Club de Fútbol Sala "El Pino-Los Álamos" de Teror (categoría alevín)
No es necesario gastarse 130 euros en una entrada de palco para ver fútbol de verdad. El balompié no lo practican sólo los futbolistas de primera o segunda división. Ver jugar a los niños sale gratis y en ellos se aprecian muchos errores, es cierto, pero en este deporte no habría goles si nadie se equivocara. Además, en todos los partidos de las categorías infantiles se producen múltiples jugadas de ataque, regates, despejes, pases y disparos que te hacen sentir la esencia del deporte del balón. Hay que volver a las raíces. Como dicen los ingleses: "Back to basics".
Equipo titular del CFS "El Pino-Los Álamos" de Teror
Arriba de pie: César, Pablo, Pucho (entrenador)
Abajo, agachados: Carlos, Mikel y Brandon
Hoy quisiera rendir un pequeño homenaje a los que más me han hecho disfrutar, aquellos a los que creo que atesoran virtudes y tienen una gran proyección. No pretendo alimentar su engreimiento ni adularlos. La vida es un recorrido plagado de obstáculos que en el fútbol se llaman lesiones. Y también el campo está lleno de piernas rivales que a veces se traducen en patadas con mala intención. No pretendo afirmar que estos jugadores llegarán a ser grandes, porque es muy difícil, casi imposible. Otros tan buenos o mejores que ellos ya lo intentaron antes y se quedaron por el camino. Lo que quiero decir es que estos futbolistas ya son una realidad deleitable que me ha hecho feliz viéndolos cómo conducen el balón, cómo lo golpean y cómo salen de una situación comprometida con un buen pase orientado o con un dribling precioso.
Con José Juan, el míster de la UD Teror capaz de sacar petróleo del agua
Empezaré por un niño que lleva el fútbol en la sangre. Alguien que merecería estar en lo más alto cuando tuviera veinte años. Se llama José Luis Vallejo Martín. Tengo la impresión de que podría pasarse de sol a sol dando chutes a la pelota sin cansarse. Lo vi jugar desde muy pequeño y parecía haberse criado acariciando el cuero de una pelota al acostarse, en lugar de abrazarse a un peluche o a un biberón como los demás niños. Este muchacho es un espectáculo por sí mismo, rápido, vivaz, listo, una rara especie de ser humano con instinto futbolístico. Recuerdo que Neeskens era un jugador del FC Barcelona que llevaba una cinta blanca en las medias y eso le permitía ser detectado en el campo para poder apreciar mejor el enorme trabajo físico que desplegaba. A José Luis Vallejo Martín le pasa algo parecido porque su pelo rubio es tan intenso que siempre sabes dónde está y lo que hace. Es un fenómeno, y como tal lo castigan los contrarios con toda clase de artimañas, como se puede apreciar en la foto.
José Luis Vallejo marchándose de su marcador y hasta de su sombra
El siguiente jugador del que voy a escribir es un punto y aparte. Es lo más grande que ha dado Teror sobre un terreno de juego. Este hombre tendría que salir siempre al campo haciéndole un pasillo el equipo contrario como si fuera un campeón. Habría que poner pétalos de flores sobre el césped por donde pasa. Este joven es un fuera de serie, un crack con mayúsculas. No debería jugar sobre césped artificial sino sobre las alfombras del Corpus Christi que los devotos elaboran en Semana Santa. Da igual que no vuelva a tocar una pelota en su vida. Lo que ha hecho, lo que le he visto hacer era merecedor de ser grabado en vídeo. La pena es que ahora todo lo que diga de él parecerá una batallita del abuelo o un cuento chino, pero no importa. En mi memoria empiezan a fallar muchas cosas por la edad, pero lo que nunca creo que se borrará de mis recuerdos son las incursiones de este auténtico jabato yéndose de uno, de otro, del siguiente, del que venga, del que se oponga, del que se tercie, para seguir lleno de pundonor hasta batir al guardameta por toda la escuadra, de vaselina por alto o ajustándole el balón al palo hacia donde ningún portero llega. Es tan bueno que hasta con las rodillas inflamadas e impedido de correr es un placer observar cómo toca la pelota cuando la controla.
Darío, el ídolo, rodeado por dos admiradores
Yo no sé de dónde le nace esa categoría congénita. Es un misterio para mí cómo un muchacho, que me parecería como cualquier otro si no le hubiera visto jugar, puede ser tan bueno. He sentido ganas de sacarlo del campo a hombros como los toreros y me he contenido porque ya soy muy viejo para ofrecer esas manifestaciones de júbilo. Cómo me hubiera gustado jugar con él o contra él para haberme quedado tirado en el suelo viendo cómo me rebasaba o empujando un balón a la portería porque me hubiera regalado una asistencia de gol. Cuando Darío no está, el equipo del Teror cadete se convierte en un equipo laborioso, gris, construido para defenderse, con demasiado abuso del juego aéreo. Cuando Darío se recupera de las lesiones que le provocan las entradas asesinas que sufre y entra en el campo, me da un vuelco el corazón como si levitara expectante, porque sé que allí hay alguien sobresaliente, distinto a los demás, una especie de Johan Cruyff jugando en los solares pantanosos de Amsterdam cuando tenía quince años.
Darío Salazar junto a mi hijo César en el estadio de Arucas
Ahora le toca el turno al fútbol de invernadero, el que se practica de tú a tú y de poder a poder en un corto espacio, el fútbol miniaturizado en un pabellón para el que se necesita mucha técnica, el balonmano practicado con los pies, el vivero de donde salieron grandes jugadores como el brasileño-portugués Deco y al que han vuelto otros gigantes como Romario: el fútbol-sala, el fútbol de salón. Voy a referirme a un deportista con dotes especiales. Se llama Manuel Caballero Tejeda. Hizo algo que es mucho más difícil de lo que cabe pensar. Lo vi jugar en una cancha y resaltó por encima de todos. Eso es algo que no está al alcance de cualquiera. Además, daba la impresión de que, entrara quien entrara, a mis ojos sólo les merecía la pena seguir la estela de su juego. ¿Por qué es tan bueno? ¿Qué tiene de diferente? Al igual que viendo a Iniesta quieto o vestido de calle nadie diría que es un genio, a Manuel Caballero Tejeda le pasa lo mismo. Ni siquiera tiene aspecto de jugador, dado que es muy fornido. Pero la clave está en que cada una de sus piernas parece que piensa por sí misma. Donde otros tienen un bulto óseo en el tobillo, Manuel guarda un cerebro. Alberga dos pequeñas cabezas pensantes en el interior de los tobillos. Y encima hay un torrente de energía eléctrica que pasa desde su mente hasta sus piernas a través de la médula espinal sin que se cortocircuite nunca. Es un jugador magnético e inteligente y sólo la pérdida de la forma física podría echarlo a perder. Si se cuidara, sería merecedor de que pagáramos una entrada para poderlo ver. Lo que yo no sé es si su cuerpo evolucionará hacia el sobrepeso, y eso es lo que temo, porque en el fútbol casi todos los que son o han sido buenos jugadores presentan un aspecto escuálido al estilo del 'megacrack' Thierry Henry, el hombre que personifica la elegancia en el fútbol.
Manuel Caballero concediéndome el privilegio de una foto al lado suyo
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