LÁGRIMAS POR EL 11-M Y ESPAÑA
Una nación que no llora junta a sus muertos no merece esa denominación. Una nación que no busca hasta el último destello de verdad ante una masacre como la del 11 de marzo de 2004 se halla en trance de descomposición, con síntomas evidentes de gangrena. Una nación que no es capaz de unirse en la lucha contra la agresión brutal y reiterada del terrorismo, que ni siquiera en esa terrible circunstancia encuentra un proyecto común y compartido en torno al cual aunar esfuerzos, ha dejado de existir o agoniza.
Eso explica muchas cosas.
Hace siete años un grupo de criminales organizados no sabemos por quién, armados no sabemos con qué, y determinados a torcer el brazo de la voluntad popular, colocó 11 bombas en cuatro trenes con un saldo de 191 muertos y millares de heridos en el cuerpo y en el alma. La mayoría de la sociedad española sintió entonces el zarpazo con idéntico y unánime dolor, estupor, impotencia e ira, mientras sus políticos, casi todos sus políticos, se ponían a hacer cálculos electorales con el fin de determinar, escaño arriba, escaño abajo, el impacto que cada una de las distintas hipótesis de autoría tendría en los resultados de las elecciones convocadas cuatro días más tarde. Ocurrió exactamente así en todos los cuarteles generales de los partidos, que articularon sus respuestas no en base al grito espontáneo surgido del corazón, sino al susurro ladino del interés.
Y eso explica muchas cosas.
Quienes a lo largo de los días 12, 13 y 14 de marzo canalizaron la indignación popular no hacia los asesinos, sino hacia el Gobierno agredido, han desarrollado con el transcurso del tiempo una habilidad impresionante para encubrir la verdad; esa verdad que, en un ejercicio de cinismo digno de mejor causa, decían querer conocer, y que hoy yace sepultada entre ocultaciones, destrucción de pruebas y mentiras. Han utilizado el poder, el presupuesto, la intimidación y la propaganda para dividir a las víctimas y silenciar a buena parte de los medios de comunicación, con la táctica de Luz de Gas (quien discrepe de la versión oficial, delira), hasta el extremo de que incluso el Partido Popular, el cadáver político de aquel atentado, ha renunciado a indagar la identidad de sus verdugos. Y eso explica muchas cosas. ¿Qué queda de una nación en esta España enfrentada no al terror, sino a sí misma, voluntariamente ciega, sorda y resignada? ¿Dónde mora España, sino en la Historia? Eso explica muchas cosas.
(Columna de opinión firmada por Isabel San Sebastián que publicó el diario "El Mundo" en su edición de papel el sábado 12 de marzo de 2011)
Isabel San Sebastián Cabases
(Santiago de Chile, 1959)
Una patriota tan íntegra como ella sería raro verla nacer
en España, nación fracturada por tribalismos aldeanos
instigados en el fondo por la concupiscencia económica
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