OMNIA
AB UNO
ET
IN UNUM OMNIA
ET
IN UNUM OMNIA
Recordó lo que dejó escrito Heráclito sobre que no
podíamos bañarnos dos veces en la misma agua de un río, pero le pareció que al
fin y al cabo era agua. Oteó el cielo, y aunque las nubes adoptaban formas
singulares y caprichosas, consideró que se trataba de la cúpula celeste
observable desde allí como en cualquier parte. Bajó la mirada hacia sus zapatos
y comprobó que estaban pisando baldosas como en cualquier lugar de cualquier ciudad
urbanizada. Se asomó a la terraza de la habitación del hotel donde se estaba
alojando, tras encender un cigarrillo, y el césped del jardín lo vio como la
hierba que crece en cualquier lado.
Evocó entonces los amores que había vivido y
aquellos de los que tuvo noticia en la ficción de los libros y la lectura de
periódicos, dándose cuenta de que todos los amores eran variantes del mismo
amor en el que se substancian. El sabor del cigarro era siempre, después de todo y a pesar de las diferentes
marcas, mezclas y olores a elegir, el simple regusto
rancio del tabaco. Meditó en todas las personas que había visto o conocido y en
que, pese a ser capaz de diferenciarlas por sus rostros, todas las caras
estaban compuestas de los mismos elementos: una nariz, dos orejas, una boca y
dos ojos.
"Semblante cubista"
Javier Rubinstein
(Buenos Aires, 1984)
Pensó en que cada individuo tenía reservada una
forma diferente para despedirse del mundo, al tiempo que iba quedándose
adormilado en una blanca butaca de plástico. Terminó por caerse en un profundo
sueño del que le despertó un dolor agudo en el tórax. Después, tras unas
convulsiones mezcladas con gestos entre grotescos y ridículos, comprendió que no
obstante la amplia variedad de maneras posibles de morir, era la muerte y daba
lo mismo.
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