AMOR AGOTADOR
Fundido y astillado, con el cuerpo roto,
quedé como un toro que sangra en el ruedo
respirando con dificultad en el denuedo
de cornear al aire entre vahídos, sudoroso.
Te di todo lo que tengo y me pareció poco.
Me entregué hasta el paroxismo. Un fuego
fue lo que percibí arder de mí en tu sexo
sabiendo que nunca podría, de ningún modo,
saciar la intensidad de tu deseo y el mío.
Estaba enfermo, herido, arrinconado,
como el animal que trata a la defensiva
salvar el cuello luchando con todo su brío.
Volví a intentar arremeter, derrumbado,
con mi puñal tu amplitud hasta que me rendías.
Desesperado, ahogado, ardiente, como una batalla interna.
ResponderEliminarMe ha sorprendido este poema, especialmente porque uno nunca sabe lo que ocurre en la cabeza del otro en un momento tan íntimo. Es como si hubieras abierto una ventana a la psique masculina.
Estimado amigo, me asomo a tu blog con tu venia, observando sorprendido una catarata de arte, tanto musical como literario. Lo hice con la sana intención de hacer un humilde comentario al libro que gentilmente me regalaste y del que ya he dado cumplida lectura.
ResponderEliminarAnte nada, gracias por regalarme, en este caso doblemente, un rato de entretenimiento reflexivo en la playa de Taurito mientras los rayos de sol se desvanecían sobre mi cuerpo yaciente a escasos metro del mar.
A través de lectura he descubierto que hemos recorrido algunas vivencias similares por esos mundos de Dios. Yo no tuve la fortuna de tener un Tácito en mi vida aunque si pude rescatar algunas de las cosas que a modo de reflexión mencionas en tu libro. Lógicamente y desde la amable discrepancia, y no como la de esos izquierdistas que mencionas en tus aforismos, que cuando discrepas, te llaman facha, o te "arrinconan", algo que yo también he experimentado, tenemos muchos puntos en común y algunos desacuerdos.
Y a modo de épilogo, desearte que te sigas impregnando, de ese ánsía compartida en este caso por la vida, aquella que tanto amaba nuestro común y admirado Borges y que si no encuentras los amigos que a él también se le resistían, al menos no te falten aquellos otros "invisibles" que con tanta sapiencia mencionaba el maestro.
Un apretado abrazo y que tu desvan de las ilusiones nunca se apague. Tu compañero:
Pedro Valcárcel