miércoles, 26 de diciembre de 2012

Calígula volvió a reinar entre el Tigris y el Éufrates


 
EL HIJO MAYOR
DE
SADDAM HUSSEIN
 
Uday Hussein fue el lobo ("abu sarhan") del desierto que presidió el comité olímpico iraquí y torturó a los atletas de su país que fracasaron. Lo mismo hizo con los futbolistas que cayeron derrotados en el Campeonato Mundial de Fútbol celebrado en 1994. También fue el sanguinario asesino del hombre más próximo a su padre, Kamel Hana Gegeo, por considerarlo un proxeneta que había colocado a Samira Shabandar como segunda esposa de Saddam Hussein y relegado, por tanto, a su madre Sayida Talfa al ostracismo. Ella misma le ordenó que lo ejecutara y lo hizo durante una fiesta de recepción al presidente egipcio de entonces, Hosni Mubarak.
 
 
Uday Hussein al Tikriti
(Tikrit, 1964 - Mosul, 2003)

Uday era un juerguista cocainómano y violador de jovencitas púberes, como el emperador romano Calígula. Un asesino obstinado, un torturador demente, un violador lujurioso, un drogadicto agresivo y un psicópata desenfrenado. Éste es el personaje inmundo que el director neozelandés Lee Tamahori (Wellington, 1950) lleva con maestría al celuloide. Son 108 minutos de recreación histórica sin detenimiento en la infancia del protagonista ni en sus últimos momentos de vida: las seis horas que junto a su hermano Qusay y el hijo de éste, Mustafa, resistieron a un ataque conjunto de 200 marines con helicópteros Apache y aviones A-10 en una casa de la ciudad de Mosul. Habían sido delatados por el dueño de la mansión, quien recibió una recompensa de 30 millones de dólares como en los tiempos de los carteles con el nombre de los forajidos más buscados del Far West.


El actor Dominic Cooper dando vida al atrabiliario Uday Hussein
  

Los dos papeles que interpreta Dominic Cooper (Londres, 1978), haciendo de un Uday malvado y de su doble, el honrado Latif, lo hubiera visto con agrado el propio Marlon Brando. Dominic está sencillamente apoteósico hasta el punto de que no parece uno solo, sino dos actores distintos. Con esta película no se puede decir que haya nacido una nueva estrella: más bien ocurre que ha surgido un gran actor. Toda palabra sobra para elogiar cómo desarrolla el rol de un cocainómano desenfrenado y vanidoso, psicótico y criminal, al tiempo que despliega otro de hombre honesto.

Ludivine Sagnier despliega el magnético atractivo
propio de una Sherezade en "Las mil y una noches"
 
Le da la réplica la actriz Ludivine Sagnier (La Celle-Saint-Cloud, 1979) haciendo gala de una belleza conturbadora y un dominio de la pantalla a la que se come simplemente con los ojos. Refleja a la perfección el exotismo y la hermosura de la mujer árabe de manera que nos parezca increíble que se trate de una parisina europea. Aparece misteriosa y sensual, embelesadora y tierna, astuta y traidora, según lo requiera el guión. Enamora a las cámaras.
 

Si la fotografía le añade valor por ser luminosa y estar llena de contrastes, la elección y el trabajo de los actores es primordial para convertir a esta película en grande
 
Dado que desde hace tiempo abundan las cintas de acción trepidantes y vacuas, se agradece esta coproducción entre Holanda y Bélgica plena de interés y ritmo ágil. Demuestra que la calidad no tiene por qué estar reñida con la comercialidad y que el arte serio no ha de ser necesariamente aburrido. Ojalá sea recompensada como se merece en las taquillas, porque en la historia del cine a buen seguro su valor crecerá con los años. 
 
 
Un vertiginoso largometraje basado en la vida de un hombre cruel

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