miércoles, 15 de diciembre de 2010

Porque a cada nuevo amor se le ve venir el fracaso



DECLARACIÓN AMOROSA

Me reprochas, con el lenguaje del amor
en tu mirada ausente, por qué no me arrojo
al combate del deseo de conquistarte
ni me abandono en los brazos
de vagar en pos de tus caricias,
de tal manera que nunca gozaremos
el contacto de la carne, esa celebración ritual
de las nupcias, el maravilloso viaje de pasiones
que sigue a la escenificación del matrimonio.



Me suplicas, y en tus ojos noto la impudicia
de las lágrimas reprimidas hasta ahora,
que tenga el valor de ser un hombre
y comportarme como el valeroso audaz
que nunca he sido, porque nos esperan
días connubiales de vino, besos y flores,
porque es maravilloso sentir el temblor corporal
que excita cuando nos acercamos.
Te ves ofendida y juras despreciarme.



No sabes que no quiero ser el culpable
de tus tragedias conyugales, que no aspiro
a convertirme en el varón que no pueda saciarte.
No tienes en cuenta los años interminables
en que se volverían las semanas
de nuestra convivencia, ésas
cuando el factor sorpresa se evaporase.
No piensas —¡eres tan joven!—
que quiero evitarte los insultos y las discusiones,
que no aspiro a ser el bucardo de tus desaires,
el hombre infiel de tus sospechas,
el pobre gaznápiro que no sabe ganarse la vida
para comprarte vestidos y joyas.



No entiendes cuánto me dolería encarnar
al individuo ése que más tarde o bien temprano
te haría desdichada. Es él quien va a estar ahí
en los malos tragos de las riñas para que tú lo arañes,
es él quien va a defraudarte, él será protagonista
de tu próximo divorcio, será él a quien critiques
y de quien harta querrías no haber sabido
nada nunca. En lo que a mí respecta,
guárdame para entonces un tibio recuerdo
entre las tentativas sin consumar del ayer.
Déjame el privilegio de vaticinar
que me evoques en uno de esos momentos
cuando la ilusión te haga creer que conmigo
hubiera sucedido de otra forma.



Gertrude Stein escribió que todos éramos
tan diferentes por ser iguales,
y no lo comprenderías
a menos que conmigo tuvieses otro fracaso.
Permíteme reestablecer el mismo axioma.
Haz un ímprobo esfuerzo de madurez sobrevenida
y comparte que yo nunca hubiera querido
estar en el centro de la monotonía
ni de tus fingidos orgasmos.


"Dánae con Zeus transformado en lluvia de oro"
(1907)
Gustav Klimt
(Baumgarten, 1862 - Viena, 1918)

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