Somormujos
MODELOS
NUPCIALES
Un anciano al que le gustaba alejarse del mundo se
dedicaba a caminar por parajes solitarios durante largas temporadas. En uno de
sus lentos paseos se encontró con una flor de vívidos colores que desprendía un
olor penetrante y profundo. Se detuvo a contemplarla y vio cómo algunos
insectos atraídos por ella caían dentro de su corola que se cerraba para
deglutirlos. Era una planta carnívora.
Prosiguiendo su camino, observó un pájaro que
desplegaba las alas para aparentar el doble de tamaño. Cantaba, lucía un
plumaje florido, e insistía en una especie de baile cuya misión no podía ser
otra que la de convertirse en anzuelo. Así fue, pues al poco rato se posó cerca
una hembra de la misma especie que, tras un cortejo inicial dubitativo, terminó
por acoplarse con él para ser fecundada. A continuación volaron en direcciones
opuestas como si nada entre ellos hubiera ocurrido.
Vagando por senderos apenas transitados por el pie
del hombre, comprobó pautas similares de apareamiento y búsqueda de
alimentación en muchas manifestaciones de la vida en plena naturaleza al aire
libre. Desnutrido por comer raíces de hierbas, bulbos crudos y algunos frutos
silvestres, consideró prudente regresar por un breve periodo de tiempo a la
civilización urbana. Se detuvo para tomar algo caliente en una cafetería y observó
que por la calle pasaban mujeres con ropas elegantes y maquillaje llamativo. A
su lado, en otra mesa, un joven seductor exhibía la musculatura de sus brazos embutido
en una camiseta con mangas cortas. La camarera lo miraba con deseo mientras le
preguntaba qué le servía. Una joven que acompañaba al apuesto muchacho no le
quitaba los ojos de encima, contemplándolo entre aduladora y satisfecha,
arrobada y orgullosa como estaba de su conquista.
El viejo pensó en el hermoso colorido de las flores que
atraían a las abejas para que se impregnaran con su polen e inseminasen a otras
lejanas con las que poder reproducirse. Recordó las aves que inflaban el buche
o desplegaban con la cola un abanico de pigmentaciones vivísimas. Y al ver
comer a la pareja los platos de carne con menestra de verduras que les habían traído, volvió a darse
cuenta de que nuestra especie humana pertenece al género de las peligrosas omnívoras.
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