jueves, 27 de agosto de 2009

La guerra que no pudieron detener las flores


GOOD NIGHT, SAIGON

We met as soul mates on Parris island.
We left as inmates from an asylum.

And we were sharp, as sharp as knives,
and we were so gung ho to lay down our lives.

We came in spastic like tameless horses.
We left in plastic as numbered corpses.

And we learned fast to travel light.
Our arms were heavy but our bellies were tight.

We had no home front, we had no soft soap.
They sent us Playboy, they gave us Bob Hope.

We dug in deep and shot on sight
and prayed to Jesus Christ with all our might.

We had no cameras to shoot the landscape.
We passed the hush pipe
and played our Doors tapes.

And it was dark, so dark at night.
And we held on to each other
like brother to brother
we promised our mothers we'd write
and we would all go down together
we said we'd all go down together.

Remember Charlie, remember Baker.
They left their childhood on every acre.
And who was wrong? And who was right?

It didn't matter in the thick of the fight.
We held the day in the palm of our hand.
They ruled the night, and the night
seemed to last as long as six weeks
on Parris island.

We held the coastline, they held the highlands.
And they were sharp, as sharp as knives.
They heard the hum of our motors,
they counted the rotors
and waited for us to arrive.

And we would all go down together.
We said we'd all go down together.
Yes, we would all go down together.

(Canción de Billy Joel incluida en el disco The nylon curtain de 1982)

BUENAS NOCHES, SAIGÓN

Vivíamos en campamentos
como camaradas fraternos
en la isla de Parris,
pero dejamos aquel infierno
lisiados en hospitales.

Y eso que éramos buenos disparando,
peligrosos y certeros como cuchillos,
además de tan patriotas y confiados
como para entregar nuestras vidas si era preciso.

Regresamos llenos de psicosis
y espasmos musculares
como si fuéramos caballos salvajes.
Eso, los que sobrevivimos, porque los demás
regresaron como cadáveres envueltos en plástico.

Allí aprendimos a toda velocidad
cómo desenvolvernos con rápidos reflejos.
Nuestro armamento pesaba mucho,
pero nuestro vientre era liso
de la forma física que adquiríamos
haciendo maniobras militares todos los días.

Nos faltaba el calor del hogar.
No teníamos privilegios cotidianos
como jabón suave para bañarnos.
Nos repartían ejemplares de la revista "Playboy"
y hasta trajeron al humorista Bob Hope
con el objetivo de reanimarnos un poco.

Nos obligaban a reptar pegados al suelo
y disparar a lo primero que se moviera
delante de nuestros ojos.
Si aún quedábamos con vida
rezábamos a Jesucristo
con toda el alma.

Carecíamos de cámaras para sacarle fotos al paisaje.
Compartíamos los canutos de hachís
y escuchábamos la música de Jim Morrison.

Pero todo se volvía oscuro, muy oscuro en la noche.
Nos agarrábamos unos a otros,
apretándonos fuerte como si fuéramos hermanos.
Y así, cantando, prometíamos a nuestras madres
que les escribiríamos en cuanto pudiéramos
y que todos juntos volveríamos a casa pronto.

Recuerden a Carlos. No se olviden de Baker.
Ellos dejaron la infancia y la inocencia
por completo y de golpe al llegar aquí.

Ahora bien:
¿En esta guerra quién estaba equivocado?
¿O quién era el que llevaba la razón?
Poco importa eso en medio de bombas y disparos.
Nada cuenta en el fragor de la batalla.

Nuestro ejército tenía el dominio
del terreno a la luz del día.
Pero al anochecer ellos salían
de los túneles subterráneos
y controlaban el territorio en la oscuridad.
Entonces la vigilia se hacía interminable:
una sola noche parecía durar seis semanas
en la isla de Parris.

Aun así, nosotros éramos los dueños de la costa,
pero suyas eran la jungla y las tierras altas.

Para colmo, eran inexorables
y tan mortíferos como navajas.
Prestaban oídos
al zumbido de nuestros motores,
contaban los giros
de las hélices de nuestros helicópteros
y nos esperaban para tendernos
una emboscada tras otra.

Nosotros no podíamos hacer otra cosa
que ir todos juntos al matadero,
porque habíamos prometido
que lucharíamos todos juntos
y que así moriríamos
o volveríamos a casa.

Sí, así fue cómo todos nos vinimos abajo
y nos mataban al uno junto al otro.


William Martin Joel

(Billy Joel)

(Hicksville, Long Island, Nueva York, 1949)

1 comentario:

  1. Extremecedor tu relato, pero que bien haces en publicar e invitar a la reflexión.
    Felicidades!

    cálido abrazo

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