domingo, 28 de febrero de 2010

La lluvia inunda el interior de los corazones



DE TEMPESTADES Y SOMBRAS


Ha vuelto la lluvia. Como en los viejos tiempos,
con la renovación que hace acarrear el lodo.



Toda la tarde se han vislumbrado relámpagos,
como cuando eran augurios de un dios execrable.



Hubo una vez que esta agua formó mares y arroyos.



Recuerdo la tristeza de un alpendre desvencijado
y un sendero pedregoso ensangrentándose de barro.
Son las mismas gotas sobre indistintos charcos
que chapotearon los pasos de mis abuelos
cuando iban al encuentro el uno del otro.



Este va a ser otro inhóspito y duro invierno
bajo la temperatura ausente de los que faltan,
el grado cero del vacío con desconsuelo a solas.
El paisaje se ha embellecido de casas nuevas.
Los chaparrones se deslizan por canalizaciones
sobrias, bien dirigidas hacia los aljibes de riego.



Pero hubo otro entonces, cuando se recogían
en acequias cochambrosas atorándose de piedras,
desbordando el fluido elemental para los pobres.



El verdor de los castañares, la hierba y los pinos
vuelve a renacer como antes. Faltan cosechadores
de sus frutos: la pinocha se putrefacta en los márgenes
de las carreteras, los erizos se abren y desprecian,
los pastizales se abrigan con ortigas y cardos.



La algarabía agricultora por los aguaceros
ha cedido el paso a la molestia de mojarse
en tránsito al trabajo. Se rebosan las cloacas,
ramas caen desprendidas de los árboles, amén
de atascarse el tráfico. Hay mucha gente en fila
aguardando tras los limpiaparabrisas a que escampe.



De repente, oigo el cántico surtidor de una fuente
de la infancia, con su líquido caudal aumentado
por la crecida de los estanques y el henchimiento
de los pozos. Arriba, percibo la voz de mi madre
que me pide darme mucha prisa para guarecerme
en su regazo. Un croar de ranas desgañitándose
lo había estado anunciando toda la noche.



El verano había declinado del oro a los ocres,
y el otoño lo avisaba con su caída de hojas.



Salgo afuera a empaparme bajo esta tromba.
Necesito lavar todos los pecados de mi carne,
y rejuvenecerla en el contacto con las lágrimas
de nube que lloran por mis antepasados de hombre.


1 comentario:

  1. Encantadora y personal visión del viaje de la lluvia a través del tiempo personal, en este caso tuyo.
    Me ha gustado mucho.
    Un saludo.

    ResponderEliminar