Catedral de Santiago de Compostela en Navidad
SEIS
PALADAS DE LLUVIA
Ocurrió
en días consecutivos, en fechas como éstas, en una Compostela lluviosa, hace
unos pocos años, en un momento de mi vida en el que no dormir me producía
insomnio y la felicidad me daba vergüenza. Al salir de la redacción del
periódico se me acercó un muchacho de unos 17 años del que yo había contado en
el periódico unos cuantos crímenes. Se interpuso en mi camino, abrió los brazos
y me dijo: «No te haré daño. Ocurre que es Navidad y no tengo quien me abrace.
Estoy empapado en agua, pero sucede que tampoco la lluvia es mi familia. ¿Te
importaría abrazarme?». Nos fundimos en un abrazo y el muchacho rompió a
llorar. Después se rehizo y se perdió en la penumbra, bajo la lluvia. Muy cerca
de allí, me tropecé al día siguiente con un delincuente con el rostro saqueado
por muchos años de heroína. Estaba arrimado a la fachada de una casa, bajo un
aguacero.
Le pregunté por qué no cruzaba la calle y se ponía a salvo del
chaparrón debajo de los soportales. «Lo haría, pero no puedo. En realidad no es
que no pueda, es que no debo», dijo. «Sujétate de mi brazo y cruzaremos juntos
la calle antes de que ya no quepa más agua en tus bolsillos», me ofrecí.
«Gracias, colega, pero no puedo. Me he cagado encima y si diese un solo paso me
saldría la mierda por los pies». «¿Te encuentras mal? Puedo pedir una
ambulancia, si quieres». «No pasa nada. Es la Navidad, que me descompone el
vientre. Sigue tranquilo tu camino. Me iré tan pronto como el calor de mi
cuerpo seque la mierda que llevo encima. Nadie me espera. Lo más parecido a una
familia que recuerdo es la mirada perdida de cualquier perro ciego». Aquellos
muchachos son ahora dos miradas enterradas en mi conciencia con seis paladas de
lluvia. Feliz Navidad.
(Texto escrito por José Luis Alvite y publicado en el
diario "La Razón" el sábado 22 de diciembre
de 2012)
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