sábado, 14 de marzo de 2009

Tributo a Tiberio


El hombre que lleva el nombre personificado del río que cruza la ciudad eterna, Tiberio Claudio Nerón Germánico Augusto, simboliza el sufrimiento amargo de un hombre que alcanzó el poder muy tarde, cumplidos los 56 años. Sufrió mucho durante un fatigoso servicio militar en el que luchó contra las tribus bárbaras de los Alpes y las que se asentaban a lo largo del Danubio, río cuyo origen descubrió en la Selva Negra el año 16 a. C. al frente de sus tropas. Padeció el peligro de que lo asesinaran por ser un rival molesto para heredar la cabeza del imperio, por lo que tuvo que exiliarse en la isla de Rodas. Conoció la muerte prematura de su hermano Druso, quien con 29 años falleció a consecuencia de una caída de caballo, y sintió el odio concentrado por sospechar que tal vez lo mataron envenenando su herida con los emplastos que supuestamente debieran cicatrizarlas. Recorrió cabalgando 400 millas para ir a verlo cuando le notificaron que estaba grave, y llegó justo a tiempo para solamente poder cerrarle los párpados.

Legionarios romanos en combate

Conoció todo tipo de traiciones antes y después de llegar al poder. Augusto le obligó a divorciarse de su querida esposa Vipsania, hija del gran general Agripa, quien también pretendía heredar el trono. Fue obligado a casarse con la hija del emperador, la libertina Julia, que le daba asco porque se acostaba con todo el mundo. Conoció los temores de la presión de los partos en Oriente y logró establecer un estado tapón concediéndole la autonomía a los armenios. Había estudiado retórica griega en la juventud y sus cartas al Senado son un prodigio de inteligencia y hermosa escritura. Compuso una breve autobiografía, pero probablemente sus enemigos la quemaron porque no ha llegado hasta nuestros días. Pese a todos sus méritos, no llegó a ser emperador por ellos, sino porque su madre Livia le allanó el camino eliminando a sus opositores.
Los republicanos, empezando por Cayo Suetonio Tranquilo, han hecho todo lo posible por echar basura sobre su memoria. Lo consideraban un tirano y tenían que deformar su imagen para lograr difamarlo. Afirman que se entregó a una vida licenciosa llena de depravaciones en la isla de Capri al final de sus días, pero resulta cuando menos improbable en un hombre que ya había cumplido 68 años. Sus denigradores, además, cometen otro error que les delata: ¿Por qué no lo acusan de perversiones sexuales cuando siendo más joven vivía como hijastro de Augusto e hijo de la emperatriz Livia en la isla de Rodas? ¿Acaso con esa posición social no podía disponer de todo lo que se le antojara? Y los mismos historiadores que le critican, ¿no se dan cuenta de la contradicción que supone pintarlo como alguien sobrio, a la antigua usanza, que dejó ricas las arcas del Estado, con tres billones de sestercios, y al mismo tiempo pretender que era un juerguista derrochador o un sibarita refinado? Tengo la impresión de que los ataques contra la depravación sexual de Tiberio en la vejez son tan falsos como todas las estatuas suyas que se conservan sin que ni una sola muestre que era calvo, pues sólo le crecía el pelo en la nuca, y como era el único que tenía, se lo dejaba largo.
Tiberio tuvo el honor de ver cómo un rey judío, Herodes Antipas, fundó una ciudad con su nombre, Tiberíades, a orillas del mar de Galilea. También le ocurrió que durante su mandato Jesucristo fue crucificado, pero no llegó a saber nada de él. Realizó campañas exitosas contra los retios, los ilirios, los panonios y diversas tribus germanas. Con Tiberio hubo motines y revueltas en las fronteras, pero todas fueron aplastadas. Era un hombre de gran estatura, fuerte, acostumbrado a los ejercicios de la milicia, saludable por dentro, pero víctima de una extraña enfermedad cutánea que le hacía brotar úlceras en la cara. Quizá la blancura de su tez no le protegía lo suficiente de las inclemencias solares. Tal vez contrajo algún virus extraño en sus campañas militares asiáticas.
La calvicie y las llagas faciales aumentaron su carácter taciturno, reflexivo y desconfiado. Había conocido el salvajismo más extremo en las luchas cuerpo a cuerpo de las batallas, pero también la astucia, la arrogancia, las intrigas y el afán por el lujo desmedido en los ciudadanos de Roma. Una vez el Senado le pidió que dictaminara una ley para frenar el gasto disparatado de los patricios en banquetes y orgías. Muy tranquilo, envió una carta al Foro en la que decía:

"En lo que a mí me toca, ni es honesto que calle, ni es conveniente que hable, (...) es algo mayor y más elevado lo que se exige a un príncipe. Y aunque cada cual intenta llevarse el mérito de sus buenas acciones, de las faltas de todos se echa la culpa a uno solo. ¿Qué he de tratar en primer lugar de prohibir y reducir a las buenas costumbres? ¿La inmensa extensión de las villas? ¿El número y procedencia de las familias de esclavos? ¿El peso de las vajillas de plata y oro? ¿Las maravillas de estatuas y pinturas? ¿Los vestidos que indistintamente sirven para hombres y mujeres y los que son exclusivos de mujeres, por culpa de cuyas piedras preciosas nuestros dineros pasan a manos de pueblos extranjeros y hostiles?"

