Con las ciudades se puede vivir un romance intenso del que siempre cabe esperar una sorpresa. Especialmente si lo estás comenzando o lo vives en la distancia, como me ocurre a mí con Barcelona. Hasta en la denominación de esta urbe el sustantivo es femenino. La vieja y zarandeada Barcino en la que, por cierto, se acaba de abrir al público una vieja domus romana en un museo arqueológico situado tras la plaza de Sant Jaume. Hoy es el día de Sant Jordi en Cataluña y el día del libro en España. Hoy es un gran día para los que el resto de jornadas que tiene el año suspiramos acariciando y leyendo esos mamotretos de papel encuadernado.
Precisamente, pasear por las Ramblas en tal día como hoy es el mayor placer para un amante bibliófilo. Observar cómo un pueblo, el catalán, rinde homenaje al desvelo intelectual e impresor de tantos hombres volcados en una labor civilizatoria y abnegada, me satisface por completo. Hay mucho de nostalgia en lo que siento, una especie de echar de menos a una ciudad en la que no vivo cuando con estos términos me expreso. Sí, habita en mí un grado de idealización indiscutible. Pero no cuenta. Lo importante es que Barcelona sobrevive pese a sus políticos, los que robaron a manos llenas en instituciones sagradas como el Liceu y los que no tienen visión de futuro imponiendo la obligatoriedad del catalán a toda costa en los colegios y hasta en los cines. Si la hermosa lengua catalana sobrevivió a 36 años de una dictadura gris que pretendió erradicarla, espero que sobreviva a los años de la negra asfixia que su imposición por decreto significa en la tan elogiada democracia.
Son tantos los libros por leer que, cuando veo cómo los estudiantes pierden el tiempo miserablemente en los centros de estudio, me da rabia y lástima. Emilio González Déniz, un escritor que comparte mis apellidos y con el que no tengo ningún vínculo de sangre, ha escrito recientemente que "una sociedad que mira a otro lado cuando se tropieza con un libro no tiene un futuro decente", y es cierto. Una masa social educada en el pelotazo del ladrillo y la promoción académica sin esfuerzo es un conjunto de seres con un rasero moral podrido. Eso es lo que tenemos y a lo que hemos llegado tras tantas discusiones y cambios en las leyes educativas. Nos hemos pasado tanto tiempo dirimiendo si eran galgos o podencos que hace ya mucho tiempo los perros arrasaron el hogar patrio y devoraron lo que quedaba de cariño a las bibliotecas y de curiosidad por aprender leyendo.
Hoy resulta casi impensable llevar a un escritor a un instituto de enseñanza media y que sea escuchado con respeto. Incluso es casi imposible llevar hasta una obra de teatro y conseguir que la mentalidad de acercamiento a la misma no sea de grosera rechifla o recochineo. Los modelos sociales respetables que el poder establecido propaga son los de hacer dinero rápido convirtiéndote en una figura mediática a través de un programa de televisión basura o como mucho siendo un buen deportista. Y allá van los jovenzuelos creyendo que habrá café para todos. A la mayoría lo que les aguarda son las amargas borras.
Mercedes Milá y Mencos, condesa de Montseny
(Esplugas de Llobregat, 1951)
El más claro ejemplo de a dónde nos conduce la progresía
(Esplugas de Llobregat, 1951)
El más claro ejemplo de a dónde nos conduce la progresía
La mujer que engorda su bolsillo con la chusma
El paradigma de la entronización de la telebasura
Bueno, vale, en el fondo no es extraño lo que sucede si tenemos en cuenta que la cultura siempre fue elitista. Al extender la obligatoriedad de la enseñanza quizá no hayamos hecho nada más que ofrecer miel al hocico de todos los burros e idiotas que en el mundo son, serán y han sido. Si al menos hubiera una esperanza... Y la hay, de la mano de internet, un prodigioso túnel con forma de pantalla a través del cual podemos adentrarnos en la biblioteca del mundo. Siendo mi talante de un natural pesimismo, debo admitir que la televisión no mató a los libros, como tampoco lo consiguió el vídeo, y los "e-books" van a ser la punta de lanza tecnológica que expanda aun más su número y prestigio.
Amo los libros y los perros. Detesto las personas. Ninguna que haya conocido (salvo raras excepciones que suelen encontrarse en el mundo de la ciencia, el arte o la literatura), es capaz de sostener más de 15 minutos de conversación amena, mientras que un buen libro me puede mantener enganchado durante horas y semanas al hilo de su discurso. Algunos energúmenos que conozco, porque los escucho farfullar cuando me tomo algo en los bares, no son capaces ni siquiera de mencionar una sola frase coherente, precisa, razonada o interesante. La gente me da asco. Y es por eso que parece una contradicción amar los libros que están hechos por individuos. Lo que ocurre es que la mayoría de ellos están más cerca de un primate erguido sobre dos piernas que de un verdadero homo sapiens.
Viñeta de Antonio Fraguas de Pablo (Madrid, 1942) más conocido por su apellido Fraguas que en catalán es Forges
Y en segundo lugar sucede que con un libro puedes tener lo mejor del caletre de un pitecántropo erecto ahorrándote sus miserias humanas que, como todos las tenemos, él o ella también las tendrá. Es como si me dijeran que, si me gustan los coches, me tienen que gustar por fuerza los ingenieros que los conciben y los obreros o los robots que los fabrican. Pues no. El automóvil puede ser precioso, como suele sucederles a todos los "Alfa-Romeo" que he visto, pero el fabricante puede ser un capitalista despiadado y los trabajadores de la cadena de montaje unos borrachos impresentables cuando empinan el codo al poco rato de abandonar la fábrica.
Seamos claros: que nos gusten las rosas no debiera conllevar tener que tragarnos las espinas o el estiércol depositado en su base para que se alimenten las raíces y germinen las flores. Que ame los libros no significa que adore o quiera acostarme con sus creadores. Eso sí, cambiaría al actual presidente de la Generalitat, el socialista señor Montilla, (alguien que ni siquiera acabó el bachillerato, según tengo entendido), por un ilustre paisano suyo que también era de origen cordobés. Me refiero a Lucio Anneo Séneca, claro está, no podía ser otro. Ahora bien, el hombre que estaba detrás de las cartas morales a su amigo Lucilio no era un dechado de virtudes precisamente. Predicaba la abstinencia de ambiciones el muy estoico, pero luego se dedicaba a forrarse, llegando incluso a verse involucrado en una conspiración por asesinato. Nada, es lo que digo. De los hombres, lo mejor es analizar sus obras. Al fin y al cabo, los libros no defecan ni orinan ni padecen enfermedades. Y lo más importante, no tratan de agredirte, no te envidian, no recelan, no te traicionan ni padecen ninguno de los siete pecados capitales. Los hombres y las mujeres de carne y hueso sí, por desgracia.
Estimado señor:
ResponderEliminarLeí por completo su entrada, al principio muy de acuerdo con lo que usted planteaba, además en mi caso todo lo leido es conocido por amigas que tengo en la bella Barcelona, ya que vivo al fin del mundo. Lo que provocó en mi un cierto escozor en la piel fue leer, "detesto las personas ", vaya señor, si bien es cierto un libro nos aporta magia, conocimiento, viaje, abstracción, un libro no me besará los labios ni me llevará un vaso de agua, cuando mi torpe cuerpo ajado por los años, no pueda moverse...Amar los libros no me exime de respetar al ser humano con todas sus bajezas, divergencias, contradicciones y torpezas.
Un abrazo señor, desde el lugar donde Neruda abrío y cerró sus ojos, para descansar en sus raices.