lunes, 27 de junio de 2011

El poeta de los misterios celestes de lo desconocido


Diego Doncel
(Cáceres, 1964)

La ciudad que una y otra vez se me mostraba
era como una página web dañada por un virus.

Yo había ido a buscarme y sólo había encontrado
los restos de mi vida perdidos por aquí y por allá.

Me dolían los insomnios, las sensaciones vacías,
la facilidad para el fracaso.

Soy lo que no hice e hice lo que nunca tuve que hacer.

Aun así espero que no te hayas ido de las huellas
que dejaste en el pasado. Espero que tu risa siga riendo allí,
que sigan pasando por ti los mismos sueños.

Hay besos arrojados a espacios de residuos afectivos, hay sentimientos que parecen la pantalla perturbada de un televisor, hay caricias como gente que se arroja desde lo alto de un rascacielos.




En el presente la sensación de irrealidad es tan fuerte que parece como cuando tienes una pistola incrustada en la boca y sientes el sabor del cañón derramarse en tu saliva.

Tú me dijiste que el dolor es una superstición y yo vivo en esa superstición, y me dijiste también que cualquier dimensión sentimental, que cualquier dimensión espiritual era una dimensión química.

La soledad tiene el aire de un programa
radiofónico de consultas que nadie oye.

Me hago preguntas y cada pregunta
es un desierto que no sé dónde termina.

Fuera la madrugada era demasiado frágil, como un mensaje que había que recomponer, como una llamada de socorro que se pierde en un sitio con poca cobertura.

El olor a basura quemada por los mendigos durante la noche
parecía crear un efecto como de fuga química.




¿Por qué la política vigila que la economía
establezca el orden democrático?

Olvídate de todo, me aconsejó el médico en el momento en que programaba en mi interior un estado mental más apacible.

Más allá el tráfico pasaba demasiado deprisa
y las tiendas de ropa, algunas con iluminación nocturna,
eran una secuencia alucinada de copyrights.

Y la autopista parecía la imagen filmada de una autopista
cuando los amantes se escapan por ella
a una cita clandestina en un hotel de los suburbios.

Y la felicidad con esa aventura de pasar por las cosas,
mientras todas las fantasías diseñadas por las estrategias
comerciales se disparaban dentro de nosotros.

Y tu belleza tenía esa forma de chica vulnerable
que aparece en algunos anuncios publicitarios.




No sé si fui yo o una parte de mí quien subió a tu apartamento.

No sé si fui yo o fuiste tú quien se sintió más solo.

Nuestras vidas las vivíamos demasiado velozmente.

Nuestras emociones sólo eran emociones
cuando disfrutábamos de la superficie de las cosas.

Éramos dos seres a los que envolvía
el espectáculo de su propio deseo.

Todas las noches la busco aunque ni siquiera sé quién es, sólo una mujer joven que se exhibe en lugares de nadie y los faros de los autos le llenan de electricidad la cara.

El sexo, para ella, es un acto que borra cualquier identidad personal. El único acto de amor en la era del consumo.




La exhibición sexual, dice en uno de sus vídeos, es la mercancía más compleja, la consumimos no sólo por placer, sino como una forma de que el mundo entre dentro de nosotros.

Soy en cualquier caso alguien que busca un lugar donde refugiarse y sabe que el sexo es el último refugio, la última resistencia.

El sexo es el principio. Es volver a iniciar una relación íntima con las cosas. Ser conscientes de la materia con que estamos hechos.

Las cosas se perdieron y nosotros nos perdimos de las cosas.

Hay una sensación de urgencia.
Hay algo peligroso dentro de nosotros.

El sexo es una revelación muy simple cuando ya creíamos que era imposible ninguna revelación.




Las versiones de mí son infinitas.

Han cambiado las leyes: somos zonas de tránsito.

Viajamos por la superficie porque sólo hay superficie.

La mente es una proyección incesante de estados,
de representaciones, de situaciones.

Sólo sé que la energía de las cosas no necesita pensamientos.

Escucho emisoras comerciales, veo imágenes estandarizadas,
circulo bajo la cosmética de los hologramas eléctricos.

Me gusta ser un punto atravesando el espacio.

Aquí todo es rápido, todo es inestable, todo pasa sin dejar huella alguna.

Mi metafísica es la metafísica
de las estaciones de servicio, de los lugares de paso.




Las líneas discontinuas que se pierden
allá al fondo no llevan ya a ningún sitio.

La mecánica de las cosas tiene un orden que está en permanente cambio, un proceso en despliegue que carece de metas y cuyo fundamento es la mutación constante.

Las versiones de mí y las versiones de la realidad
se combinan como una sucesión de sueños.

Cada rostro es la hipótesis de una nueva vida
y cada vida una sucesión de fragmentos.

Nos gusta consumir la vida de los otros,
nos gusta inventarnos psicologías ficticias.

Nosotros no pensamos, nosotros consumimos pensamientos.

No hay vacío, dirán con razón, sólo una inmensa
abundancia de realidades y un deseo extremo.



