miércoles, 24 de febrero de 2010

A los que hirió el amor a la literatura de veras


"El poeta pobre"
Carl Spitzweg
(Alemania, 1808 - 1885)

EL OFICIO DE VERSAR PROSAS

Querer ser escritor es intentar emborrachar
la vista de páginas, confundiéndose las líneas
de tanto leer, indagar, medir y sostener
la voluntad de pergeñarlas pese a estar todo
dicho antes de manera mejor y conclusiva.
Ahogarte en medio de un mar de libros, aplastarte
bajo el peso de tantas biografías truncadas,
tantos buenos autores que mucho más merecieron
una gloria que como siempre les alcanzó póstuma
y tú no tienes ningún derecho a ortopedizarla.
Pretender buscarse un solitario hueco propio
en la literatura es una afrenta deleznable
a la que ningún esfuerzo te hará acreedor.



Equivale a quemar tu vida en disquisiciones,
buscar las reseñas de tus obras en las revistas
y no encontrar ninguna mención de tus desvelos.
No hallar más gratificaciones que el oculto
vicio ciego de tu vocación oscura a solas.
Escribir es rodearte de extravagantes amigos,
esas referencias que te acompañan y estimulan,
pero también topar con el menosprecio del público,
la indiferencia lectora, las puyas de colegas
y la preterición de los literatos establecidos.



Publicar es al fin mostrar lo que eres desnudo,
regodearte en un strip tease donde tus carencias
quedan al descubierto junto a tus pretensiones.
No van a tener piedad de ti, te ignorarán
o estarán siempre haciéndote que te perdonen.



Escribir es plantearte cuál va a ser la próxima
palabra, el siguiente verso, la irrumpiente frase,
contar la idea o el argumento que te ronda.
Testificar algún sentimiento, dejar constancia
de lo que piensas, de cómo es que ves el trasmundo
desde tus precipicios. Implica derrochar fuerzas
en una extrema agitación psiconeurótica,
o también tomar las cosas con calma, corregir
pruebas, implorar mecenas, no obtener ayuda.



Darte luego a conocer te permite entrar en la órbita
de otros compañeros, así como descubrir
que un hombre y su obra no tienen por qué guardar
cohesión alguna. Verás prestigios infundados
y obras benignas, plumillas ruines con proyección
personal beatífica. No faltará el poeta
pobre al que rehuyen u olvidan. El silenciarte
será, como a él, una mera cuestión crematística,
pues si no tienes poder o algún tipo de influencia
no es que te rechacen, no se acercarán a ti
por no temer que los eclipses. Pese a los pesares
y las adversidades, no te aflijas ni decepciones:
escribir es tu diván psiquiátrico, don vulgar
hecho de materia alfabética que mortifica.



Escribir debe ser tu obligación diaria nocturna
o durante la aurora. No importa que seas mediocre,
cuenta sólo la voluntad de superarte y esa búsqueda
de un grial o vana quimera que nadie captura.


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