llamaron fanático
y digno de arrancarme las entrañas.
Descubrí la circulación de la sangre en los pulmones
y no le di importancia alguna, pero contribuyó
a mi reputación de hereje nauseabundo.

No me quisieron proteger en ninguna parte,
así que me pasé la vida fugitivo.
Carecí de dinero y oculté mi nombre.
Me delataron para poder apresarme.
Odié a Calvino porque la salvación
no depende sólo de la fe, sino de las obras.
Por eso los que me quemaron en vida
ahora penan su muerte en el fuego eterno.


Miguel Servet Conesa

(Huesca, 1511 - Ginebra, 1553)

Estatua ubicada en la Facultad de Medicina

y Ciencias de la Universidad de Zaragoza

(Escultura de Dionisio Lasuén. Siglo XIX)

2 comentarios:

  1. Una persona hecha poema.
    Bravo,Andrés!

    (y estoy de acuerdo con Fernando, afortunadamente nacimos en el XX)

    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  2. Maravilloso y muy interesante blog. Ha sido un placer inmenso encontrarte. Me gustó todo. Felicitaciones! Un abrazo. Te sigo

    ResponderEliminar