viernes, 6 de febrero de 2009

El mejor libro que he escrito


Estuve algunos años intentando hacer una especie de biblia personal, un libro en el que cupiese todo lo que había pensado y sentido. Al final me salió un vademécum de andar por la casa de mis puntos de vista y mis lecturas. De todos modos, hice lo que pude. El texto se compone de tres partes: la primera trata de los recuerdos del ayer; la segunda aborda mi visión de la guerra, la historia y la política; mientras que la tercera se mete en las camisas de once varas del amor y el eterno femenino.
Este libro costó más trabajo del que aparenta a simple vista. Son 298 páginas de poesía narrativa y todos sus versos están medidos. Ya no volveré a hacerlo. No merece la pena cansar tanto la vista. Como suele suceder, el libro pasó desapercibido, e incluso habrá a quien le moleste que exista. Sólo un escritor tuvo la honradez, la valentía y la rareza de elogiarlo, y lo hizo en una cafetería. Fue Víctor Ramírez. Nunca olvidaré ese detalle. Es el único escritor que me ha valorado y me da por pensar que lo hace porque como nacionalista radical canario tiende a exaltar lo nuestro, valga o no valga, sea mediocre o bueno. También es verdad que en ese momento estaba vetado en los periódicos y no podía decirlo públicamente. Da igual.
Yo hace tiempo que no escribo para el vulgo ni para nadie. El verdadero artista confecciona su arte sólo para estar satisfecho consigo mismo. Lo demás son meretrices ávidas de dólares y narcisistas desesperados por exhibirse. A la mierda con toda esa chusma. Escribo porque me nace y lo que no me sale de adentro no lo escribo. Desde aquí grito un bravo por Bukowski y diez hurras, porque me enseñó la importancia de ser auténtico y pasar de todo el mundo, incluso de los elitistas que se creen mejores que nadie y son en el fondo una pura basura.
A continuación reproduzco un poema incluido en este Cartapacio de zozobra, aunque me cuesta elegir alguno, pues todos son como hijos de tinta sobre papel y hay varios de los que estoy muy orgulloso. Me decido por el que rinde homenaje a un filósofo centroeuropeo muy querido por escribir tan poco y tan intenso:


Ludwig Josef Johann Wittgenstein


Todas las proposiciones que se hagan valen lo que un apriorismo.
La forma es siempre posibilidad de estructura de un objeto.
La figura no puede figurar su propia forma de figuración
y tampoco el pensamiento puede pensarse dentro de sí mismo.

El lenguaje dice usos de las cosas, cómo es lo que son,
no lo que sean. El signo es perceptible como un símbolo.
De lo que nada puede decirse hay que mantener silencio.

Lo indecible son los hechos y el estadio metafísico.
El lenguaje es un juego de referencias mostrables
con valor intrínseco. Fuera está lo fenoménico.

No podemos pensar lo que no puede ser pensamiento.
Toda cháchara está compuesta sobre el vacío.
La cultura humanística es charlatanería y parloteo.
No hay ética posible sin hacer referencia a lo demoníaco.

Nací en Viena, el centro imperial de los Habsburgo.
Tres hermanos míos se suicidaron: Hans, Kurt y Rudolph.
Doné toda mi fortuna hereditaria a miembros de mi familia.
Serví como voluntario en la primera gran contienda militar.
Fui cautivo de los italianos en el convento de Monte Cassino.
Trabajé en un motor a reacción, la docencia y la jardinería.
Tuve una pequeña cabaña en el pueblo noruego de Skjölden.
A mi primer amante, David Pinsent, le dediqué mi único libro.
Juntos viajamos por la blanca Islandia ahondando nuestro anhelo.
Un fatal accidente de avión se lo llevó y nunca más fui joven.

Creí con Tolstoi ser impotente en la carne pero libre por el espíritu.
Disculpé a un tribunal letrado de Cambridge que me sometió a examen
porque nunca llegaría a entender una contradicción imposible.
Antes de fallecer, fruto de un carcinoma prostático, tuve tiempo
para despedirme de los lugares donde mi vida hubo transcurrido.
Fue el último de mis adioses sucesivos a todas las horas gestadas
por aquellos espacios en que a los días siguieron días que seguirían
pero ya no conmigo. Dije inclusive lo que no dije al no decíroslo.

Afirmé rotundo que logré lo irrebatible formando un sinsentido.
La teología es juego lingüístico. La música no está al alcance
de nuestra experiencia pragmatizable: es indecible e indemostrable.

Mi religión fue mi única forma de vida, torturándome el pecado
del sexo y limpiándolo constantemente en reflexión mi estado psíquico.
Muchos han conjeturado que existen dos filósofos en mí distintos,
el de la juventud y el de la vejez, pero tan sólo lo que he descrito
responde a la verdadera o falsa dualidad de mi ser. Me revolví
en la inmundicia de mi excrecencia genital orgánica, y ansié
poder disfrutar la pureza trascendental de una clara visión holística.

Desconfié del fetichismo de la palabrería, y vivir feliz
fue mi único consejo, pues supe no saber de lo que no sabemos.
Dado que dos personas no se representan siempre lo mismo
cuando median palabras, no me extrañó ser malentendido.
Lo que hice fue abominar de ellas y quemar mis diarios.

He logrado el silencio de la sepultura, una jaula sin resquicio,
donde mi entendimiento magnífico no halla límites ni obstáculos,
libre, al fin, de las sevicias de lo mortal. Sperber solía decir
que nada comenzaba con nosotros, pues que todo había sucedido.

Yo, con mi decir, repetí lo ya dicho. Es por lo que omití el mérito
con que debo ser recordado, o lo que le equivale, con el olvido.

(Del libro Cartapacio de zozobra, Madrid, Edición Personal, 2003, vid. pág. 157)


Wittgenstein (Viena, 1889 - Cambridge, 1951)

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