Confieso que leí este libro para saber por qué todo el mundo hablaba bien de él. Y no me ha defraudado en cuanto al interés por adivinar en qué termina. El grave defecto de este tipo de literatura es que no te enseña: sales del libro igual que entraste. No aprendes nada. Te han entretenido a lo largo de 665 páginas con un relato que se podía haber contado en 300, incluso en menos. Mientras lo leía, vi claramente que se trataba de un texto con vocación cinematográfica. Todas las acciones son exteriores. Parece más un guión que no necesita de ningún trabajo adicional para ser llevado a la pantalla. La influencia del cine en el autor no es el único motivo para escribir así, a cada página crece la sospecha de que fue concebido para ser explotado donde está el filón del dinero, es decir, haciendo una película. Es lo de las sinergias que tanto explota de un tiempo a esta parte el sector editorial. Libro y película unidos. De hecho, creo que como largometraje cumplirá mejor la función de espectáculo con la que fue concebido el texto. Sería más adecuada su visión mientras la gente mastica palomitas cómodamente sentada en sus butacas.
Hay tres pequeñas historias dentro. La primera se retomará al final como si fuera una cuenta pendiente, un cabo suelto. Se trata de una trama de corrupción empresarial: el caso Wennerström. Consiste en que el hombre que porta este apellido utilizó fondos de ayuda a los países del Este, concretamente a Polonia, para montar un chiringuito que cerró al tercer año con maquinaria portuguesa usada (chatarra) en una especie de cobertizo donde gastó un millón de coronas suecas para quedarse con el resto e invertirlo en tráfico de armas. Debo advertir que tanto éste como los otros dos hilos argumentales tienen un final feliz, lo cual me lleva a la pregunta de si en la vida real ocurre así o se trata de otra concesión al celuloide.
La segunda historia versa sobre la coprotagonista, Lisbeth Salander. Es un personaje pintoresco que lleva piercings y tatuajes, una joven con la que el autor Stieg Larsson pretende redimir a un exponente de la juventud actual gracias a la inteligencia que atesora. Es una consumada "hacker" a la que sus genes han dotado de una prodigiosa memoria. Sufrirá una violación anal por parte de su administrador, Nils Bjurman. Por su pasado de adolescente conflictiva y sin padres protectores le fue asignado este tipo, un abogado que aprovechó esa situación de autoridad en la que se vio para abusar sexualmente de ella. La venganza de la muchacha es perfecta. No podía haberse tomado la justicia por su mano de modo mejor. Lo viola introduciéndole un objeto en el ano y le tatúa en el torso unas palabras que declaran la clase de cerdo que es.
La tercera historia es la principal. Se trata de encontrar al asesino de una joven rica que desapareció en una isla sueca en el momento de ocurrir un desgraciado accidente de tráfico con un camión cisterna que, por el peligro de incendio al llevar una carga de líquido inflamable, obligó a policías y bomberos a cortar el acceso al lugar. Se llamaba Harriet Vanger y será objeto de una minuciosa búsqueda por parte del protagonista, Mikael Blomkvist, un claro trasunto autobiográfico del autor, porque al igual que él es periodista y aparece como el hombre deseado y deseable por las mujeres con las que se topa: Erika Berger (editora de la revista "Millenium"), Cecilia Vanger (rica heredera del clan metalúrgico de los Vanger) y la propia Lisbeth Salander, que le ayuda en la investigación. Se nota el narcisismo personal al presentarlo como un individuo flexible y atractivo, no perteneciente a esa clase de perversos psicópatas que suelen ser los miembros del sexo masculino.
En la página 557 está la gran sorpresa que desvela la intriga. Reconozco que no me la esperaba, por lo que como thriller de suspense este libro merece convertirse en la clásica película de cine negro que uno alquila para pasar un rato ameno en el salón con la familia. Eso sí, cuidado con las anomalías que se describen en el texto, como el caso de un padre, Gottfried Vanger, que viola a sus hijos y empuja a uno de ellos, Martin, para que viole a su hermana, la desaparecida Harriet. Curiosamente, este Martin Vanger degenerará en un sádico asesino en serie que disponía de una cámara de torturas para violar y matar mujeres. De ahí el título de la obra. Él y su padre no las amaban precisamente. Todo lo contrario, las aniquilaban. Eran monstruos que se merecían la muerte que propinaban a sus víctimas, pero obtuvieron un final abrupto, sin torturas: uno muere ahogado y borracho, empujado al mar por su hija; y el otro fallece en una colisión frontal contra un camión en la carretera. Muertes demasiado rápidas para lo lentos que ellos fueron cuando oficiaban de verdugos.
Stieg Larsson (Skelleftehamn, 1954 - Estocolmo, 2004)
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