José Emilio Pacheco Barney
(Ciudad de México, 1939 - 2014)
Poeta, ensayista, traductor y novelista
ÉGLOGA OCTAVA
Lento muere el verano
y suspende el silencio con sus ruidos.
El otoño cercano
penetra en los erguidos
árboles por la muerte merecidos.
La luz nos atraviesa.
Se detiene en tu cuerpo y lo decora.
Tal fuego que te besa,
consumida en la hora,
ya se incendia la tarde asoladora.
Sólo hay este presente.
No existen el mañana ni el pasado.
Pero seguramente
no estaré ya a tu lado
en otro tiempo que nació arrasado.
En estas soledades
se han unido el desierto y la pradera.
Y la dicha que invades
ya no te recupera
y durará lo que la noche quiera.
Creciste en la memoria
hecha de otras imágenes, mentida.
Y no habrá más historia
para ocupar la vida
que tu huella sin sombra ni medida.
Inútil el lamento,
inútil la esperanza, el desterrado
sollozar de este viento:
te ha poblado
el transcurrir de todo lo acabado.
José Emilio Pacheco en su cuarto de estudio en torno a 1989
(Fotografía de Rogelio Cuéllar)
Esperemos ahora
la claridad que apenas se desliza.
Nos encuentra la aurora
en la tierra cobriza
faltos de amor y llenos de ceniza.
No volveremos nunca
a tener en las manos el instante.
Porque la noche trunca
hará que se quebrante
la pasión, y sigamos adelante.
El oscuro reflejo
del ayer que zozobra en tu mirada
es el oblicuo espejo
que bifurca la nada
de esta reunión de sombras condenada.
La llama que calcina
a mitad del desierto se ha encendido.
Y se alzará su ruina
en este dolorido
y silencioso estruendo del olvido.
El mundo se apodera
de lo que es nuestro y suyo, y el vacío
nos recubre y vulnera.
Como el río
que humedece tus labios, amor mío.
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Pero, ¿es acaso el mundo un don del fuego
o su propia materia ya cansada
de nunca terminar
le dio existencia?
Y en un cuarto, otro más,
alguien formula
la primera pregunta
y no hay respuesta:
¿Para qué estoy aquí, cuál culpa expío,
es un crimen vivir, el mundo es sólo
calabozo, hospital y matadero,
ciega irrisión que afrenta al paraíso?
MOSQUITOS
Nacen en los pantanos del insomnio.
Son negrura viscosa que aletea.
Diminutos vampiros. Sublibélulas.
Pegasitos de pica del demonio.
El díptero nematócero conocido como zancudo o mosquito
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Como del fondo sube una burbuja y los peces
encadenados al acuario horadan el tedio
en feroces o mansas coreografías, nosotros
estamos ciegos para ver más allá del gran vidrio,
del agua turbia que llamamos el tiempo.
Somos los peces de este ahora
que velozmente se transforma en entonces.
Los prisioneros, los reducidos a soñar un futuro
que otros muchos soñaron y ya es este
miserable presente.
No puedo dar
un paso que me aparte de mi acuario.
Conozco mis voraces limitaciones.
falta el oxígeno. Las algas nos devoran.
Se adensa el agua
y hay un escape en algún lado.
Tal vez nos llegará la asfixia,
tal vez muramos
sin ver ese otro mundo allá afuera.
Pero qué importa esa agonía.
Si te derrumbas, si te mueres
habrá otro siempre
para acabar cuanto empezaste,
nada es inútil.
Tu misma muerte
transmitirá la vida a quienes lleguen.
El mundo no morirá (lo sabes)
cuando te extingas.
[Poemas extraídos de Pacheco Barney, José Emilio: Alta traición, (Antología poética), Madrid, Alianza, 1985, 1ª edición, (selección y prólogo de José María Guelbenzu), (cubierta de Daniel Gil Pila), pp. 112]
La portada es obra del diseñador
Daniel Gil Pila
(Santander, 1930 - Madrid, 2004)
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