El mejor prosista que haya dado Canarias al mundo hace recuento de sus peripecias como editor y periodista en un texto que rezuma memoria y lirismo. Con un estilo personal, parsimonioso y contenido, manifiesta un emocionado reconocimiento a los escritores, sobre todo latinoamericanos, que tanto ha admirado y leído. En efecto, la escritura de Juan Cruz Ruiz se asemeja a una sabia combinación complementaria, un cóctel sinérgico entre los estilos de José Saramago y Gabriel García Márquez.
Da cuenta en este recorrido por el pasado de aquellos escritores a los que entrevistó, publicó, trató o intentó promocionar con mayor o menor fortuna en la editorial Alfaguara, de tal manera que no le quedó más remedio que entrar en contacto con sus egomanías. Sin embargo, más que de egos al desnudo, la sensación que me deja su lectura es la de una agenda de ídolos literarios que han ido desapareciendo y a los que rinde homenaje por lo que han supuesto en su vida y por el puesto que han ocupado en el mundo de la literatura. Un mundo que algunos, según propia confesión suya, ven como una pirámide de jerarquías. Sirva de ejemplo lo que le ocurrió a Gamoneda. El poeta ovetense, tras la muerte de Mario Benedetti, dijo algo así como que la poesía del uruguayo le parecía de segunda división, lo que cabe interpretar en el sentido de que también hay clases en el gremio de las letras. Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1928)
Éste es un libro honesto, una obra magistral y un recuento de encuentros con hombres admirados por los que nos sentimos letraheridos o bien para que quienes no conozcan a Juan Cruz descubran el deslumbramiento de su prosa. Admiraba la cadencia de sus frases en los artículos que aparecían en periódicos como "El País" o "La Provincia": su respiración honda, la cimentación de los sentimientos que hay en todo lo que escribe. Es como si fuera un epígono esencial del boom hispanomericano, sólo que además enriquecido por otras influencias externas. Quiero con esto afirmar que leyéndolo me parece estar ante alguien que ha tenido la capacidad creadora de recibir una mezcla de influencias, combinarlas, triturarlas y asimilarlas para luego darles el sello de su propio aliento lírico matizado con ese gusto por las paronimias y los juegos verbales que comparte con Guillermo Cabrera Infante.
Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929 -Londres, 2005)
Desfilan por sus páginas Camilo José Cela (padre, hijo y comparsas), Francisco Umbral, Juan García Hortelano, Ángel González, Jesús Aguirre, Jorge Amado, Juan Benet, Francisco Ayala, María Zambrano, Domingo Pérez Minik, Manuel Vicent, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Manuel Vázquez Montalbán, Jorge Luis Borges, Gonzalo Torrente Ballester, Severo Sarduy, Leonardo Sciascia, Jorge Semprún, Ernesto Sábato, Susan Sontag, Jaime Salinas, Augusto Roa Bastos, Juan Carlos Onetti (senior y junior), Julio Llamazares, Antonio Muñoz Molina, Eduardo Westerdahl, Vicente Verdú, Juan Marsé, Manuel de Lope, Imre Kertész, Jorge Ibargüengoitia, Ernest Hemingway, José Donoso, Luis García Montero, Miguel Delibes, Gabriel Celaya, José Manuel Caballero Bonald, José Miguel Ullán y un largo etcétera que denota una relación con la literatura tan ferviente como consustancial e ineludible.
No es Juan Cruz un escritor venenoso y sí de los que brillan con las anécdotas suculentas. Como aquella en la que estaba Alfredo Bryce Echenique quedándose dormido antes del inicio de una conferencia y de pronto oye que presentan al ponente, el filólogo Manuel Alvar, con lo que de inmediato el escritor peruano se endereza en la butaca para gritar: "¡Eso, eso! ¡Todos al bar, al bar!"
Alfredo Bryce Echenique
(Lima, Perú, 1939)
Da la impresión de que la generación literaria precedente a la suya se bebió todo el alcohol de los bares de Madrid, Barcelona y parte de Guadalajara, Buenos Aires y Montevideo, de la misma forma que el escritor portuense parece haber conocido todos los entresijos de los divos de las letras a los que trató como idólatra, periodista o editor. Es curioso que con este libro que trata de otros escritores destaque sobre todo quien lo escribió. Otra paradoja más del maravilloso circo literario. A mi juicio, en este volumen se produce la consagración definitiva del que es una especie de Marcel Proust español. No conozco a ninguna pluma de nuestro idioma que escriba con tanta emoción subyacente y que casi en cada página, en cada párrafo y en cada línea, logre transmitir el latido de su corazón, como si la tinta tipográfica le sangrara desde las venas abiertas de su mirada y su dolor.
Juan Cruz Ruiz
(Puerto de la Cruz, 1948)
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