Attila József
(Budapest, 1905 - Balatonszárszó, 1937)
El hoy poeta nacional de Hungría vivió en la miseria. Nació en Ferencváros, un barrio humilde de Budapest. Hijo de un jornalero y una sirvienta campesina, tuvo dos hermanas mayores. A los tres años la familia fue abandonada por su padre y los niños tuvieron que sobrevivir en un orfanato del que lograron escaparse después de cuatro años de trabajo en ese centro de acogida que funcionaba como una granja. Trabajó de recadero, vendedor de periódicos, camarero nocturno, mozo de cuerda en una estación de ferrocarril, marinero del Danubio, estibador de muelles, limpiador de oficinas y profesor particular. No resulta extraño que se afiliara al partido comunista húngaro cuando todavía era una organización clandestina. El premio que obtuvo fue que lo expulsaran en 1930 por su idealismo trotskista. Y menos mal que no lo liquidaron. Jamás consiguió ganar el equivalente a doce libras esterlinas al mes. El dinero nunca le alcanzó para pagar el alquiler, como le ocurrió a su madre que, fatigada por las calamidades, murió a los 43 años. Attila mismo se suicidó arrojándose a las vías de un tren cuando sólo tenía 32. Ahora brilla su estatua frente al edificio del Parlamento de Budapest, pero en vida lo ignoraron.
CANCIÓN INOCENTE
No tengo Dios, no tengo rey,
mi madre nunca usó anillo.
No tengo choza ni lugar donde morir,
no doy besos, no tengo amante.
Durante tres días mastiqué mi pulgar
por falta de un mendrugo de pan.
Aunque tengo veinte años y soy fuerte y sano,
mis veinte años están en venta.
Si nadie quiere comprarlos,
el demonio tiene derecho a hacer una oferta:
entonces, usando de mi sentido común,
robaré y mataré inocentemente.
Hasta que me cuelguen alto de una cuerda
y yazga en la bendita tierra
y crezcan venenosas hierbas
desde mi corazón sencillo y puro.
(Versión española de Alberto Luis Bixio a partir de una traducción del húngaro al inglés por parte de Laurie Lee recogida en el cuarto volumen de la autobiografía de Arthur Koestler que fue publicada por Alianza Editorial en Madrid, allá por 1974, tomando como referencia la edición de Emecé Editores aparecida en Buenos Aires el año 1955)
TRABAJADORES
Se agitan los imperios capitalistas. Muévense.
Les rechinan los dientes desmembrando el planeta.
Devoran la suave Asia, el África erizada.
Y como a nidos echan abajo nuestros pueblos.
El mar, un productor voraz, sólo es saliva.
Eructa la amarilla boca del capital en los agazapados países.
Pegajosas nubes de fetidez caen sobre nosotros.
Y en la zona violenta de la ciudad, en donde
muele el molar, en donde planea el aire férreo
de las minas, en donde patalea la máquina,
chasquea la polea, clama el listón y zumba
la cadena y chillidos trasformadores chupan
los pezones metálicos del dínamo, acá,
acá sobrevivimos. Y nuestra suerte está
poblada de mujeres, niños y agitadores.
¡Acá vivimos! Red convulsa nuestros nervios,
en ella se debate el huidizo pasado.
El jornal —precio de la fuerza del trabajo—
maúlla en el bolsillo. Y así vamos a casa.
Una hoja de diario sobre la mesa, y pan.
Y en la hoja: que todos, que todos somos libres.
Perseguimos las chinches con el goce y la lámpara.
Nos creemos gran cosa con un cuarto de vino.
Camarada y soplón cruzan por el silencio.
Un borracho tropieza. Un joven va al prostíbulo.
La noche, boca abajo, deja caer sus pechos
con sarpullido, como una camisa sucia,
bajo el humo. Dormimos roncando, destrozados,
espalda contra espalda —pilas de leños huecos—,
y el moho en la pared semiderruida marca
las húmedas fronteras de nuestra triste patria.
Pero —¡mis camaradas!— éstos son los peones
que en la lucha de clases se vistieron de acero.
Y nosotros con ellos, cual chimeneas: ¡ved!
Nos ocultamos, como perseguidos, por ellos.
¡Así está preparándose el mundo, a la cadena
de la historia montado, donde la clase obrera
clavará sobre todas las fábricas oscuras
la estrella, sí, la estrella, roja estrella del Hombre!
Conjunto escultórico dedicado al poeta Attila József en Budapest
Que barbaridad, monsieur, voy a tener pesadillas esta noche con la historia de este pobre hombre y su pulgar. Ni siquiera tuvo el consuelo de que se le reconociera en vida. No tenia nada excepto talento y hasta eso le negaron.
ResponderEliminarEn otro orden de cosas, que extraño me resulta que alguien quiera poner el nombre de Atila a su bebé. Habrá que ser hungaro para entender tal peculiaridad. A mi, como podra usted comprender, me resulta un nombre poco glamouroso.
buenas noches, monsieur Andres
Bisous
Un gran personaje en cuyo retrato también se pueden ver reflejados las miserias de un época, de un país y del drama de una Europa que nunca fue ni será.
ResponderEliminarJohn W.