jueves, 4 de marzo de 2010

Algunas meditaciones sueltas agarradas al lazo



Tras los efectos devastadores de terremotos y tsunamis, el sol vuelve a destellar sobre las ruinas y los cadáveres con una indiferencia apacible, cósmica e infinita.

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La inspiración es el acierto espontáneo. También ese estado anímico en que una o varias ideas bullen en nuestro interior con una desazón inquietante, como si lucharan por desembarazarse de uno mismo.

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Uno de los problemas que surgen en las relaciones humanas tiene que ver con el cociente intelectual. Si es alto, resulta exigente con la realidad circundante y se aleja de ella porque le defrauda. Si es bajo, no da la talla para integrarse en la vida de la sociedad, por ejemplo, el mercado laboral. Un término medio es más adaptable porque hace juego con la mediocridad ambiental.



El hombre mejora su raciocinio a medida que envejece y declina su lozanía mental. El precio a pagar es alto: el deterioro y la pérdida masiva de neuronas. Cuanta más vida aglomera un cerebro, más próxima está su muerte.

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Los hombres no suelen ver la realidad, sino la idea que se forman de ella. De ahí el éxito de la fantasía, los efectos especiales y la manipulación de la historia en el cine y el arte en general. Sólo a unos pocos eruditos les interesa la veracidad. El ejercicio del estudio y el respeto al pasado te inclinan a ser escrupuloso y fidedigno.

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¿Qué clase de credibilidad, talla moral o estatura ética puede tener un compañero de trabajo que se llena la boca de conceptos grandilocuentes como cooperación, solidaridad, labor en equipo, ayuda, participación, empatía, etcétera, y luego se desvive por hurgar en tus quehaceres para dañarte y hablar mal de ti a tus espaldas? ¿Lo hace para desviar la atención sobre sus propios fallos? ¿O es como el perro que al sentir un pisotón en la cola se gira y muerde lo primero que encuentra a su lado? Abunda la gente de doble cara, esa masa plebeya y mezquina, ruin e hipócrita.



El sistema educativo actual ha ido decayendo tanto como les ocurrió a las antiguas escuelas de retórica en la Grecia y Roma clásicas. Demasiada palabrería hueca, demasiadas buenas intenciones sin resultados prácticos, demasiada impotencia al bajar a la realidad desde la teoría, demasiados flatos de voces, demasiados floretes en pantallas, gráficos estadísticos y pizarras, demasiada cáscara sin sustancia, demasiada comprensión hacia lo intolerable, demasiada articulación fonética y poco amor al fondo y la forma en que se vierte el pensamiento entretejiendo las palabras.

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Muchos jóvenes desprecian el bagaje de la cultura heredada y lo rechazan basándose en la reciprocidad de su camaradería salvaje. Se ríen de los libros clásicos y hacen burla de los autores inmortales. Algún día envejecerán y habrán comprendido que la barbarie nunca está por encima de la civilización que supone la literatura capaz de sobrevivir a distintas épocas. Para cuando lo hagan será tarde, pero al menos por fin habrán entendido que era su postura y no las obras menospreciadas lo que no valía un bledo.

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La muerte es veleidosa y banal. Puede elegir para llevarte un objeto caído al azar sobre la cabeza, un resbalón en un buque durante un crucero de placer, un breve trayecto urbano en automóvil, un ligero chapuzón en la playa o cualquier somnolencia, en principio pasajera, hasta que alguien se da cuenta de que no despertaremos nunca.


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