El destino de la conciencia humana es inexorablemente
nómada, un consciente deambular por el error.

La industria de la comunicación y la industria cultural
son quienes piensan por nosotros.

Las ideas vienen dadas por corporaciones informativas,
los pensamientos son pensamientos de mercado.


El universo es un producto.
Si alguien piensa otra cosa es declarado enemigo público.

No mires profundamente porque serás detenido por la policía.




Una mujer que dice llamarse A. Twist telefonea a un programa
de radio preguntando si es verdad que acaba de morir.

El sonido de la voz en directo de la mujer es muy triste,
como un black out, como una ruptura.

Como un fallo en la emisión de algo.

No llora, sólo pide socorro.

Sólo pide respuestas al hecho de mirarse al espejo y no ver a nadie.

"¿Me he vuelto loca?", pregunta.

"¿El dolor de todo este tiempo puede crear
en mí la experiencia de la desaparición?"

La mujer dice que quiso huir, hace tiempo, pero que le perseguía todo lo que ella era, todo lo que había sido.

Que creyó que la lujuria era capaz de transformar el mundo y fracasó.




Se imaginaba las cosas como un montón de cartas en los buzones de los pisos que ya no habitaba nadie.

Tenía el pelo sucio, lleno de pensamientos menesterosos.

Muy ida miró por la ventana.

Se vio a sí misma fuera.

Estaba buscando una apertura, cómo llegar.

Había muerto muchas veces, por eso no podía morir.

Su terror se prolonga en el silencio. "¿Es verdad que acabo
de morir? ¿He desaparecido en mis propios pensamientos?"

"¿Sólo puedo hablar desde el lugar vacío que yo misma dejé?"




En el sonido telefónico caen cosas que recuerdan el golpe de las lágrimas.

El shock aumenta.

El silencio era como una pérdida de fluido en la red.

Entró en su casa, encontró su propio cadáver.

Ver su muerte era el último lugar del exilio.

La última experiencia.

¿Somos lo que no pudimos ser? ¿Es demasiado pesada
la estéril sombra de nuestros sueños?

¿Por qué somos tan pobres que sólo podemos soñar?

¿Y nuestros sueños, cuántas veces han sido soñados
antes que los soñáramos nosotros?




¿Cuántas veces fueron vividas nuestras vidas
y cuánta gente ha vivido nuestro propio fracaso
antes de que nosotros comprendiéramos
que habíamos fracasado?

La experiencia es una jeringuilla tirada en una papelera.

La luz tiene el color de una lata de gasolina ardiendo.

Por la noche la locura se transmitía
por los micrófonos de emisoras clandestinas.

Ahora el viento sopla junto a la tapia
con un sonido de programa televisivo de terror.

El resplandor eléctrico. Las calles como un chute del fin del mundo.

Imágenes que se desdoblan, planos oscuros, cosas que se pierden.




Las cámaras de vigilancia haciendo psicoterrorismo con nuestras vidas.

Recordé tu saliva como un sentimiento último,
las líneas de tu tanga como puntos de fuga.

El escándalo de hacer el amor para dinamitar el tiempo muerto.

Los cristales de los edificios como planchas resplandecientes.

Sé que alguien filmó mi cara, mi gesto de terror.

Después un punto luminoso de color metálico recorriendo los cables,
las conexiones, las pequeñas piezas de un artefacto tecnológico.

Hasta llegar al lugar en que un dedo apretaba un botón.




Estar al margen es estar salvado.

Los intelectuales sólo son un arma a favor del poder.

Es mejos no salir de casa, pensar sin ser reconocido.

No preguntes dónde fue a parar el que eras.

No preguntes por qué ya no eres nadie,
sólo unos fragmentos pixelados,
unas pocas imágenes inservibles,
letras que nada significan, signos vacíos.

El ruido del metro se oye debajo de nosotros
y por el respiradero situado más allá de la ventana.

En la avenida se oyen bandas de vendedores de estupefacientes.

Desde los locutorios llegan los disparos de los juegos interactivos.

Ni siquiera vemos la barrera de jeeps, de furgonetas, de luces opalinas.

Entre el humo, el brillo de los cascos antidisturbios
responde a nuestras consignas.

Un bulldozer se acerca y con su potente chorro de agua nos tira al suelo.




El asfalto nos levanta la piel. La sangre fluye.

Un policía vigila nuestra reacción detrás de su escudo:
yo veo que tus ojos ya miran desde otro lado.

Las cosas estaban hechas pedazos como el cristal
de la ventanilla de un auto que acaban de robar.

El futuro parecía una entropía obscena.

No hay pensamientos, no hay alma, sólo dimensiones nerviosas.

Lo infinito de nuestras identidades hace que no tengamos ninguna.
He sido tantos que ya no sé quién he sido.

¿Ése hombre fui yo, fui yo quien ocupó su rostro?

No soy nadie, no soy nada y estoy solo.

(Versos sueltos escogidos del libro de Diego Doncel titulado 
Porno Ficción, Barcelona, DVD, 2011, 1ª edición, pp. 125)



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