miércoles, 18 de junio de 2014

Los locos repúblicos con sus reiterativas cantinelas

   
 Convento de los Carmelitas junto a la madrileña Plaza de España
incendiado en la madrugada del lunes 11 de mayo de 1931
  
NOSTALGIA DE UN DESASTRE
 
La súbita abdicación del Rey ha provocado un sarpullido instantáneo de lo que podríamos denominar «folclore republicano», el mismo que la ya olvidada Elena Valenciano convertía en toque guay en forma de pin. Las tricolores flamean en Sol, pintando un paisaje extemporáneo a la sombra del recuperado rótulo de Tío Pepe, tan vintage como la bandería de una República fallida. Aunque políticos como Junqueras, Mas o el neófito Iglesias idolatran la ley de la calle, lo honesto es no confundir las plazas con la voluntad de la ciudadanía. En Sol caben 10.000 personas. Los fastos del ascenso del “Depor” quintuplicaron esas cifras. ¿Hay que entregarle la alcaldía al entrenador Fernando Vázquez? Las manifestaciones son fotogénicas. Pero lo único que denotan es que quienes allí acudieron, henchidos de nostalgia del azañismo y el prietismo, no se han molestado en ojear los libros de historia.


Jornaleros asesinados (19 hombres, 2 mujeres y 1 niño) por la Guardia de Asalto de la República en el pueblo de Casas Viejas  (Cádiz) entre el 10 y el 12 de enero de 1933 bajo el gobierno de Manuel Azaña

La decantación intelectual por la opción republicana es respetable y legítima. Pero lo que se da de coces con el sentido común es añorar algo que resultó un completo fracaso, tal y como han consignado historiadores de todo signo. La excesiva duración de la dictadura de Franco y la crudeza de su represión en la posguerra han llevado a idealizar el régimen derribado y pintar un relato maniqueo. Durante la supuesta Arcadia republicana, de 1931 a 1936, la economía funcionó mal y la peseta se devaluó un 20 por ciento. Las huelgas revolucionarias constituían un desafío constante, con el anarquismo fuera de control. La carcoma separatista fertilizó. La intolerancia se exacerbó. En 1931, Azaña se ufanó de que España había dejado de ser católica, algo que burlaba el sentir abrumador de la mayoría. La Compañía de Jesús quedó prohibida y sus bienes confiscados. Fue el preludio de la salvaje quema de conventos en Madrid.

 
 
El cadáver de José Calvo Sotelo ejecutado vilmente
 por la morralla izquierdista el 13 de julio de 1936 a la edad de 43 años
 
En noviembre de 1932 aquel Gobierno tan democrático suspendió y se incautó de cien publicaciones por la osadía criminal de pensar diferente. Multas, detenciones de directores, secuestros (la hemeroteca del diario "ABC" resulta elocuente). En 1934, incapaces de aceptar la victoria de los conservadores en las urnas, los socialistas auspician la Revolución de Asturias, intentona violenta de imponer un rodillo a la soviética. Desde febrero del 36 el descontrol es ya absoluto, pues se alcanza la perversión de que el Gobierno se niega a aplicar la ley, primer cimiento de un Estado de derecho. En julio, como epítome final de la degradación, la policía oficial de la nación secuestra y asesina a un diputado opositor, José Calvo Sotelo, previamente señalado por la Pasionaria en el Congreso. La descomposición legal e institucional era absoluta. Colofón: una guerra civil con un reguero de más de medio millón de muertos y 300.000 exiliados. Por todo esto, la tricolor no es nada «guay» y entristece que la esgriman como atributo de modernidad chavales criados en la etapa, en general tranquila y productiva, del rey constitucional Juan Carlos I.
 
(Artículo de opinión escrito por Luis Ventoso y publicado
en el periódico “ABC” el miércoles 4 de junio de 2014)
 
 
Luis Ventoso
(La Coruña, 1964)
Periodista

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