jueves, 18 de junio de 2009

Un libro que quién no hubiese querido escribir


Es una lástima que desconozca el idioma holandés, porque si este libro en la lengua neerlandesa original con la que fue concebido utilizara una prosa poética, de esas que se evaporan en la traducción, nos hallaríamos ante una obra cumbre. Visto desde el español, la impresión que deja es la de ser una obra correcta, por momentos fallida y en escasas ocasiones sublime. Hay que agradecer al autor que en ningún caso recurra a la sensiblería, pero también podría reprochársele no habernos dicho más de lo que sabe, o de lo que debió haberse documentado, acerca de los escritores que yacen en cada tumba.
El plan era perfecto. Un hombre escribe sus percepciones ante la lápida de cada literato que admira, ya sea filósofo, poeta o narrador, mientras su esposa Simone Sassen se encarga de las fotografías. Para llevar a cabo este proyecto hace falta mucho tiempo, dinero y ganas. Supongo que de esto último no estarán faltos la mayoría de quienes hubieran aceptado gustosos escribir este libro como si fuera el encargo de una editorial prestigiosa. Lo malo es que de los otros dos factores, tiempo y dinero, no andan sobrados la mayoría de los escritores ni lo aspirantes a serlo.
Cees Nooteboom, una celebridad en Holanda, al parecer el mejor escritor vivo de aquellas tierras bajas respecto al nivel de los mares, digamos que una cima literaria en medio de extensas llanuras florecidas con esas plantas bulbosas que conocemos por tulipanes, estaba en condiciones de afrontar este ambicioso proyecto con mucha paciencia a través de los años. Y lo ha logrado. Cuenta a su favor el hecho de que a muchos de los retratados los conoció en vida, por lo que pasa a relatarnos esa clase de pequeños incidentes con los que suele mezclarse la salsa de la literatura.
Desconcierta cuando habla de colegas holandeses desconocidos y me hace sentir culpable del delito de lesa ignorancia cuando nombra la relación amistosa que mantuvo con una escritora norteamericana que desconozco por completo y a quien no he leído en absoluto, una tal Mary McCarthy. Lo mismo me pasa con otros autores como el ruso Pjotr Scharow. Por lo demás, salen bien parados los japoneses Yasunari Kawabata y Murasaki Shikibu, ésta última mal citada en el índice onomástico, pues las páginas a que nos remite van de la 239 a la 246, y no de la 170 a la 174, como allí se expone. (Gracias a esto descubro que el apéndice final de nombres es del todo incorrecto, no coinciden los números de las páginas con los contenidos buscados, y quizá esto se deba a que reprodujeron la edición de tapa dura, tal cual estaba, para dar a luz esta versión de bolsillo que es la que he leído).

Simone Sassen en Australia (1989)

Se cuelan personajes que no admiro, como el ínclito Marcel Duchamp, un artista plástico aborrecible, así como algún que otro escritor raro que por ser inédito en estos lares idiomáticos castellanos vaya usted a saber qué tal es. Ahora bien, están muchos de los que verdaderamente importan, empezando por Virgilio y siguiendo por Chateaubriand, Ítalo Calvino, Balzac, Elias Canetti, Joseph Brodsky, el Dante, Goethe, Flaubert, Baudelaire, James Joyce, Cervantes, Kafka, Herman Melville, John Keats, Leopardi, Neruda, Ezra Pound, Robert Louis Stevenson, Antonio Machado, Bertolt Brecht, Nabokov, Spinoza, Witold Gombrowicz, Thomas Stearns Eliot, Walter Benjamin, René Char, César Vallejo, Wittgenstein, Oscar Wilde y Jorge Luis Borges, hasta acabar en Robert Graves. Buen libro, en suma. Digamos que algo hecho con estos ingredientes básicos sería muy difícil echarlo a perder.


Cees Nooteboom
(La Haya, 1933)

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