martes, 3 de febrero de 2009

Semblanza de una ciudad legendaria

Orhan Pamuk es un escritor amenazado de muerte por haberse atrevido a recordar durante una entrevista que en 1915 un millón de armenios y treinta mil kurdos fueron asesinados por orden del gobierno turco. Los grupos nacionalistas radicales de Turquía no se lo han perdonado. Hollywood financia películas sobre la persecución de los judíos, pero no se ocupa de estas minucias. Es otra de las diferencias que se establece entre haber ganado la II Guerra Mundial o haberla perdido. Ya asesinaron por denunciar los mismos hechos al periodista Hrant Dink. Abogaba por la reconciliación entre turcos y armenios, pero en pago de gratitud por sus benéficos propósitos lo mataron al salir del trabajo disparándole en plena calle.
En este libro Pamuk hace un repaso de su infancia en la ciudad donde nació. De este modo rinde homenaje a la antigua Bizancio, una ciudad puente entre Asia y Europa, una urbe abarrotada de embarcaciones, mercancías y transeúntes que ha sufrido incendios y terremotos devastadores. "A veces me siento desdichado por haber nacido en Estambul, bajo el peso de las cenizas y las ruinas decrépitas de un imperio hundido, en una ciudad que envejece respirando opresión, pobreza y amargura".
Las costumbres familiares quedan expuestas, con lo que tenemos un documento sociológico de primera mano para saber cómo vivía una familia de clase media en la vieja Constantinopla. Nos enteramos de que el apellido "Pamuk" significa "algodón" y sus antepasados obtuvieron ese apelativo por tener la piel más blanca de lo común. "Cuando salía por ahí y jugaba (...) sentía que el mundo era un lugar divertido al que el hombre venía para ser feliz".
Aquel niño que correteaba por las calles desastradas nunca pensó que ganaría el premio Nobel en el año 2006. Su perspicacia observadora le hace acreedor de tal prestigio, como por ejemplo cuando observa: "No puedo decir que me gustaran demasiado los adultos. Eran feos, peludos y desagradables. Eran demasiado voluminosos, demasiado pesados y demasiado realistas".
Nos habla de los adoquines que destrozaban la amortiguación de los automóviles, los sempiternos socavones de las obras para enterrar tuberías o cables, las casas de madera altamente inflamables, la niebla de los fríos inviernos, la humedad, la nieve, el mal olor y la suciedad de las arcaicas mansiones. La "intensa sensación de amargura que sugiere una moral de humildad" en los estambulíes. El sentimiento de futilidad, dejadez y compasión" que impera en Estambul. La noche que "facilita con su oscuridad que se cometan nuevos crímenes". El episodio macabro del "monstruo de Salacak" quien, con el fin de violar a una mujer, primero arrojó a sus dos hijos al agua para que no le estorbaran. Los pobres morirían ahogados.

Aprendemos que el Bósforo significa "garganta" y cuando en el siglo XVIII los otomanos comenzaron a instalarse en sus orillas no había más que hileras de casas de pescadores. A mediados del siglo XX los niños se bañaban en este estrecho justo donde desaguaban las alcantarillas.

Estambul (del griego "eis tan pólei"="ir a la ciudad")

Hay poesía triste cuando Pamuk dibuja con sus palabras "los oscuros bosques de las quebradas, (...) los abandonados palacetes vacíos y descuidados, (...) los barcos despintados y oxidados que transportan quién sabe qué". Y filosofía, cuando al recordar las comidas y conversaciones en el hogar, creía que se repetían en todos los hogares de los demás, para deducir sabiamente: "las repeticiones son el origen, la garantía y la muerte de la felicidad". Éste es un libro para conocer una Estambul que no es sólo la superflua, espléndida o licenciosa mostrada a los turistas y marineros. Aquí se expone una megalópolis a la que "la amargura paraliza (...) pero también es una excusa para la parálisis".
Orhan Pamuk (Estambul, 1952)

1 comentario:

  1. Es claro que Pamuk muestra un Estambul desde una sensibilidad romántica para rescatar la ciudad en blanco y negro, que el turista no ve, pues se queda con el azul de la mezquita,el celeste del hermoso tranvía el portentoso puente, el Bosforo, cuyas orillas evocan Venecia; sin ver el gris de la pobreza, como siempre ocurre por lo demás. Es una visión desde el Estambul íntimo o secreto.

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