lunes, 31 de enero de 2011

Supongamos que salimos a altas horas en Madrid


Estatua de La Cibeles con la Puerta de Alcalá al fondo
(Fotografía de José Puerta)

LA NOCHE

Esta semana me he dejado seducir por los cantos de sirenas crápulas de mi ciudad. Sucumbí a la noche madrileña y recorrí las calles a esas ambiguas horas en las que, como decía Sabina, se mezclan el borracho y el madrugador. Me he dedicado a observar el ambiente, a analizar el comportamiento de noctámbulos habituales, a intentar descifrar el magnetismo que nos arrastra a la penumbra. Existe una barrera horaria en las madrugadas en la que el entorno comienza a vampirizarte. Todo se transforma en un escenario de película surrealista italiana. Se respira la superficialidad y se saborean las frases hechas para romper el hielo. El hielo se rompe y las intenciones se vierten. Siniestros porteros de pinganillo, amigables camellos, tacones de aguja, jóvenes curiosas jugando a ser modernas.



Aparecen las miradas huecas que proyectamos y recibimos con dos copas de más. Se escuchan las risas que nacen en la garganta; risas impostadas que esconden un profundo aburrimiento vital. Ríen para convencerse de que se están divirtiendo y así poder repetir tan banal experiencia el día después. Entran en escena los cazadores de noche, las cazadoras de noche, la sensualidad fingida para alimentar el ego o desnutrir la soledad. Se desatan las relaciones basadas en la carencia. Aumentan las colas en los baños de los que esperan su dosis de impulso hacia ninguna parte. Llamamos amigo a cualquiera que nos invite a otro gin tonic. Compartimos piropos gratuitos que de repente todos estamos dispuestos a creer. Neuronas anestesiadas se desubican a ritmo de afamados disc jockeys.



Se inicia la búsqueda desesperada de unos ojos que se claven en ti. Miedos vestidos de diseño pasean inquietos por la sala dejándose ver. Rehenes de sí mismos actuando con pretendida libertad. Rechazos que impactan en corazones etílicos. Abrazos que no nos tocan, palabras que no nos alcanzan, ojos que resbalan sin llegar a enfocarnos. Histerias anímicas invaden la pista de baile. Tu compañero de barra es un alma gemela y el camarero tiene todas las respuestas. Otro ron con Coca-Cola que no te sabe a nada. Deja, que ya pago yo. Crisis existenciales disfrazadas de ambiente festivo. Pulmones resistiendo el exceso que provoca la ansiedad. Chupitos dispuestos para clientes insaciables. Se nublan las vistas, las lenguas se traban, el equilibrio se pierde de camino al servicio. Qué bien lo estamos pasando.


"Gran Vía"
Antonio López García
(Tomelloso, Ciudad Real, 1936)

Pupilas de cocaína picotean los restos de la velada. Todos esperando a que suceda algo, a que un golpe de viento gire nuestro rumbo hacia alguna parte. Amanece, y las pieles se tornan grises a la luz del día. El rímel conquista las ojeras. Los vampiros huyen a sus hogares. Echarán las persianas hasta que el sol vuelva a ponerse. Arranca la resaca que castiga nuestros cuerpos; nos golpea en la cabeza, estalla en el estómago y trepa despacio por las áridas gargantas. Anoche no ocurrió, tampoco fue. Pero esta noche sí. Ésta es la noche. Y así se pasa la vida, disparada hacia el vacío, hasta que descubramos que nadie va a rescatarnos de nuestra propia inercia. La noche promete, pero no cumple.

(Artículo de opinión escrito por Bárbara Alpuente para la revista "Yo Dona", suplemento sabatino del periódico "El Mundo", que se publicó el día 15 de enero de 2011)


Bárbara Alpuente
(Madrid, Malasaña, 1973)
Una periodista inteligente que rebosa exigencia literaria

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