Nos lo cuenta Tácito, quizá el mejor escritor que haya existido nunca, dado que siempre narra lo esencial y retrata como nadie la ralea de los seres humanos. Tiberio era en realidad un misántropo que fue incrementando la aversión por sus semejantes a medida que envejecía, porque iba acumulando más y más motivos para sentir por ellos asco y desprecio. Llegaron a ser tales que, en una ocasión, cuando le preguntaron por quién dejaría como sucesor, contestó que estaba criando una serpiente para Roma. Y acertó. Era Calígula.
Me imagino a Tiberio cuando con 9 años leyó en alta voz y en medio del Foro un discurso fúnebre en honor de su padre que acababa de morirse. Me parece estar viendo la plaza, llena de templos y edificios públicos para impartir justicia y vender mercancías, abarrotada de gente escuchándole. También me da por imaginar qué indescriptible emoción sentiría Tiberio cuando con 13 años montó en un carro tirado por caballos, acompañado de su hermano menor Druso, participando así en el desfile triunfal que celebraron Augusto y Agripa por su victoria sobre Marco Antonio y Cleopatra en la batalla naval de Actium. Pienso en el valeroso y capaz Tiberio que con 22 años fue a luchar contra los partos, en lo que fue su bautismo de guerra, logrando recuperar las insignias del ejército, las famosas águilas imperiales, que le habían sido arrebatadas a Marco Licinio Craso tras masacrarlo en la batalla de Carras. El premio de tanto empeño consistió, a su regreso, en mandarlo a luchar de inmediato junto a su hermano en el corazón de la vieja Europa para asegurar la calma en los teritorios levantiscos de los bárbaros.

Ruinas del Foro de Roma en la actualidad

Cuando los nietos de Augusto ambicionaban el poder, la vida de Tiberio corrió riesgos muy serios. Tal es así que la muerte de Druso podía tener que ver. Tiberio sospechaba que pudieron matar a su hermano por esto. Astutamente, lo que hizo fue quitarse de en medio autoexiliándose en Rodas, aunque para ello tuvo que pedirle permiso al emperador Augusto. Los días de su estancia allí fueron de total incertidumbre, porque cada carta que llegaba con un emisario podía ser tanto la de la orden de su ejecución como la de su vuelta a Roma. Una situación así no se la deseo a nadie. Póstumo Agripa también la vivió en la isla de Planasia, pero fue un joven grosero, violento y arrogante que pagó muy caras sus brutales ambiciones: Augusto le hizo una visita personal, lloró con él por el estado precario en que se encontraba y le prometió el poder, pero nada más salir de allí dio la orden de que lo mataran.

Sacerdotisas del templo de Vesta en Roma

La última gran jugada de Tiberio la realizó cuando delegó sus funciones de emperador en Lucio Elio Sejano y se marchó a la isla de Capri. De ese modo lograba aligerarse la pesada carga de las obligaciones del Estado sobre sus hombros y alejarse de la corrupta gente que pululaba por la ciudad de Roma. Consciente de cómo son los hombres de codiciosos y desleales, antes de ser traicionado, Tiberio le tendió una trampa. Le envió una carta en la que le prometía que iba en ella su designación como sucesor. Sejano, incauto, la hizo leer en el Senado. Pero allí lo que se decía era que Sejano tramaba asesinar a Tiberio y, por tanto, debía ser ejecutado de manera fulminante. Lo más triste es que también la guardia pretoriana asesinó a su esposa e hijos pequeños. El régimen de terror que Sejano había impuesto instalando espías y delatores por todas partes y liquidando a todo individuo sospechoso, fuera cierto o no, se volvió contra él del modo más horrible.

Macro asesinando a Tiberio, de Jean-Paul Laurens (1838-1921)

Tiberio moriría a manos de quien sucedió a Sejano como hombre de confianza y jefe de la guardia pretoriana. Se llamaba Nevio Sutorio Macro. Este matarife, para complacer a Calígula y esperando recibir alguna recompensa a cambio, asfixió en su lecho al anciano Tiberio, quien contaba ya con 77 años. Para su desgracia, la recompensa de Calígula no tardaría en llegar: ordenó que mataran a Macro porque en su calidad de verdugo sabía que la muerte de Tiberio no había sido natural. Y exactamente eso, que había muerto por enfermedad o de viejo, era lo que Calígula pretendía que el pueblo de Roma creyese para pasar él por un afligido sobrino que lamentaba la pérdida de su tío carnal. Sic transit gloria mundi.

TIBERIO

(16 de noviembre del 42 a. C. - 16 de marzo del 37 d. C.)

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