jueves, 19 de febrero de 2009

Al rescate del mundo clásico


Caroline Lawrence es una escritora inglesa nacida en Londres y afincada en California que realizó estudios de Arqueología en Cambridge y sobre la cultura hebraica en una universidad londinense. Ha tenido la brillante iniciativa de crear una serie de novelas para niños ambientadas en la antigua Roma, con el aliciente añadido de estar centradas sobre una trama detectivesca, algo que ya hacía Lindsey Davis para el mundo de los adultos con el investigador romano, fruto de su imaginación, Marco Didio Falco. Este libro que comento es el duodécimo que publica, y si empecé por él fue porque los anteriores se encontraban agotados en el momento de adquirirlo.
Está editado con primor y cuidado en los detalles. Por ejemplo, las veintiséis partes de que consta no se llaman capítulos, sino rollos, como corresponde al papiro (o al pergamino para las ediciones de lujo) que se utilizaba entonces. Se abre con un mapa detallado del Circo Máximo en el que descubrí que entre las celdas (carceres) de salida de los caballos y la línea de salida (línea alba) el terreno no era llano, sino que formaba una rampa. Me imagino el rugido de las 250.000 personas en las gradas cuando aparecían los aurigas en sus carros descendiendo lentamente hasta colocarse en la posición del inicio de la carrera. Luego se acompaña un mapa de la Roma del año 80 d. C. cuando gobernaba Tito Flavio Vespasiano, el hombre que inauguró el anfiteatro que lleva su apellido y que hoy conocemos como el Coliseo. A propósito, "Flavio" significa "rubio" en latín, con lo que el Anfiteatro Flavio vendría a querer decir, además del apellido de su fundador, que era "dorado". Y así debió ser cuando a su refulgente mármol le daba la luz del crepúsculo al declinar el sol. Otro dibujo que viene a continuación explica cómo era una cuadriga, con los dos caballos centrales soportando un yugo sobre el lomo (por eso eran los caballos "iugalis") y los dos de los lados llamados "funalis", porque iban solamente atados con riendas y parecían las "antorchas" que alumbraban a ambos lados.



Circus Maximus en la Antigüedad (año 80 d. C. )


El libro es maravilloso. Enseña la simbología que tenían las carreras de caballos para los romanos, cuya importancia y popularidad era mayor entre ellos que las luchas de los gladiadores. La espina central se llamaba "euripo" y contenía agua porque representaba el mar, mientras que la arena de alrededor simbolizaba la tierra. "Euripo" significa "canal" en griego. La pista rodea el euripo igual que el mundo rodea el océano. Por lo tanto, la carrera de carros se identifica con la lucha por la supervivencia en la que es muy probable morir y sólo el mejor se lleva los trofeos. El obelisco central que trajo Augusto de Egipto y que está hoy en la Piazza del Popolo, era la encarnación del sol. Por eso tenía en su cúspide unas llamas realizadas en bronce. Se ofrecían 24 carreras en una jornada por cada una de las 24 horas que tiene el día. Daban siete vueltas a la espina central o euripo porque son siete los días de la semana. Corrían doce carruajes porque doce son los meses del año, con lo cual también eran doce las celdas o carceres de salida. Y había cuatro equipos competidores por ser cuatro las estaciones del año. El verde (del que era un hincha fanático Calígula) era el color de la primavera; el rojo era el del verano (por el fuego del calor estival); el azul (por el cielo limpio y templado), el del otoño; mientras que el blanco (por la nieve), era el color del invierno.


Verónica, Rubén y César junto al obelisco de la Piazza del Popolo


Existía un templo dedicado a Venus Murcia cuya estatua erigida en un altar sostenía una hoja de mirto y estaba cerca de las tribunas. También había otro ofrendado a Consus (dios de los graneros asociado a Neptuno, quien, además de dios del mar, lo era de los caballos). Éste último santuario era subterráneo. Los aurigas o jinetes les hacían sacrificios para implorar la victoria o salir ilesos. Para indicar el número de vueltas que se llevaban recorridas un esclavo iba bajando un delfín dorado de los siete esculpidos en bronce que se hallaban ensartados en una barra de roble en un extremo del euripo. En el otro extremo se hacía lo mismo, pero no con delfines, sino descendiendo uno a uno los siete huevos blancos que se colocaban en lo alto de siete palos verticales. Los "sparsores" eran los esclavos encargados de esparcir agua sobre los caballos para refrescarlos y sobre la arena para que no se levantara tanta polvareda. Los "desultores" eran unos especialistas en acrobacias que hacían piruetas sobre las monturas en los descansos entre carrera y carrera para divertir al público. En los arcos de entrada al Circo Máximo había tiendas que ofrecían desde comida hasta cambio de divisas. A los romanos les gustaba comer una especie de butifarra o salchicha envuelta en hojas de col hervidas. En la grada lateral norte estaba la colina Palatina desde la que los emperadores temerosos de ser asesinados, como el caso de Domiciano, hermano de Tito, preferían ver el espectáculo. Precisamente el emperador dejaba caer un pañuelo llamado "mappa" para dar inicio al torneo. Otra autoridad experta en la materia, como si dijéramos un alguacil del hipódromo, sacaba un pañuelo del color de la facción que iba ganando la carrera en mitad de la misma. Se podía apostar al carro ganador y al que no ganaría. Ésta última clase de apuesta era más fácil de acertar y generaba pocos sestercios (téngase en cuenta que un sestercio era el sueldo de un asalariado romano por un día de trabajo). Los carros que competían eran ligeros, los aurigas llevaban cascos de cuero y las riendas atadas a la cintura, tres puntualizaciones que conviene aclarar porque el cine no las respetó en la película "Ben-Hur", cinta que recibió 11 oscars en 1959.


Charlton Heston protagonizando a Ben-Hur



Un miliarius era un auriga que había sido capaz de ganar al menos mil carreras. Este libro es un homenaje a uno de ellos que de veras existió y del que sabemos pocos datos, como su nombre, Flavio Escorpo, y la edad a la que falleció: 27 años. Ganó 2.048 carreras antes de morir en el año 95 d. C. Lo sabemos porque el poeta Marco Valerio Marcial (nacido en Bílbilis, actual territorio aragonés, en el año 40 y muerto en el 104 d. C.) escribió sobre él, brindándonos estas palabras a modo de inscripción lapidaria para decorar su tumba:

"Yo era Escorpo, joven figura del bullicioso circo y favorito de Roma. La muerte envidiosa me llevó demasiado pronto; al contar mis victorias, creyó que era viejo".

En cuanto al argumento, todo gira en torno al robo de un valioso caballo, Sagitta, cuyo nombre equivale a "flecha", apelativo adecuado para quien es casi tan veloz como el rayo. La resolución del caso se complicará cuando encuentran al animal herido a propósito. Los jóvenes que lo buscaban descubren un complot para amañar las carreras y que pierda un equipo concreto, el de los verdes. Al final nos sorprende quién era el culpable y por qué lo hizo. Se trataba de alguien inesperado que había sido un ídolo de esa misma facción. Actuó movido por la venganza porque en una carrera perdió una pierna al quedársele atrapada entre los radios de una rueda, con lo que pasó de la noche a la mañana de disfrutar de vino, fiestas y mujeres a la más pura miseria.


César y Rubén en lo que fueron las gradas del Circo Máximo que hoy se utiliza para ofrecer conciertos de rock al aire libre

No hay comentarios:

Publicar un comentario