jueves, 1 de octubre de 2009

El mejor columnista de la prensa española


Raúl del Pozo enarbolando el "Premio González-Ruano de Periodismo" del año 2005. Tardaron en otorgárselo, pero al final se hizo justicia

LAS OLIMPIADAS

Raúl del Pozo


Aunque dicen que el deporte moderno, al profesionalizarse y convertirse en un espectáculo de masas, se va alejando del espíritu olímpico, no debiéramos idealizar las olimpiadas antiguas que movilizaban a Grecia. Como ahora, los poderes urdían un juego diplomático de sobrecitos y tongos. Las ciudades pagaban a los atletas premios en metálico de hasta 500 dracmas. Ni entonces ni hoy lo importante era participar, sino arrasar. Los dioses hacían apuestas y bacanales en la ribera del río Alfeo, que era un hijo del océano. También en Grecia el deporte era el lenguaje de la paz y de la tregua, una forma de religión y de diplomacia. Los griegos ya eran metrosexuales: rendían culto al cuerpo, a los afeites, y se pisaban la túnica.
Las cuatro ciudades de hoy -Río, Madrid, Chicago, Tokio- envían a Copenhague pomposas embajadas, reyes y emperadores, poderes fácticos y alcaldes, como entonces. Irán el Rey de España, Lula da Silva y hasta Obama, que si levanta el índice logrará el voto del Tercer Mundo. Claro que entonces los patrocinadores eran más modestos; no tenían Telefónica ni Ferrovial ni Dragados ni Iberia ni San Isidoro del Corte Inglés.
Aquello era fascinante. A las secas rocas de Acaya llegaban los atletas y el público por las siete carreteras que conducían a Olimpia, entre prostíbulos, templos, estatuas, tumbas, bancales de flores y sibilas que hacían la carrera. Sócrates con sus chaperos alternaba con comedores de fuego, tragadores de sables, vendedores de turrón de almendras, saltimbanquis, juerguistas y ladrones. Se hacían apuestas y todos revueltos se apareaban en los prados.
Las olimpiadas tuvieron su poeta, Píndaro, según Pla el más aburrido de la literatura griega. También trincaba del erario público. Pero cuando Alejandro Magno arrasó y saqueó Tebas sólo dejó intacta la tumba del poeta, que se inspiró en los atletas desnudos, cubiertos de aceite. Cuentan que para criticar su amor por el dinero lo dibujaban con una abeja que hacía un panal en su boca mientras el poeta dormía. Píndaro fue enterrado en un hipódromo y santificado por los griegos porque descubrió que los únicos que nos dicen la verdad son los sentidos.
Los atletas, junto a los dioses, crearon, con sus formas, la belleza y su fugacidad, cuya máxima expresión es el Auriga de Delfos. Luego Sófocles hizo decir a Áyax: «No son los corpulentos y los de anchas espaldas los que son invencibles; los que todo lo vencen son los sabios, los prudentes y avisados». Teodosio suprimió los Juegos. Olimpia quedó convertida en escombros, pero los atletas, sus escultores y poetas nos mostraron que la perfección fugaz y vana es la belleza, basada en la geometría, en las matemáticas, en la proporción, en la simetría.
La belleza es ese sueño de piedra, ese instante del relámpago excelso e inútil que inmortaliza una nimia sonrisa o el grácil salto de un atleta.

(Artículo de opinión aparecido en "El Mundo" el 30 de septiembre de 2009)


Raúl del Pozo es un domeñador absoluto del idioma

CAMILO DONANTE

Raúl del Pozo


Estamos viviendo el futuro. Nuestras células locas, desbocadas, nos pueden hacer nacer de nuevo. La humanidad se autorrecreará en divisiones mióticas, como los champiñones. Pero el cielo de la humanidad es borrascoso. En todo hemos avanzado excepto en la moral, dicen los predicadores; el caso es que algunos clérigos monoteístas -los judíos, incluso los budistas tan fardones- se oponen a avances científicos como el de los trasplantes. No somos polvo, sino células enamoradas. Quiero decir que la ambulancia del amor no se ha estrellado. No sólo hay botellón de botox y pellejos de clítoris en el careto, sino un gigantesco taller de tejidos, huesos y órganos, aunque se esté invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la virilidad masculina y silicona para mujeres que en la cura del Alzheimer. Esta noticia hizo decir al doctor y escritor brasileño Draúzio Varella: «De aquí a algunos años, tendremos viejas de tetas grandes y viejos con pene duro, pero ninguno de ellos se acordará de para qué sirven».
No es tan desoladora la condición humana. Los médicos, los últimos científicos en contacto con el pueblo, piden órganos para salvar vidas. Hay donantes familiares, no familiares y cadáveres que antes de morir dejaron su última voluntad solidaria. Regalan riñones o médula ósea los héroes anónimos que practican el amor dándose a agonizantes.
No sé si la gente sigue leyendo a Camilo José Cela, pero allá donde voy, a Rute, a Pastrana, al restaurante de Santiago, a Finisterre, a Iria Flavia a las hermanitas descalzas, encuentro santuarios dedicados a Cela. En la Clínica Cemtro, desde donde se llevaron al gallego para hacer el último paseíllo sin cuadrilla, el doctor Guillén tiene una biblioteca dedicada al Nobel y guarda un poema impertinente y machista para estos tiempos de la ideología de la corrección. Perdonemos sus excesos homófobos para sacar de él lo humanitario, lo quevedesco o aretinesco. Cela dona sus órganos, al estilo burlesco, con algunas salvedades: «Que se los den a cualquiera». «Si ya no puedo respirar / que otro respire por mí». «Donaré mi corazón / para algún pecho cansado / que quiera ser restaurado / y entrar de nuevo en acción». «La pinga la donaré / y que se la den a un caído / y levante poseído / del vigor que disfrute».
El Nobel regala todos sus órganos excepto la boca y el culo. «Sé de quien en ocasiones / habla mucha bobería; / mama lo que no debía / y prefiero que se pierda / antes que algún comemierda / mame con la boca mía». Y respecto al bullate canta y no da: «El culo no lo donaré. / Muchos años lo cuidé, / lavándomelo a menudo, / para que un cirujano chulo / en dicha transplantación / se lo ponga a un maricón / y muerto me den por el culo».

(Artículo de opinión publicado en "El Mundo" el 25 de septiembre de 2009)


Raúl del Pozo
(Cuenca, 1936)
El Borges del periodismo español

1 comentario:

  1. Enhorabuena a Raul del Pozo. Me gusta su estilo, y coincido con usted en apreciar los meritos que reune.
    Tiene usted razon, monsieur: ya le tocaba.

    Feliz fin de semana

    Bisous

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