jueves, 5 de enero de 2012

Omnia in vita transibunt: nos ibimus, ibitis, ibunt




OMNIA AB UNO
ET
IN UNUM OMNIA

Recordó lo que dejó escrito Heráclito sobre que no podíamos bañarnos dos veces en la misma agua de un río, pero le pareció que al fin y al cabo era agua. Oteó el cielo, y aunque las nubes adoptaban formas singulares y caprichosas, consideró que se trataba de la cúpula celeste observable desde allí como en cualquier parte. Bajó la mirada hacia sus zapatos y comprobó que estaban pisando baldosas como en cualquier lugar de cualquier ciudad urbanizada. Se asomó a la terraza de la habitación del hotel donde se estaba alojando, tras encender un cigarrillo, y el césped del jardín lo vio como la hierba que crece en cualquier lado.






Evocó entonces los amores que había vivido y aquellos de los que tuvo noticia en la ficción de los libros y la lectura de periódicos, dándose cuenta de que todos los amores eran variantes del mismo amor en el que se substancian. El sabor del cigarro era siempre, después de todo y a pesar de las diferentes marcas, mezclas y olores a elegir, el simple regusto rancio del tabaco. Meditó en todas las personas que había visto o conocido y en que, pese a ser capaz de diferenciarlas por sus rostros, todas las caras estaban compuestas de los mismos elementos: una nariz, dos orejas, una boca y dos ojos.


"Semblante cubista"
Javier Rubinstein
(Buenos Aires, 1984)



Pensó en que cada individuo tenía reservada una forma diferente para despedirse del mundo, al tiempo que iba quedándose adormilado en una blanca butaca de plástico. Terminó por caerse en un profundo sueño del que le despertó un dolor agudo en el tórax. Después, tras unas convulsiones mezcladas con gestos entre grotescos y ridículos, comprendió que no obstante la amplia variedad de maneras posibles de morir, era la muerte y daba lo mismo.



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