Isaac de Vega
(Granadilla de Abona, 1920 - Santa Cruz de Tenerife, 2014)
Maestro y narrador
UN ESCRITOR QUE ENTREVÍ APENAS
Me ocurrió hace mucho tiempo
que conocí a un extraño novelista en el asentamiento que los guanches denominaron
Aguere, aquel paraje que después se conocería como la ciudad de los
Adelantados, una ubicación destinada a ver crecer la muy meritoria y afanosa ciudad
de San Cristóbal de La Laguna, la misma que durante tres siglos ostentó de
facto la capitalidad de Canarias al acoger la sede de su Capitanía General, aquella
a la que el peso de su historia hizo que fuera declarada en 1999 Patrimonio de
la Humanidad por ser el exponente singular de una arquitectura colonial sin
muros defensivos.
Sí, me sucedió, como podía haber
sido de otra forma, en el corazón intelectual del archipiélago donde se fundó
el primer centro de enseñanza secundaria y la primera universidad: en 1846 el instituto
que lleva el nombre del que fuera su director entre 1901 y 1925, don Adolfo Cabrera
Pinto; y la universidad literaria de San Fernando que ordenó crear, por medio
de un real decreto en 1792, su católica majestad el rey borbón Carlos IV.
Torre de la Iglesia de la Concepción
en la entrañable ciudad de La Laguna
Andábamos a la sazón unos
cuantos estudiantes tratando de elaborar una de esas efímeras revistas que no
suelen durar más de un número. Puede incluso que ignoráramos el motivo de su gestación:
tal vez se desarrollen este tipo de publicaciones para que algunos saquen
tajada de la partida presupuestaria destinada a tal efecto. Ya se sabe, la
corrupción en España viene de lejos: ni los gestores educativos se salvan, y si
son políticos, menos.
Tenía yo por entonces depositada
gran fe en la vocación lectora de un compañero herreño. Me impresionó mucho
cuando una noche fuimos, por iniciativa suya, a buscar tablas y ladrillos en
solares abandonados para poder confeccionar las baldas de nuestra primera
biblioteca que, como es lógico, quedó solemnemente inaugurada y recién constituida
por unas estanterías esqueléticas. Hubiéramos preferido que fueran gigantescas,
pero al menos no las concebimos para conservar vino en cueros.
Drago sexagenario a la izquierda de la entrada principal
en el frontispicio de la Universidad de La Laguna
Supongo que Miguel, pues así
se llamaba el incipiente lector y colega, se encargó de conseguir el teléfono y
la cita para entrevistar a Isaac de Vega. Yo había escrito un ridículo poema
sobre el recientemente fallecido Bob Marley y no sé si otro igual de pésimo
sobre la desgarrada voz de la cantante Janis Joplin, pero con tan magros
argumentos no alcanzaba para rellenar las páginas de la gaceta en la que nos
habíamos empeñado. Una entrevista conferiría enjundia y prosopopeya a nuestro
número, por lo que allá fuimos con las ínfulas propias de nuestros veinte años.
Para prepararla, leí Fetasa, una novelita publicada en 1957
que, con la ignorancia de mi tierna edad, me pareció pedante, pretenciosa, críptica,
ambigua y fútil. Lo que pasó fue seguramente que no la entendí. Me hubiera
gustado volver a leerla hoy, con otra mirada y más poso de experiencia, pero al
consultar mi fichero de libros descubro horrorizado que no está ni siquiera en
la “Biblioteca Básica Canaria”, dirigida por Juan Manuel García Ramos, algo que
podría sonar extraño a quien en 1988 le concedieron ex aequo el “Premio Canarias de Literatura”, junto a su amigo Rafael Arozarena, si no fuera
porque en Canarias, como en todas las capillas sectarias, los amigos premian a
los amigos y el dinero llama al dinero, también el de los honores y menciones.
Rafael Arozarena (Santa Cruz de Tenerife, 1923 - 2009) e Isaac de Vega fueron galardonados con el "Premio Canarias de Literatura" en 1988
Apareció una tarde Isaac de
Vega lozano de mirada y con surcos de arrugas en la frente y los pómulos. No
nos acogió en su casa ni en cafetería alguna. Su humildad no era sólo
literaria. Respondió a las preguntas con un ojo en las requisitorias y otro en
las nubes. Se interesó por la trascendencia de los papeles y el linaje académico
de los entrevistadores. Había en sus ojos un reflejo de líquida decepción
grisácea por la insignificancia banal de quienes lo interrogaban. Y yo que me
creía estar haciendo algo importante. Y Miguel y yo que le dábamos tanta
importancia a lo que hacíamos. Nuestra revista no era el “Liminar” que dirigía
con prosapia un papista borgiano de los cenáculos insulares; tampoco la “Syntaxis”
que en su torre de cristal elucubraba con pomposos designios un escuálido poeta
del vacío. Era lo que era, o séase, que no era nada.
Dos portadas de la circunspecta y rigurosa revista "Syntaxis"
Han transcurrido más de treinta años desde entonces. No me considero autorizado para escribir ni hablar de lo que desconozco, y con Isaac de Vega debo reconocer que, debido a la decepción inicial, no le he seguido la pista. Además, una niebla esparcida por el tiempo obstaculiza los recuerdos. Pienso que era un hombre accesible, aunque abstraído en sus laberintos intelectuales. Tuvo que trabajar, según nos dijo, en la albañilería para ganarse la subsistencia. Qué duda cabe de que fue un escritor sui generis en la combinación del mortero y la prosa. Muchos otros plumíferos que he conocido son unos meros narcisistas que no han dado nunca un palo al agua porque han nacido con el privilegio de disfrutar de rentas.
El novelista Eugenio Cambaceres y el poeta Oliverio Girondo, ambos argentinos, podrían representar el arquetipo del imperativo categórico según el cual, para dedicarse a escribir, es preferible disponer de riqueza. En efecto, Isaac de Vega, hijo de maestros, quizá recogió de sus padres el amor mullido a las letras, pero tuvo una vida dura, no exenta de labores agrícolas, de la que supo con esfuerzo apartar las horas imprescindibles con las que germinar una trayectoria creativa de la que ahora nos queda un puñado de títulos inencontrables que esperemos se reediten pues, como es de dominio público, in litteris mors facit victoriam.
Isaac de Vega colaboró en el tinerfeño diario de "La Tarde" y en las revistas "Fablas", "Liminar" y "Gaceta Semanal de las Artes". También fue miembro de la Academia Canaria de la Lengua desde el año 2000
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